Democracia como forma de vida

La permanencia del orden republicano no es una gratuidad histórica. Tampoco es consecuencia de una declaración formal, de una vivencia aparencial de principios. Por el contrario, es fruto de una aceptación honda y sincera de los principios de la democracia constitucional por parte de todos los componentes sociales, pero especialmente de aquellos en quienes recae la responsabilidad directa de crear las condiciones existenciales de la vida republicana. Son principios que nada tienen que ver con la ideología ni con la voluntad autocrática de poder. O dicho de otro modo: son principios que sólo pueden subsistir si la ideología se ahoga en la verdad y la voluntad autocrática de poder en la razón.







Juan Germán Roscio

Juan Germán Roscio

Reivindicar la historia

Debemos hacer resonar las campanas de la historia para recordarnos que alguna vez (1958-1998) el pueblo de Venezuela existió como una República civil, en la cual la justicia, la razón y la amistad cívica fueron los pilares de nuestra convivencia pacífica.

Firma del Pacto de Puntofijo (Caracas, 31 de octubre de 1958)

lunes, 30 de agosto de 2010

La purificación de nuestra Política // Juan Miguel Matheus

“En una hora de crisis, cuando el orden de una sociedad vacila y se desintegra, los problemas fundamentales de la existencia política en la historia son más fácilmente reconocibles que en períodos de relativa estabilidad”
(Eric Vöegelin, Nueva Ciencia de la Política)

La existencia social del hombre es una existencia histórica. Por eso los grandes hallazgos de la filosofía política han ocurrido en momentos de crisis. Cada autor plasma en sus obras las verdades que se abren paso entre las situaciones de conmoción que le ha tocado vivir. Platón y Aristóteles presenciaron el desmoronamiento del mundo helénico. La Ciudad de Dios de San Agustín muestra la crisis del Imperio romano y el proceso de síntesis de éste con el cristianismo. Y en su libro Elementos de Filosofía del Derecho, Hegel denota el profundo vacío espiritual en el cual estaba inmersa la civilización occidental.

Lo anterior resultó especialmente evidente durante el siglo XX. La emergencia de los totalitarismos reveló que el vacío espiritual reflejado en Hegel sí tenía consecuencias de injusticia en la vida social. Se hizo patente una de las verdades centrales de la política, a la cual Platón dedicó especial atención: que todo desorden social es la manifestación exterior de un desorden mayor, más profundo, en el alma de los hombres concretos. Los totalitarismos cobraron existencia porque las almas del tipo humano predominante en aquellas sociedades fueron infectadas por el virus totalitario. Quedó claro que es el corazón humano el lugar en donde se incuban, anidan y consienten las injusticias.

Hoy Venezuela atraviesa un momento de crisis. Vemos cómo el orden social se desintegra cada día. Es acaso la mayor crisis política y moral de nuestra historia. A pesar de haber padecido muchas autocracias a lo largo de 200 años de vida republicana, nunca habíamos soportado el peso de una autocracia totalitaria. Nuestra sociedad, en cuanto cuerpo orgánico, está infectada con el virus totalitario. Y lo está –duele decirlo– porque el alma del tipo humano que predomina, es decir, del criollo que modela el talante moral de las instituciones políticas y sociales, también lo está. Se trata de un fenómeno que trasciende la división régimen-adversarios del régimen. El virus totalitario está aquí y allá, en todos lados. De lo contrario la revolución bolivariana no se mantendría en pie.

Pero no hay mal que por bien no venga. Es esperanzador que, como advierte Vöegelin, los venezolanos estamos reconociendo más fácilmente los problemas fundamentales de la existencia política. Ahora somos más sensibles a la diferenciación entre barbarie y racionalidad. La Venezuela enferma de totalitarismo nos señala, por contraste, cómo ha de ser la Venezuela libre de totalitarismo. Hay un rico elemento pedagógico en la experiencia de pueblo que vivimos, que debe ser acogido como tesoro. Gracias al influjo de la parte de la población que no ha sucumbido al virus totalitario estamos descubriendo cómo será el deber ser de nuestra futura convivencia política, en paz y con justicia. La verdad está irradiando todo su esplendor. De este modo, en poco tiempo podríamos vernos curados. El porvenir está abierto. Presenciamos la purificación de nuestra Política.

Miembro de FORMA
jmmfuma@gmail.com
Twitter: @JuanMMatheus

lunes, 23 de agosto de 2010

El rey del comunismo o del consentimiento político // Juan Miguel Matheus

El 21 de diciembre de 1989 Nicolás Ceaucesco se dirigió al pueblo rumano. Lo hizo, como era habitual, en la Plaza de la Revolución de Bucarest. Todos los medios de comunicación transmitieron en vivo la alocución presidencial. Fue una suerte de “cadena nacional de radio y de televisión” a la rumana. A pesar de la lacerante escasez de alimentos y del racionamiento severo de servicios básicos como la luz, el agua y el gas, Ceaucesco alabó las bondades de la economía socialista. Hizo una oda a los ideales marxistas y a los logros de su revolución.

Pero aquel día las cosas no ocurrieron según el libreto. Los rumanos decidieron abandonar la realidad paralela en la cual estaban inmersos. Renunciaron a vivir en la mentira. Dieron la espalda a la doble vida. Se acabó la esquizofrenia. Inesperadamente, la muchedumbre abucheó a Ceaucesco. El rey del comunismo, de verbo encantador y gestos invencibles, lució indefenso ante la avalancha de descontento. Su rostro sobrecogido penetró cada rincón de Rumania. Acto seguido el palacio Presidencial fue ocupado. Cuatro días después, el 25 de diciembre de 1989, se derramaría la única sangre que fue derramada luego de la caída del muro de Berlín: Nicolás Ceaucesco fue fusilado junto a su esposa Elena. El comunismo rumano finalizaba de mala manera.

El abucheo del pueblo rumano muestra una gran verdad de la filosofía política. Todo régimen –justo o injusto– se sostiene por el consentimiento de los gobernados/oprimidos. Es el principio que Hobbes denominó Government by consent. En una democracia verdadera la mayoría de la población consiente, por lo general, a través del voto, cuyo contenido y valor es respetado escrupulosamente. En una autocracia la mayoría de la población consiente por adhesión al autócrata, bien sea por conexión afectiva o por temor/omisión. La imposición de una autocracia siempre encuentra un correlato permisivo por parte de la mayoría de quienes la sufren. Por eso Hannah Arendt no dudaba en señalar que los totalitarismos gozan de altísimos niveles de aceptación hasta el mismísimo momento en que se derrumban…

Tales derrumbes suelen ser, además, súbitos. La historia enseña que los pueblos se cansan y gritan a las autocracias: “¡basta!”. Entonces el brillo de la verdad y de la justicia ilumina las conciencias y las aspiraciones de la gente. La sociedad se desintoxica del virus totalitario. Eso es, precisamente, lo que está pasando en Venezuela. Hay un descontento generalizado que es inocultable. En ello nada tienen que ver los resultados electorales ni las supersticiones provenientes de la encuestología. Presenciamos la quiebra del consentimiento que antes hacía ver como invencible a la revolución bolivariana. José Vicente Rangel se equivoca cuando, bajo el seudónimo de “Marciano”, sostiene que el pueblo venezolano se dice a sí mismo: “este Gobierno es malo, pero es mi Gobierno”. Todo lo contrario: el abucheo criollo parece estar empezando.

Miembro de FORMA
jmmfuma@gmail.com
Twitter: @JuanMMatheus

lunes, 16 de agosto de 2010

La risa del Gran Hermano // Juan Miguel Matheus

La risa de Andrés Izarra en CNN nos hace recordar la novela 1984 de George Orwell. Dentro de la descripción que este autor hace de un totalitarismo imaginario, hay una característica que resalta de manera especial: la desfiguración sistemática y deliberada de la verdad. Desde las primeras páginas del libro queda claro que aquel régimen se nutre de la sumisión de las personas a las mentiras impuestas por el Gran Hermano, quien es –por decirlo de un modo familiar– el líder máximo de la revolución. Por eso el régimen se emplea a fondo en la confección de las “verdades oficiales” que deben ser asumidas por todos. Para ello dispone de los laboratorios del “Ministerio de la Verdad” (como cínicamente es llamado el Ministerio de Información), en los cuales se desfigura la realidad y se reescribe la historia.

Lo descrito por Orwell coincide con una de las dimensiones esenciales de los regímenes totalitarios. Allí en donde ha existido un totalitarismo ha anidado también una estructura de tergiversación de la realidad. Su función es construir las verdades oficiales y los símbolos que han de servir de clave hermenéutica para la interpretación de los acontecimientos y de la historia. Se trata de engranajes cuyo principio de acción es la famosa frase de Joseph Goebbels: “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”. Lo importante es justificar las cosas que ocurren según la conveniencia totalitaria, llamando blanco a lo que es negro y A a la Z (Karl Jaspers). Las palabras ya no se usan para comunicar la verdad sino para anestesiar, distraer, hipnotizar, intimidar y embrutecer.

Cuando Izarra se ríe de males como la violencia, la inseguridad y el accionar de cuerpos terroristas en territorio venezolano, no hace más que intentar sustituir la realidad por una “verdad oficial”. Aspira mostrar que (i) en Venezuela no está pasando nada, que (ii) la violencia es un artificio inventado por los enemigos de la revolución, y que (iii) las FARC y el ELN son entelequias ideadas por el imperialismo yankee para desplegar sus pretensiones de dominación sobre Latinoamérica. La risa de Izarra es, este sentido, la risa de Hugo Chávez frente a la realidad de las cosas. Responde al empeño de este último de colocarse por encima de todo y de todos, de ser señor de la historia y de las conciencias.

La mala noticia para Izarra es que la verdad cae por su propio peso. Siempre aplasta a la mentira. Ninguna carcajada puede acallar el dolor producido por los 130.000 muertos de los once años de régimen bolivariano. Ningún balbuceo es apto para ocultar que la revolución ha sembrado violencia por doquier y ha entregado la soberanía nacional a grupos terroristas. Por eso los venezolanos debemos mantenernos firmes ante la verdad. Tenemos que llamar las cosas por su nombre. El ejemplo a seguir es Wilson, el protagonista de la novela “1984”. Para zafarse de las mentiras del Gran Hermano y para preservar la dignidad de su conciencia, éste se repetía a sí mismo: “2 + 2 es 4, el fuego quema, el hielo enfría”. Si hacemos lo mismo resistiremos las manipulaciones de nuestro “Ministerio de la Verdad” (Ministerio del Poder Popular para la Comunicación e Información). No hay risa que valga.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Cáncer invertido // Juan Miguel Matheus

El 1 de enero de 1959 Fidel Castro marchó triunfante sobre La Habana. Así quedó sellada la victoria de su revolución. Ello trajo consigo un renovado aire de esperanza sobre las posibilidades de instaurar el marxismo a lo largo y ancho de América Latina. La "gesta" cubana sirvió de inspiración a los revolucionarios del continente. El fantasma del comunismo aceleró su recorrido acechante sobre los países caribeños y centroamericanos. Entre ellos estaban, por supuesto, Venezuela y Colombia. Ambas naciones vieron germinar un brote marxista que marcarían lo social, lo político y lo económico en los años sucesivos: las guerrillas.

En Venezuela la lucha guerrillera comenzó en 1961. Tuvo como detonante la primera división del partido Acción Democrática, ocurrida en 1960. El MIR -Movimiento de Izquierda Revolucionaria- fue la formación política que le sirvió de principal nutriente. En Colombia, por su parte, las guerrillas nacieron en 1964. Ese año cobraron vida tanto las FARC como el ELN. La primera, de inspiración marxista-leninista, estuvo liderada por el conocidísimo Manuel "Tirofijo" Marulanda. La segunda, también marxista-leninista, fue fundada por Fabio Vásquez Castaño bajo el influjo directo de Fidel Castro y de las ideas de la teología de la liberación.

Los venezolanos derrotamos las guerrillas marxistas luego de casi una década de lucha armada. Logramos la paz durante la primera presidencia de Rafael Caldera. Marxistas y trotskistas se incorporaron a la dinámica del sistema democrático. Asumieron sus reglas. Pero desafortunadamente, Colombia no corrió con la misma suerte. La semilla del marxismo creció robusta en la hermana República. Y con ella la violencia y la destrucción. El brote marxista de 1964 devino en una guerra civil que ha afectado a vastas regiones del territorio colombiano durante más de cuatro décadas. La gran ironía es que aquello que al principio se vendió como una empresa de liberación humana (la utopía marxista) se ha convertido en la coartada de dos males morales profundamente inhumanos: el terrorismo y las drogas.

Hoy, sin embargo, las situaciones se han intercambiado. La guerrilla marxista se ha transformado en un cáncer invertido. Mientras en Colombia se lo está extirpando después de años de devastación y zozobra, en Venezuela ha hecho metástasis en las estructuras del Estado. La semilla del marxismo germinó desde el Gobierno venezolano y se hace llamar a sí misma revolución bolivariana. Esto reviste mayor significación si se toma en consideración que el más importante factor por el cual Colombia no termina de alcanzar la paz es, precisamente, la protección deliberada del régimen de Hugo Chávez a las FARC y al ELN. Se trata de terroristas abrigando a terroristas. Ello explica, además, que la violencia (sicariato, secuestros, tráfico de drogas, etc.,) cabalgue campante en tierra venezolana.

Ganar la paz en Colombia pasa por volver a ganar la paz en Venezuela. La pregunta es: ¿cooperará el terrorismo en la lucha contra el terrorismo? La respuesta es evidente.

jmmfuma@gmail.com
Twitter: @JuanMMatheus

lunes, 2 de agosto de 2010

Único e irrepetible // Juan Miguel Matheus

Fue Thomas Hobbes quien sostuvo por primera vez que la razón por la cual los hombres se agrupan políticamente es una particular pasión humana: el miedo a sufrir muerte violenta por manos de un igual. Ello imprime un talante especial a las relaciones políticas y, en concreto, al rol del Estado. En clave hobbesiana la razón de ser del Estado no es promover las condiciones para el bien común sino evitar ciertos males entre los cuales el primero es, precisamente, la muerte violenta de los ciudadanos. El segundo, que acaso también deba ser recordado, es la preservación de los derechos de propiedad.

Aunque tal planteamiento es un tanto reduccionista, alberga una verdad sobre la cual conviene reflexionar: las sociedades no son viables sin un respeto escrupuloso de la vida humana. Por eso los venezolanos tenemos que luchar para no resignarnos frente a las muertes violentas y/o antinaturales. Los 130.000 muertos de los últimos once años revelan una patología no sólo política sino cultural. En nuestra convivencia de pueblo se ha enquistado una cultura de muerte, que se contrapone a lo que debería ser el presupuesto primero y necesario de todo orden social: la cultura de la vida. Ninguna sociedad puede articularse para el bien común ni para la paz si en su seno no se garantiza la vida humana. De allí que nuestro reto sea devolverle a Venezuela la intangibilidad de la vida humana.

Cuando no se garantiza la vida humana se disgrega la sociedad. Ello se hace muy claro en el caso venezolano. Primero, por la falta de confianza entre unos y otros que imposibilita la vida en común. Hoy la medida de las relaciones humanas entre los venezolanos no es la confianza sino la desconfianza, no es la expansión de la interioridad sino el ensimismamiento. Y de manera más profunda subyace el miedo referido por Hobbes, que cargamos a cuestas y transmitimos inevitablemente a todos cuantos nos rodean, incluso a los niños. En segundo lugar, porque el miedo a perder la propia vida o la de los seres queridos se ha convertido en la más poderosa razón para abandonar el país. Los venezolanos no se marchan, por lo general, buscando mejoras económicas. Se van tratando de sobrevivir…

Las dimensiones del problema son, entonces, muy profundas. Nuestra vida común agoniza porque se nos hace difícil alcanzar lo que Aristóteles denominó ciudad de amigos, es decir, una comunidad política en la cual la amistad cívica –la confianza en el otro y en el bien querido por el otro– sea la fuente primera de la justicia en las relaciones humanas. Revertir la cultura de la muerte nos tomará décadas. No sólo para poder refrenar la escandalosa cantidad homicidios que desangra nuestro porvenir sino, sobre todo, para mudar la conciencia de todos los venezolanos a través de un impostergable proceso de formación cívica. Por eso debemos comenzar desde ahora, con esperanza y determinación. Debemos recordarnos que cada venezolano concreto es un proyecto en sí mismo, por cuya vida vale la pena luchar. Pero sobre todo debemos recordarnos que cada venezolano concreto es único e irrepetible. Perder a un venezolano es perder a Venezuela misma.


jmmfuma@gmail.com
Twitter: @JuanMMatheus