Democracia como forma de vida

La permanencia del orden republicano no es una gratuidad histórica. Tampoco es consecuencia de una declaración formal, de una vivencia aparencial de principios. Por el contrario, es fruto de una aceptación honda y sincera de los principios de la democracia constitucional por parte de todos los componentes sociales, pero especialmente de aquellos en quienes recae la responsabilidad directa de crear las condiciones existenciales de la vida republicana. Son principios que nada tienen que ver con la ideología ni con la voluntad autocrática de poder. O dicho de otro modo: son principios que sólo pueden subsistir si la ideología se ahoga en la verdad y la voluntad autocrática de poder en la razón.







Juan Germán Roscio

Juan Germán Roscio

Reivindicar la historia

Debemos hacer resonar las campanas de la historia para recordarnos que alguna vez (1958-1998) el pueblo de Venezuela existió como una República civil, en la cual la justicia, la razón y la amistad cívica fueron los pilares de nuestra convivencia pacífica.

Firma del Pacto de Puntofijo (Caracas, 31 de octubre de 1958)

lunes, 14 de junio de 2010

Esperanza // Juan Miguel Matheus

En su libro “Memoria e identidad”, Juan Pablo II nos enseñó que “el mal, aunque lo parezca, nunca prevalece sobre el bien”. Tales palabras representan la clave para resistir los sufrimientos y las angustias producidos por el régimen que oprime a Venezuela. En los tiempos que corren, en los cuales el mal se asoma como victorioso, los venezolanos estamos obligados a cultivar la esperanza. Debemos asumir, aunque la inteligencia y la voluntad se rebelen, que el triunfo del mal es aparente. Sólo así estaremos en condiciones de luchar cuanto sea necesario, sin decaer, hasta que las cosas cambien para mejor. La salida a la crisis que padecemos y la construcción del porvenir serán, en definitiva, obra de nuestra esperanza.

Junto a la fe y a la caridad, la esperanza es una de las tres virtudes teologales. Ésta permite a la criatura humana colocar sus aspiraciones últimas en bienes trascendentes, no terrenos. Su vivencia conlleva a la comprensión de un conjunto de verdades sobre las cuales debería edificarse todo orden político, y que son obviadas o tergiversadas por los regímenes totalitarios: (i) que no hay paraíso posible ni permanente en la tierra, (ii) que estamos aquí abajo de paso, con un estatus de viajeros (status viatoris), (iii) que la vocación de bien del hombre no se agota en la ciudad terrena y, por último, (iv) que no hay sistema político, por grande, justo o poderoso que sea, que colme por sí solo la vocación de felicidad de la persona humana.

Lo anterior no obsta, sin embargo, para que en la ciudad terrena se depositen buena parte de las posibilidades morales del hombre. Como bien señaló Aristóteles, ésta existe para “la vida buena”. Por ello no debe convertírsela, ni mucho menos, en un valle de lágrimas (Jacques Maritain). En ella han de reinar el amor, la verdad, la justicia y la libertad, lo cual implica lucha, sacrificios. La certeza de que el mal no triunfa sobre el bien demanda compromiso. Exige que se procuren todos los medios necesarios para el triunfo del bien. Se trata, para ponerlo en criollo, de un “a Dios rogando y con el mazo dando”. En ello estriba la estructura interior de la esperanza, la cual no es una virtud pasiva sino activa y responsable.

Así las cosas, ¿qué significa para los venezolanos vivir la virtud de la esperanza en los actuales momentos? Significa, en primer lugar, convencernos de que Hugo Chávez, con toda la maldad de su régimen, está destinado al fracaso. Ningún proyecto totalitario ni de dominación puede mantenerse en pie frente al bien y a la verdad. Segundo, que Hugo Chávez no es apto, por mucho que hable del Socialismo del Siglo XXI, de saciar la vocación de felicidad de los venezolanos. Y tercero, acaso lo más importante, que quienes luchamos por una patria justa debemos poner todos los medios a nuestro alcance no sólo para derrotar a Hugo Chávez sino, sobre todo, para sanar a Venezuela del virus totalitario. Ello supone una lucha generosa, sin cuartel, que no tiene fecha de vencimiento: persiste mientras persistan las injusticias. Para ello debemos entender que no luchamos por resultados concretos sino por la seguridad de que se defienden la verdad y la justicia. La nuestra es, como diría Sócrates a los atenienses, una lucha que da sentido a la existencia porque reposa sobre la convicción de que se hace lo correcto, lo que dicta la conciencia.

jmmfuma@gmail.com
Twitter: @JuanMMatheus

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