Los venezolanos necesitamos un verdadero Parlamento. Existe una relación directamente proporcional entre la necesidad de reconstruir la democracia y la necesidad de reconstruir la AN. Mientras más urja rehacer un régimen de libertades más urgirá alcanzar un órgano legislativo apto para sostener una democracia constitucional. Para nadie es un secreto que la actual AN perdió su significación constitucional y su razón de ser política. De hecho, no es un verdadero Parlamento. No representa la heterogeneidad de la sociedad venezolana, no tiene autonomía moral, no legisla para asegurar los derechos de los ciudadanos y no controla al Poder Ejecutivo. Será imposible transitar hacia la democracia si la AN no recobra el lugar de primacía que le corresponde entre los Poderes del Estado. Y esto por varias razones.
En primer lugar, porque la AN será el escenario propicio para el consenso requerido para la refundación de la democracia. Como comentamos en nuestro artículo “Restaurar el Estado constitucional”, publicado en El Universal el día 26-4-2010, es necesario determinar cuál será la Constitución sobre la cual se asentará el nuevo régimen de libertades. Cualquier opción jurídico-política que se siga para hacerlo (volver a la Constitución de 1961, legitimar la Constitución de 1999 o convocar a una Asamblea Nacional Constituyente) ha de ser una decisión necesariamente consensuada, pactada. Para ello la AN es la institución más idónea. Se espera que en ella tomen parte todas las fuerzas partidistas y se refleje el pluralismo político y social del país.
En segundo lugar, no menos importante, porque la AN constituiría el foco de irradiación de la legitimidad de los demás Poderes del Estado. Legitimando a la AN se podría legitimar, nombrando a sus titulares y controlándolos, a los Magistrados del TSJ, a los miembros Poder Moral, y a los rectores del Poder Electoral. Sería una ocasión propicia para enfrentar al régimen en este sentido. Habría que hacer patentes sus arbitrariedades y derribar el cerco que secuestra la separación de poderes.
Y finalmente, en tercer lugar, porque la AN tendrá que convertirse en la caja de resonancia a través de la cuales los partidos políticos orienten a la sociedad civil y a la opinión pública hacia la transición democrática. Recobrar la democracia supondrá que todos los sectores de la sociedad se incorporen al proceso de reedificación institucional de la República. Empresarios, gremios profesionales, sindicatos, universidades, etc.: todos deberán enfocarse en la consolidación de la democracia. Todos tendrán que actuar con generosidad para sacar el país adelante. Deberán anteponer el bien común a sus intereses particulares. Para ello será necesario que desde la AN la inteligencia política, que representará a todos los componentes sociales, marque el camino con la legislación adecuada y trace los objetivos de la tan ansiada reconstrucción nacional.
jmmfuma@gmail.com
Twitter: @JuanMMatheus
lunes, 26 de abril de 2010
lunes, 19 de abril de 2010
Vuelvan caras // Juan Miguel Matheus
La frase del General Páez que titula este artículo es especialmente oportuna en los tiempos que corren. Hoy miles de venezolanos sucumben a la tentación de irse del país. La descomposición moral y política, el temor a la delincuencia, la incertidumbre frente al porvenir y las penurias económicas son algunas de las razones que mueven a probar suerte en latitudes lejanas. Venezuela –duele decirlo– se está desangrando. Cada día que pasa pierde su mayor riqueza: los venezolanos. No sólo han muerto 120.000 personas en manos del hampa durante los últimos once años sino que, además, son muchos los venezolanos que se marchan.
Hay ocasiones en las cuales irse del país es algo inevitable. Pueden existir razones familiares, de salud o de conciencia que lo justifiquen. Sin embargo, la mayoría de las veces se trata de una huida al hecho de vivir en la en la zozobra, lo cual es comprensible. Nadie puede ser obligado a soportar unas condiciones de vida como las que padecemos los venezolanos. Pero lo mejor para Venezuela es quedarse. Sólo si nos quedamos estamos en condiciones de luchar. De lo contrario –aunque suene fuerte– se abandona la patria a merced de los malos y se empeña el futuro de las próximas generaciones.
Como es obvio, quedarse en el país requiere un ejercicio de generosidad. Supone una decisión personalísima de asumir libremente el sufrimiento. Ello es especialmente costoso cuando se tiene una familia y se es responsable de otras personas, o cuando se tienen bienes económicos que proteger. Sin embargo, aquí aparece la idea que esclarece el asunto: lo que Venezuela necesita es heroísmo. Eso quiere decir sacrificio. Nadie nos regalará la paz ni la libertad. Serán fruto de un heroísmo magnánimo, que mueva a construir en el país lo que se busca en otros lugares: justicia, seguridad, progreso, etc.
Debe tenerse en cuenta que no hemos nacido en Venezuela por obra del azar. Ser venezolanos tiene un componente providencial. El hecho de vivir aquí y ahora, en la Venezuela chavista, es algo que no escapa a los designios de la Providencia. Es en Venezuela en donde nos corresponder desplegar nuestra humanidad y hacernos mejores personas. Nosotros no hemos elegido lo que nos toca sufrir. Lo que sí podemos elegir, lo que verdaderamente depende de nosotros y conduce a la plenitud humana, es ser generosos para resistir este aluvión de mal, aunque ello comporte incomodidades y riesgos.
Para ello la clave es cultivar una esperanza responsable. Juan Pablo II nos enseñó que “el mal, aunque lo parezca, no prevalece sobre el bien”. Sus victorias son aparentes. Tiene sus días contados. Dios, quien gobierna el mundo, es la fuerza que lo limita. Pero a los hombres nos corresponde poner los medios humanos para que eso sea así. Entre ellos el primero es, precisamente, quedarse en el país. Y si sobreviene el sufrimiento podremos recordar lo dicho por Sócrates, una vez sentenciado a muerte: “No os preocupéis, atenienses, que los dioses no son indiferentes a los sufrimiento del hombre que lucha por la justicia”. Algún premio tendremos reservado.
jmmfuma@gmail.com
Twitter: @JuanMMatheus
Hay ocasiones en las cuales irse del país es algo inevitable. Pueden existir razones familiares, de salud o de conciencia que lo justifiquen. Sin embargo, la mayoría de las veces se trata de una huida al hecho de vivir en la en la zozobra, lo cual es comprensible. Nadie puede ser obligado a soportar unas condiciones de vida como las que padecemos los venezolanos. Pero lo mejor para Venezuela es quedarse. Sólo si nos quedamos estamos en condiciones de luchar. De lo contrario –aunque suene fuerte– se abandona la patria a merced de los malos y se empeña el futuro de las próximas generaciones.
Como es obvio, quedarse en el país requiere un ejercicio de generosidad. Supone una decisión personalísima de asumir libremente el sufrimiento. Ello es especialmente costoso cuando se tiene una familia y se es responsable de otras personas, o cuando se tienen bienes económicos que proteger. Sin embargo, aquí aparece la idea que esclarece el asunto: lo que Venezuela necesita es heroísmo. Eso quiere decir sacrificio. Nadie nos regalará la paz ni la libertad. Serán fruto de un heroísmo magnánimo, que mueva a construir en el país lo que se busca en otros lugares: justicia, seguridad, progreso, etc.
Debe tenerse en cuenta que no hemos nacido en Venezuela por obra del azar. Ser venezolanos tiene un componente providencial. El hecho de vivir aquí y ahora, en la Venezuela chavista, es algo que no escapa a los designios de la Providencia. Es en Venezuela en donde nos corresponder desplegar nuestra humanidad y hacernos mejores personas. Nosotros no hemos elegido lo que nos toca sufrir. Lo que sí podemos elegir, lo que verdaderamente depende de nosotros y conduce a la plenitud humana, es ser generosos para resistir este aluvión de mal, aunque ello comporte incomodidades y riesgos.
Para ello la clave es cultivar una esperanza responsable. Juan Pablo II nos enseñó que “el mal, aunque lo parezca, no prevalece sobre el bien”. Sus victorias son aparentes. Tiene sus días contados. Dios, quien gobierna el mundo, es la fuerza que lo limita. Pero a los hombres nos corresponde poner los medios humanos para que eso sea así. Entre ellos el primero es, precisamente, quedarse en el país. Y si sobreviene el sufrimiento podremos recordar lo dicho por Sócrates, una vez sentenciado a muerte: “No os preocupéis, atenienses, que los dioses no son indiferentes a los sufrimiento del hombre que lucha por la justicia”. Algún premio tendremos reservado.
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sábado, 17 de abril de 2010
El milagro de Venezuela. Discurso pronunciado por Rafael Caldera al regresar al país, una vez derrocada la dictadura de Pérez Jiménez
[Día hermoso de libertad]
Parece un sueño. Hace menos de dos semanas dejaba yo la Patria por imposición de la tiranía, en medio de una noche que parecía negra y tenebrosa, y hoy estoy encontrando a la Patria en este día hermoso de libertad. Era negra lo noche, pero ya los relámpagos ame-nazadores de justicia y de ira habían puesto presente la voluntad del pueblo, que iba a la conquista de su dignidad. Y cuando Venezuela salió, y cuando Venezuela hizo acto de pre-sencia, y cuando Venezuela se ganó el cariño de los pueblos de América y la admiración del mundo, fue porque el pueblo de Venezuela ya tenía hecha hace tiempo su decisión y estaba esperando con paciencia, pero no con cobardía ni con complicidad, el momento de rebelarse.
Yo no quiero caer en el lugar común, como lo han hecho todos los tiranos, de querer poner a sus regímenes despóticos junto a la gloria de los libertadores; pero sí puedo decir, porque es convicción honda que tengo, que nunca, después de los días gloriosos de la Inde-pendencia, Venezuela ha estado tan presente, tan admirada y tan querida en el continente americano.
El milagro de Venezuela ha marcado la hora de América; el milagro de Venezuela ha causado la admiración de todos. Y se preguntan: “¿De dónde salió aquel bravo pueblo del Himno Nacional, que parecía perdido?” ¿De dónde salió? De las jornadas gloriosas en que niños, mujeres y hombres de todas las clases sociales, con botellas y piedras, en La Charneca o en El Guarataro ofrendaron su tributo de sangre y de vidas anónimas, para ganar el puesto del decoro de enero del 58. Ese pueblo estaba aquí, trabajando afanosamente por la causa de su libertad. Cuando aquí venían periodistas extranjeros, cuando llegaba gente de otros climas y manifestaban la impresión de que Venezuela estaba muerta, de que estábamos entregados de manos y pies, ante la voluntad caprichosa del tirano, podríamos decirles, y decíamos con optimismo, que el pueblo de Venezuela estaba entero y rebelde, soportando y esperando, esperando el momento con una clarividencia maravillosa. Día a día, año tras año, la lucha de Venezuela fue constante por su libertad. Y cuando sale la macabra historia de los crímenes del régimen pasado hay que decir, con la frente muy alta, que más que la historia de esos crímenes, ésa es la historia del heroísmo anónimo del pueblo, que dio víctimas a las fauces de la tiranía, y que tras cada baja tenía reemplazo para asumir el puesto del riesgo, el del sacrificio y el de la renunciación.
¿Por qué estaban llenas las cárceles? Porque había carne noble para llenarlas. Estu-vieron a merced de los que quisieron cometer crímenes los cuerpos, pero no las almas re-beldes de los venezolanos, que estaban librando, día a día, la batalla de su porvenir. Cada estudiante, cada trabajador, cada dirigente que iba a la cárcel era víctima de atropellos, de torturas y de indignidades, pero nunca quedó un puesto vacío; tras de él estaba otro dispuesto a correr el mismo riesgo, a sufrir la misma suerte, a ratificar la misma actitud, a restablecer para siempre la democracia en Venezuela.
No es, pues, el milagro de una semana ni de dos: es el milagro de largos años de sufrimiento y de rebeldía, de ignorada y callada rebeldía, porque ni siquiera nosotros, a veces, podíamos saber cuántos y quiénes estaban en las cárceles. Era el esfuerzo diario, era de resistencia constante, era la actitud insobornable y anónima, frente a los millones del Fisco puestos en función de deformación y de vergüenza para un pueblo que tiene derecho a una vida mejor.
Y este pueblo, que supo conservarse en medio de la noche; y este pueblo maduro que supo esperar el momento propicio para salir al frente con toda la reserva de nobleza que tenía, este pueblo está disfrutando, para siempre, de esta atmósfera de libertad.
La consigna básica de los venezolanos tiene que ser: “Pérez, el último tirano”.
El tirano recién derrocado fue el que cerró la historia de la ignominia, y no habrá nunca nadie tan ciego, tan perverso, que sea capaz de repetir la aventura suicida, sabiendo que Venezuela en casos como éstos sabe dar al mundo la lección más hermosa, más íntegra de una absoluta y total unidad.
[Los estudiantes fueron la llama de la libertad]
Por esa unidad, los estudiantes fueron la llama de la libertad. Ellos salieron a la calle a librar las primeras batallas, cuando el triunfo parecía imposible. Ellos salieron a aprender la lección de la Patria, porque la fuerza de los estudiantes fue un gesto constructivo para la nacionalidad, que debe aprender la primera lección, la básica lección, que es la lección de la decencia y de la ciudadanía.
Los estudiantes de todas las universidades, oficiales y privadas, hermanados en un solo abrazo, salieron a dar el toque de clarín; salieron a avisarle a Venezuela que ya el mo-mento había llegado. Ellos fueron el canto del gallo en la madrugada de la libertad. Y si de alguna cosa debemos sentirnos orgullosos, es de haber rescatado la generación. Si el régimen depuesto hubiera continuado, ésa hubiera sido la generación del rock and roll, la generación de la ruleta rusa, la generación de los actos de corrupción, la generación que estaba preparándose para asaltar organizadamente el Tesoro Nacional. De la conciencia de esa generación no se podrá borrar ahora el recuerdo de esos días memorables, no habrá ninguno de ellos que sea capaz de apartar de su conciencia, ante el camino, el recuerdo de este impe-rativo de Patria, que se hizo presente en ellos en el alborear de la nueva Venezuela.
[Las mujeres]
De nuevo las mujeres, las madres que tenían hogares que cuidar, las esposas que te-nían maridos que atender, las maestras, las estudiantes, todas las que salieron a las calles a demostrar que, cuando tenían iguales derechos, era porque estaban convencidas de que ten-ían iguales deberes, y de que si habían reivindicado para sí el derecho supremo del voto, también estaban dispuestas a afrontar la barbarie desencadenada y a presentar sus carnes limpias ante el plan de machete, para aportar con ello la piedra básica del monumento a la nueva Venezuela.
[La Iglesia Católica]
Y luego la Iglesia, la Iglesia Católica, que no es, no puede ser ni será nunca un par-tido político, pero que hoy ha sido y tendrá que ser la depositaria de una doctrina, porque si en el mundo se habla hoy de los derechos de la persona humana, si en el mundo se habla hoy de civilización cristiana, es porque hay una doctrina de la que es su depositaria; y cuando la Iglesia sale a defender la base de la libertad, está cumpliendo su deber.
Que haya sido la señal de los tiranos la que haya llevado a las personas de los ecle-siásticos a las cárceles y la que haya atropellado las iglesias, mejor para Venezuela y mejor para la Iglesia venezolana. La Iglesia está al lado del pueblo sin denominación de partidos, al lado de su vida, convencida y demostrando para siempre que la religión no es planta que pueda desarrollarse con lozanía a la sombra corruptora de los poderosos; que la religión es una planta que necesita sol de caridad y necesita el riego y la sangre del corazón de los humildes para que pueda ser grata al apóstol de los campos abandonados de la humanidad.
[Los que no militan en partidos políticos]
Y luego los hombres y mujeres que no forman parte de los partidos políticos, los que no habían querido, por razones más o menos valederas, someterse a la disciplina de organización partidaria, ellos salieron también a asumir su responsabilidad, y se han ganado en esta jornada la ratificación del principio: profesionales, economistas, industriales, hom-bres de la calle, empleados y trabajadores, sin denominación política, todos tenemos un deber político fundamental y ellos han cumplido con su deber. Que haya una vida decente en la nación. Y yo no les pide que abandonen su posición para ingresar activamente en el profesionalismo político; que lo vayan haciendo aquellos que se sientan convencidos de ser llamados a esta actividad; pero los que siguen siendo independientes, los que sigan diciendo que no les interesa la política, tienen que aprender a entenderla en estas jornadas como un deber fundamental: el de establecer la garantía de los derechos humanos, el respeto a la personalidad de cada uno para que se pueda vivir con paz y seguridad.
[Las Fuerzas Armadas]
Y luego, venezolanos que me oís, las Fuerzas Armadas. No creáis que hay ninguna institución que haya sufrido más en el quinquenio de Pérez Jiménez, que sin ser el instru-mento de la opresión, fueron puestas por el dictador como una mampara para atraer el odio popular contra el Ejército. Sólo la lealtad de los militares, de los oficiales de la Aviación y de la Armada al ponerse al lado del pueblo, es la que ha salvado a la institución armada y la ha colocado donde debe estar, como una institución profesional, noble y legítima, compacta y unida, firme en sus postulados, defendiendo las libertades y respaldando la voz popular.
Los dictadores de hoy, que pretenden hacer del Ejército una máquina que no sienta ni oiga, ni vea; un autómata, un robot en sus manos, dispuesto a cometer todos los atrope-llos; los dictadores no entienden que los militares son hombres que callan por jerarquía y disciplina militar, pero que oyen, porque no pueden menos que oír el latido del corazón del pueblo; son hombres que tienen amigos y tarde o temprano tienen que reflejar el sentimiento que domina la nación. Por eso, cuando se trata de buscar explicación al movimiento armado, que comenzó el primero de enero en Maracay y continuó en la Marina y culminó el 23 de enero con la salida de Pérez Jiménez, la única explicación que hay que darle es que el sentido nacional fue tan grande que no podía menos que penetrar en el seno de la institución armada. Era el reflejo del sentimiento nacional que no podía menos que llegar al corazón de militares que también eran venezolanos. Y de los militares, los más militares, los que sienten más su vocación, los que tengan más orgullo de su uniforme, tienen que ser precisamente los más respetuosos con su pueblo y los más amantes de los principios fundamentales. Porque la institución armada tiene que nacer para respaldar esta base fundamental de la Patria, y todos los que estudian a fondo la defensa militar de un pueblo, entienden que el Ejército sin pueblo no puede nada y que el Ejército es fuerte cuando es la expresión de la voluntad del pueblo y tiene tras de sí al pueblo para respaldarlo.
[Que Pérez Jiménez sea el último tirano]
Todos, pues, venezolanos; todos, pues, pueblo hermoso de Caracas, que ha salido por la defensa del Himno Nacional no sólo porque volvió a nacer el bravo pueblo, sino por-que volvió a tocar la clarinada y percibir la consigna: seguid el ejemplo que Caracas dio. Todos, pues, pueblo de Venezuela, estudiantes y obreros, profesionales y comerciantes, sacerdotes, artistas, mujeres, periodistas; todos los que han luchado para ganar esta jornada histórica, el compromiso fundamental que tenemos es el que había dicho antes: que Pérez Jiménez sea definitivamente, para la historia de Venezuela, el último tirano. Y para que sea Pérez Jiménez en la historia el último tirano, el deber de cada uno de nosotros no está cum-plido todavía: tenemos que destruir la tesis sociológica del gendarme necesario, tenemos que acabar con la idea de que este pueblo es incapaz de hacer su grandeza si no gime bajo la bota de un tirano; tenemos que ganarle a Vallenilla la pelea con nuestro ejemplo, creando un orden legítimo y noble, demostrando que la paz no es la imposición de la voluntad de los bárbaros, sino emanación espontánea de la voluntad libre y soberana de un pueblo. Y ése es, venezolanos que me estáis escuchando, ése es el mensaje fraterno que yo traigo para todos en esta hermosa hora de júbilo para la Patria venezolana.
Hemos ganado la batalla de la libertad. Tenemos que ganar ahora la batalla de la paz. Tenemos que ganar la batalla del trabajo. Tenemos que ganar la batalla de la grandeza de la Patria.
Hace algunos años, un venezolano ilustre, colocado en una alta magistratura; un hombre, por cierto, de ideas políticas distintas a las mías, pero que me profesaba y a quien profeso una gran simpatía personal, me decía con una expresión terrible de desencanto: “Este pueblo sabe temer, pero no sabe obedecer”. El pueblo de Venezuela se ha lavado esa mancha: ha demostrado que no sabe temer, y ahora tiene que demostrar, como ha empezado a demostrarlo, que sabe obedecer.
El pueblo que no pudo ser dominado por la fuerza ni con los miles de millones del presupuesto nacional, es el que tiene que respaldar ahora a sus autoridades, a sus dirigentes políticos, a los hombres que al frente de los sindicatos, de las organizaciones económicas y de todas las fuerzas nacionales tienen la responsabilidad de discutir y de trazar el camino. Este pueblo, noble y heroico, tiene que ser el pueblo vigilante y sereno. Que no se diga que porque Pérez Jiménez se fue ya nadie trabaja en Venezuela; que no se diga que el mangua-reo es enfermedad de la democracia y que es necesario el sable desnudo, inclemente sobre el cuerpo, para poder cumplir con el deber de hacer la grandeza nacional. Tenemos que entregarnos al trabajo, trabajar más que antes, ahora que los dineros del pueblo pueden in-vertirse en beneficio del pueblo. Ahora es cuando debemos demostrar que Venezuela no era grande por Pérez Jiménez sino a pesar de Pérez Jiménez.
[Los partidos políticos]
Es un hermoso y noble deber el que tenemos y los partidos políticos creo que hemos entendido la responsabilidad que tenemos en este momento en Venezuela. La propaganda de la dictadura quería hacer de los partidos una especie de lepra política, que manchaba al que estaba adhiriéndose a ellos. En los corredores de la Seguridad encontrábamos gente que decía, como para justificar su historia: “Yo no he pertenecido nunca a un partido político”, como para decir “yo no he cometido nunca semejante delito”. Y mientras tanto, los partidos estaban cumpliendo su deber serenamente, silenciosamente, abnegadamente, en algunos casos heroicamente, soportando la persecución y manteniendo un clima de resistencia espi-ritual que hizo posible las jornadas brillantes de enero. Estos partidos políticos, a la hora de la liberación, no han venido a ver quién va a sacar la tajada más grande; no han venido a pedir puestos ni prebendas; no han venido a atizar odios ni venganzas. Están presentes, de-poniendo diferencias legítimas y tratando de encontrar una fórmula que nos una a todos para dar otro ejemplo que sea digno del ejemplo de enero, diciéndole al mundo que Vene-zuela fue a unas elecciones y organizó su período constitucional y los partidos políticos fueron lo suficientemente nobles, lo suficientemente generosos para callar diferencias y ponerse todos de acuerdo, dándole a la Patria la paz que ahora necesita.
Este pueblo que ha sufrido y gozado también, porque sintió el dolor de la amargura pero sintió la satisfacción de su triunfo incomparable; este pueblo que ofrendó héroes anó-nimos en los barrios y en las calles de Caracas, en toda Venezuela; este pueblo tiene que ser ahora el mismo pueblo que obedezca a los boy scouts en las calles y que sin policía mantiene el orden público. Este pueblo debe saber que el mejor monumento que podemos levantar, porque se levantarán sin duda monumentos hermosos artísticamente, pero a pesar de todo, el mejor monumento que se puede levantar a los mártires de la liberación es crear en Venezuela un pedestal sólido de verdadera, efectiva grandeza.
[Venezuela tiene derecho a ser gobernada democráticamente]
El mundo entero está pendiente de Venezuela; el mundo está admirado de Venezue-la; el mundo espera que Venezuela ahora sepa decirle que no sólo por la sangre, sino por el tesón y la voluntad, tiene derecho a ser gobernada democráticamente. Tenemos que inspirar confianza; que los hombres de empresa que vengan a establecer negocios, negocios lícitos, que no vengan a pretender manejarlos con la corrupción y el fraude; que los hombres que venga a establecer negocios lícitos y conformarse con ganancias justas, tendrán de nosotros apoyo, respeto, simpatía y consideración. Necesitamos desarrollarnos, necesitamos inspirar confianza, necesitamos demostrar a todos que hay un clima suficiente, y que la tierra vene-zolana es suficientemente amplia para que quepamos todos, siempre que vengan animados de una buena intención.
Debemos reconocer que el régimen lo manchó todo con sus negocios y maniobras. Por eso hubo violencia. Por eso desgraciadamente se produjeron algunos actos delictuosos, que pudieron crear un momento de alarma en todos los inmigrantes. El régimen no tuvo una política inmigratoria. El régimen no quiso valerse de los que venían buscando en Venezuela la tierra ancha y generosa y los utilizó como instrumentos al garete de sus maniobras y de sus perversiones.
Nosotros debemos decirles a los extranjeros que están en Venezuela, y a los que si-gan viniendo, que nuestras puertas están abiertas, que hay mucha tierra para trabajarla, que hay mucha oportunidad para hacer la grandeza del futuro, que aquí tienen un país libre y digno y que no acepta comerciar con la vergüenza nacional, pero que extiende los brazos abiertos a los que quieran venir a mezclar su sudor con el nuestro, a los que quieran poner su brazo con el nuestro, a los que quieran encorvarse sobre nuestra tierra como los venezolanos. A los que quieran aportar su inteligencia, sus iniciativas, sus energías en el comercio, en la industria o en la agricultura, los consideramos como hombres dignos de ganarse el cariño, la simpatía y la voluntad de los venezolanos.
[Las tiranías ofrecen una paz falsa]
Y los hombres de empresa espero que no olvidarán esta lección: la paz que ofrecen las tiranías es una paz efímera y falsa. Las tiranías se ufanan de que ofrecen a los hombres de empresa un clima favorable para desarrollar sus negocios, y los hombres de empresa pueden sucumbir a la tentación de apoyar las tiranías mientras sus balances anuales les re-presenten jugosas partidas de utilidades.
Es necesario que sepan que la tiranía da una paz falsa de pozo en que las aguas se pudren. Que la tiranía crea un clima de rencores, que se necesita la generosidad y la madu-rez política de un pueblo como el de Venezuela para que, a raíz de ganarse su libertad, dé este ejemplo de pacifismo, de orden y de comprensión que los venezolanos están dando.
Que sepan, pues, los hombres de negocios que deben buscar la paz en la realidad de la vida espontánea del pueblo; que deben discutir sus asuntos con los trabajadores, que de-ben someterse a las leyes, que deben reconocer los principios básicos que inspiran la vida nacional. Que los trabajadores están esperando reorganizar sus sindicatos, reorganizar su fuerza, que los represente y defienda; pero creo que la lección ha sido lo suficientemente dura como para que los trabajadores organicen sus sindicatos sin sectarismos, sin banderías políticas, entregados a la defensa de los genuinos derechos del trabajador y, al mismo tiem-po, dirigidos por hombres ya maduros, que han visto en otros pueblos, que han podido es-tudiar cómo los sindicatos fuertes no se hacen de la guachafita irresponsable, sino del traba-jo circunspecto, serio, firme, ordenado y coordinado de las masas obreras.
[A la conquista de la nueva Venezuela]
Todos, pues, venezolanos, a la conquista de la nueva Venezuela. Vamos a inspirar confianza. Habrá hondas reformas que hacer, pero sería insensato comenzar a hacerlas a la loca, irresponsablemente, para sembrar pánico y crear inconformidad y plantear crisis económicas que puedan ser pretexto de nuevas perturbaciones nacionales. Vamos a hacer que los hombres que entiendan de los problemas fundamentales se reúnan y los estudien. Dirigentes de partidos, dirigentes sindicales, hombres de empresa, técnicos de la economía: vamos a estudiar esos problemas y vamos a afrontar los más necesarios y los más funda-mentales. Vamos a irlos llevando con calma, con serenidad y con conciencia, sin apresura-miento, por esta libertad que hemos conquistado. Sería muy triste que se nos fuera a acabar en unos meses.
Sólo me queda decirles a ustedes que la impresión que traigo es también de honda satisfacción. Todos estamos dando muestras de que lo que teníamos estaba muy adentro, de que no estamos jugando un carnaval político que va a acabar en un miércoles de ceniza.
Pero les confieso a ustedes que he leído con satisfacción las declaraciones de la Jun-ta de Gobierno. La Junta Patriótica, que ha sido la expresión de la voluntad popular, que ha sido una representación de las angustias, deseos y aspiraciones del pueblo, ha hecho bien en ir dando confianza a quienes le ofrecen lo que están obligados a cumplir. No debemos pen-sar en que pueda haber mala fe en estas promesas; pero más que esto, ya que la política no vive de las confianzas en personas, por seres que accidentalmente desempeñan cargos públicos, debemos crear un clima civil que haga imposible que se desvíe el camino que se va trazando. Aquí estamos, venezolanos, con la alegría de podernos mirar cara a cara, con la alegría de poder decir que hemos sido fieles a la verdadera causa de la Patria grande. Aquí estamos nosotros, y podemos decirle al mundo que si en Venezuela hubo hechos de violencia, todos esos hechos de violencia recaen sobre la cabeza del dictador y de sus con-sejeros.
[El pueblo esperó con serenidad ejemplar]
El pueblo llegó a la violencia cuando le cerraron todas las puertas de la transición pacífica. El pueblo de Venezuela esperó con serenidad ejemplar, y estaba dispuesto a alla-narse a cualquier solución que abriera campos a sus anhelos y que restableciera las bases de la gran dignidad nacional.
Pérez Jiménez fue el encargado de cerrar, de darle con la puerta en las narices a todo aquel que pudiera abrir una salida decorosa, la que menos costara a la Patria, la que menos zozobra causara. Cerró todas las puertas, y fue cuando todos los caminos pacíficos se cerra-ron, cuando el pueblo provocado e injuriado, y vejado desde los voceros oficiales, hizo acto de presencia y para demostrar que tenía los pantalones muy bien puestos.
Día tras día los editoriales de El Heraldo provocaban al pueblo, diciendo que la prueba de que el pueblo de Venezuela no tenía una preparación política era que aceptaba los vejámenes oficiales sin haberse rebelado en la calle. Y el pueblo de Venezuela soportó una provocación tras otra, hasta que llegó el momento de confrontar la hombría de cada quien, y ahora es a esa Venezuela a quien le toca contestar: ¿Dónde estaba la hombría: en el pueblo sufrido, que soportaba la injuria en silencio, o en aquellos hablachentos a quienes les faltaron alas en los aviones para poner mar de por medio a la hora de ajustar las cuentas? Yo recuerdo, ya para terminar estas palabras que están largas: perdonen ustedes que la emoción se ha desbordado por mis labios y no he podido contenerme; yo recuerdo que en uno de esos editoriales se dijo que los partidos en Venezuela no alcanzaban juntos para llenar el cine Pastora; por lo visto el cine Pastora como que se ha ensanchado un poco en estos días.
El régimen pasado, señores, murió de cobardía. El plebiscito fue una cobardía. La negación de toda lucha fue una cobardía. El encarcelamiento y el exilio de los dirigentes políticos fue una cobardía. El régimen tenía miedo. No quería atreverse ni siquiera a unas elecciones amañadas, porque sabía que sin propaganda, con censura, sin mítines, con que nos dieran el derecho a meter una tarjeta en el sobre y de mandar un testigo a las urnas elec-torales, los habríamos derrotado sin remedio.
Ahora, en este momento, yo debo dar gracias, agradecerles a ustedes este recibi-miento magnífico. Agradecerle a la Junta Patriótica el honor que me ha hecho de venir a este acto, a presidirlo y a pronunciar tan hermosas palabras de bienvenida. El honor que me hecho Jóvito Villalba y su gente. Al que me hiciera Rómulo Betancourt y su gente también, recibiéndome juntos en manifestación de venezolanidad en el aeropuerto de Nueva York, haciendo que yo no pudiera sentir mis cortos días de exilio, porque encontré a Venezuela allá viva y bulliciosa y unida.
[Vamos a ganar la batalla]
En este momento de dar gracias a los que han sufrido, en este momento de rendir mi tributo de homenaje a los héroes caídos en la liberación; en este momento de hacer llegar mi voz de simpatía a los hogares que están huérfanos, donde hay viudas y madres que lloran hijos, hermanos, esposos, caídos en la lucha por la libertad; en este momento de dar gracias, yo vengo a pedir. Doy las gracias pidiendo. Quiero pedirle al pueblo: vamos a ganar la batalla del trabajo; vamos a ganar la batalla de la libertad; vamos a ganar la batalla de la economía próspera de Venezuela. En los periódicos del mundo, pagados por el erario nacional, se ha venido sembrando la leyenda de que la riqueza de Venezuela, aquella rique-za aldeana, de nuevo rico, con que se nos quería presentar para ofender a los demás, era producto de la tiranía. Es necesario que demostremos que esa riqueza es producto de los dones que Dios puso en las entrañas de la tierra y el músculo y el cerebro de los venezola-nos, sobre esta misma tierra generosa. Esa riqueza vamos a desarrollarla ahora, no para que se la cojan los ladrones, sino para satisfacer las necesidades de los humildes.
[La libertad es la base de la grandeza]
Es el momento de volver, dentro de la alegría, a la necesaria serenidad. Es el mo-mento de demostrar de nuevo la madurez política del pueblo de Venezuela. Es el momento de tener confianza en los hombres que tienen que ocuparse de los partidos, de los sindica-tos, de los Ministerios, en los cargos públicos, en los cargos técnicos, en las empresas, en los problemas nacionales.
No todo será perfecto desde el primer momento, pero por lo menos tenemos de aho-ra en adelante el derecho de hablar, el derecho de reclamar, la tranquilidad de ir por la calle sin que nos sigan los espías de la Seguridad hasta nuestros hogares.
El régimen decía que estaba trabajando por una Venezuela grande y próspera. La Venezuela grande y próspera no podía existir mientras no existiera la Venezuela libre. La libertad es la base de la grandeza y de la prosperidad. Hemos conquistado, venezolanos, el don inestimable de la libertad. Ahora nosotros mismos debemos conquistar el don de la prosperidad y de la grandeza de la Patria. Unidos todos, no con amapuches de embuste, cada uno en su posición, cada uno con sus ideas; pero todos encontrando que por encima de las propias ideas hay una superior. Que por encima de las propias aspiraciones hay aspira-ciones comunes, y esas aspiraciones comunes se presentan en la grandeza verdadera, digna y libre de la Patria amada de Venezuela.
Parece un sueño. Hace menos de dos semanas dejaba yo la Patria por imposición de la tiranía, en medio de una noche que parecía negra y tenebrosa, y hoy estoy encontrando a la Patria en este día hermoso de libertad. Era negra lo noche, pero ya los relámpagos ame-nazadores de justicia y de ira habían puesto presente la voluntad del pueblo, que iba a la conquista de su dignidad. Y cuando Venezuela salió, y cuando Venezuela hizo acto de pre-sencia, y cuando Venezuela se ganó el cariño de los pueblos de América y la admiración del mundo, fue porque el pueblo de Venezuela ya tenía hecha hace tiempo su decisión y estaba esperando con paciencia, pero no con cobardía ni con complicidad, el momento de rebelarse.
Yo no quiero caer en el lugar común, como lo han hecho todos los tiranos, de querer poner a sus regímenes despóticos junto a la gloria de los libertadores; pero sí puedo decir, porque es convicción honda que tengo, que nunca, después de los días gloriosos de la Inde-pendencia, Venezuela ha estado tan presente, tan admirada y tan querida en el continente americano.
El milagro de Venezuela ha marcado la hora de América; el milagro de Venezuela ha causado la admiración de todos. Y se preguntan: “¿De dónde salió aquel bravo pueblo del Himno Nacional, que parecía perdido?” ¿De dónde salió? De las jornadas gloriosas en que niños, mujeres y hombres de todas las clases sociales, con botellas y piedras, en La Charneca o en El Guarataro ofrendaron su tributo de sangre y de vidas anónimas, para ganar el puesto del decoro de enero del 58. Ese pueblo estaba aquí, trabajando afanosamente por la causa de su libertad. Cuando aquí venían periodistas extranjeros, cuando llegaba gente de otros climas y manifestaban la impresión de que Venezuela estaba muerta, de que estábamos entregados de manos y pies, ante la voluntad caprichosa del tirano, podríamos decirles, y decíamos con optimismo, que el pueblo de Venezuela estaba entero y rebelde, soportando y esperando, esperando el momento con una clarividencia maravillosa. Día a día, año tras año, la lucha de Venezuela fue constante por su libertad. Y cuando sale la macabra historia de los crímenes del régimen pasado hay que decir, con la frente muy alta, que más que la historia de esos crímenes, ésa es la historia del heroísmo anónimo del pueblo, que dio víctimas a las fauces de la tiranía, y que tras cada baja tenía reemplazo para asumir el puesto del riesgo, el del sacrificio y el de la renunciación.
¿Por qué estaban llenas las cárceles? Porque había carne noble para llenarlas. Estu-vieron a merced de los que quisieron cometer crímenes los cuerpos, pero no las almas re-beldes de los venezolanos, que estaban librando, día a día, la batalla de su porvenir. Cada estudiante, cada trabajador, cada dirigente que iba a la cárcel era víctima de atropellos, de torturas y de indignidades, pero nunca quedó un puesto vacío; tras de él estaba otro dispuesto a correr el mismo riesgo, a sufrir la misma suerte, a ratificar la misma actitud, a restablecer para siempre la democracia en Venezuela.
No es, pues, el milagro de una semana ni de dos: es el milagro de largos años de sufrimiento y de rebeldía, de ignorada y callada rebeldía, porque ni siquiera nosotros, a veces, podíamos saber cuántos y quiénes estaban en las cárceles. Era el esfuerzo diario, era de resistencia constante, era la actitud insobornable y anónima, frente a los millones del Fisco puestos en función de deformación y de vergüenza para un pueblo que tiene derecho a una vida mejor.
Y este pueblo, que supo conservarse en medio de la noche; y este pueblo maduro que supo esperar el momento propicio para salir al frente con toda la reserva de nobleza que tenía, este pueblo está disfrutando, para siempre, de esta atmósfera de libertad.
La consigna básica de los venezolanos tiene que ser: “Pérez, el último tirano”.
El tirano recién derrocado fue el que cerró la historia de la ignominia, y no habrá nunca nadie tan ciego, tan perverso, que sea capaz de repetir la aventura suicida, sabiendo que Venezuela en casos como éstos sabe dar al mundo la lección más hermosa, más íntegra de una absoluta y total unidad.
[Los estudiantes fueron la llama de la libertad]
Por esa unidad, los estudiantes fueron la llama de la libertad. Ellos salieron a la calle a librar las primeras batallas, cuando el triunfo parecía imposible. Ellos salieron a aprender la lección de la Patria, porque la fuerza de los estudiantes fue un gesto constructivo para la nacionalidad, que debe aprender la primera lección, la básica lección, que es la lección de la decencia y de la ciudadanía.
Los estudiantes de todas las universidades, oficiales y privadas, hermanados en un solo abrazo, salieron a dar el toque de clarín; salieron a avisarle a Venezuela que ya el mo-mento había llegado. Ellos fueron el canto del gallo en la madrugada de la libertad. Y si de alguna cosa debemos sentirnos orgullosos, es de haber rescatado la generación. Si el régimen depuesto hubiera continuado, ésa hubiera sido la generación del rock and roll, la generación de la ruleta rusa, la generación de los actos de corrupción, la generación que estaba preparándose para asaltar organizadamente el Tesoro Nacional. De la conciencia de esa generación no se podrá borrar ahora el recuerdo de esos días memorables, no habrá ninguno de ellos que sea capaz de apartar de su conciencia, ante el camino, el recuerdo de este impe-rativo de Patria, que se hizo presente en ellos en el alborear de la nueva Venezuela.
[Las mujeres]
De nuevo las mujeres, las madres que tenían hogares que cuidar, las esposas que te-nían maridos que atender, las maestras, las estudiantes, todas las que salieron a las calles a demostrar que, cuando tenían iguales derechos, era porque estaban convencidas de que ten-ían iguales deberes, y de que si habían reivindicado para sí el derecho supremo del voto, también estaban dispuestas a afrontar la barbarie desencadenada y a presentar sus carnes limpias ante el plan de machete, para aportar con ello la piedra básica del monumento a la nueva Venezuela.
[La Iglesia Católica]
Y luego la Iglesia, la Iglesia Católica, que no es, no puede ser ni será nunca un par-tido político, pero que hoy ha sido y tendrá que ser la depositaria de una doctrina, porque si en el mundo se habla hoy de los derechos de la persona humana, si en el mundo se habla hoy de civilización cristiana, es porque hay una doctrina de la que es su depositaria; y cuando la Iglesia sale a defender la base de la libertad, está cumpliendo su deber.
Que haya sido la señal de los tiranos la que haya llevado a las personas de los ecle-siásticos a las cárceles y la que haya atropellado las iglesias, mejor para Venezuela y mejor para la Iglesia venezolana. La Iglesia está al lado del pueblo sin denominación de partidos, al lado de su vida, convencida y demostrando para siempre que la religión no es planta que pueda desarrollarse con lozanía a la sombra corruptora de los poderosos; que la religión es una planta que necesita sol de caridad y necesita el riego y la sangre del corazón de los humildes para que pueda ser grata al apóstol de los campos abandonados de la humanidad.
[Los que no militan en partidos políticos]
Y luego los hombres y mujeres que no forman parte de los partidos políticos, los que no habían querido, por razones más o menos valederas, someterse a la disciplina de organización partidaria, ellos salieron también a asumir su responsabilidad, y se han ganado en esta jornada la ratificación del principio: profesionales, economistas, industriales, hom-bres de la calle, empleados y trabajadores, sin denominación política, todos tenemos un deber político fundamental y ellos han cumplido con su deber. Que haya una vida decente en la nación. Y yo no les pide que abandonen su posición para ingresar activamente en el profesionalismo político; que lo vayan haciendo aquellos que se sientan convencidos de ser llamados a esta actividad; pero los que siguen siendo independientes, los que sigan diciendo que no les interesa la política, tienen que aprender a entenderla en estas jornadas como un deber fundamental: el de establecer la garantía de los derechos humanos, el respeto a la personalidad de cada uno para que se pueda vivir con paz y seguridad.
[Las Fuerzas Armadas]
Y luego, venezolanos que me oís, las Fuerzas Armadas. No creáis que hay ninguna institución que haya sufrido más en el quinquenio de Pérez Jiménez, que sin ser el instru-mento de la opresión, fueron puestas por el dictador como una mampara para atraer el odio popular contra el Ejército. Sólo la lealtad de los militares, de los oficiales de la Aviación y de la Armada al ponerse al lado del pueblo, es la que ha salvado a la institución armada y la ha colocado donde debe estar, como una institución profesional, noble y legítima, compacta y unida, firme en sus postulados, defendiendo las libertades y respaldando la voz popular.
Los dictadores de hoy, que pretenden hacer del Ejército una máquina que no sienta ni oiga, ni vea; un autómata, un robot en sus manos, dispuesto a cometer todos los atrope-llos; los dictadores no entienden que los militares son hombres que callan por jerarquía y disciplina militar, pero que oyen, porque no pueden menos que oír el latido del corazón del pueblo; son hombres que tienen amigos y tarde o temprano tienen que reflejar el sentimiento que domina la nación. Por eso, cuando se trata de buscar explicación al movimiento armado, que comenzó el primero de enero en Maracay y continuó en la Marina y culminó el 23 de enero con la salida de Pérez Jiménez, la única explicación que hay que darle es que el sentido nacional fue tan grande que no podía menos que penetrar en el seno de la institución armada. Era el reflejo del sentimiento nacional que no podía menos que llegar al corazón de militares que también eran venezolanos. Y de los militares, los más militares, los que sienten más su vocación, los que tengan más orgullo de su uniforme, tienen que ser precisamente los más respetuosos con su pueblo y los más amantes de los principios fundamentales. Porque la institución armada tiene que nacer para respaldar esta base fundamental de la Patria, y todos los que estudian a fondo la defensa militar de un pueblo, entienden que el Ejército sin pueblo no puede nada y que el Ejército es fuerte cuando es la expresión de la voluntad del pueblo y tiene tras de sí al pueblo para respaldarlo.
[Que Pérez Jiménez sea el último tirano]
Todos, pues, venezolanos; todos, pues, pueblo hermoso de Caracas, que ha salido por la defensa del Himno Nacional no sólo porque volvió a nacer el bravo pueblo, sino por-que volvió a tocar la clarinada y percibir la consigna: seguid el ejemplo que Caracas dio. Todos, pues, pueblo de Venezuela, estudiantes y obreros, profesionales y comerciantes, sacerdotes, artistas, mujeres, periodistas; todos los que han luchado para ganar esta jornada histórica, el compromiso fundamental que tenemos es el que había dicho antes: que Pérez Jiménez sea definitivamente, para la historia de Venezuela, el último tirano. Y para que sea Pérez Jiménez en la historia el último tirano, el deber de cada uno de nosotros no está cum-plido todavía: tenemos que destruir la tesis sociológica del gendarme necesario, tenemos que acabar con la idea de que este pueblo es incapaz de hacer su grandeza si no gime bajo la bota de un tirano; tenemos que ganarle a Vallenilla la pelea con nuestro ejemplo, creando un orden legítimo y noble, demostrando que la paz no es la imposición de la voluntad de los bárbaros, sino emanación espontánea de la voluntad libre y soberana de un pueblo. Y ése es, venezolanos que me estáis escuchando, ése es el mensaje fraterno que yo traigo para todos en esta hermosa hora de júbilo para la Patria venezolana.
Hemos ganado la batalla de la libertad. Tenemos que ganar ahora la batalla de la paz. Tenemos que ganar la batalla del trabajo. Tenemos que ganar la batalla de la grandeza de la Patria.
Hace algunos años, un venezolano ilustre, colocado en una alta magistratura; un hombre, por cierto, de ideas políticas distintas a las mías, pero que me profesaba y a quien profeso una gran simpatía personal, me decía con una expresión terrible de desencanto: “Este pueblo sabe temer, pero no sabe obedecer”. El pueblo de Venezuela se ha lavado esa mancha: ha demostrado que no sabe temer, y ahora tiene que demostrar, como ha empezado a demostrarlo, que sabe obedecer.
El pueblo que no pudo ser dominado por la fuerza ni con los miles de millones del presupuesto nacional, es el que tiene que respaldar ahora a sus autoridades, a sus dirigentes políticos, a los hombres que al frente de los sindicatos, de las organizaciones económicas y de todas las fuerzas nacionales tienen la responsabilidad de discutir y de trazar el camino. Este pueblo, noble y heroico, tiene que ser el pueblo vigilante y sereno. Que no se diga que porque Pérez Jiménez se fue ya nadie trabaja en Venezuela; que no se diga que el mangua-reo es enfermedad de la democracia y que es necesario el sable desnudo, inclemente sobre el cuerpo, para poder cumplir con el deber de hacer la grandeza nacional. Tenemos que entregarnos al trabajo, trabajar más que antes, ahora que los dineros del pueblo pueden in-vertirse en beneficio del pueblo. Ahora es cuando debemos demostrar que Venezuela no era grande por Pérez Jiménez sino a pesar de Pérez Jiménez.
[Los partidos políticos]
Es un hermoso y noble deber el que tenemos y los partidos políticos creo que hemos entendido la responsabilidad que tenemos en este momento en Venezuela. La propaganda de la dictadura quería hacer de los partidos una especie de lepra política, que manchaba al que estaba adhiriéndose a ellos. En los corredores de la Seguridad encontrábamos gente que decía, como para justificar su historia: “Yo no he pertenecido nunca a un partido político”, como para decir “yo no he cometido nunca semejante delito”. Y mientras tanto, los partidos estaban cumpliendo su deber serenamente, silenciosamente, abnegadamente, en algunos casos heroicamente, soportando la persecución y manteniendo un clima de resistencia espi-ritual que hizo posible las jornadas brillantes de enero. Estos partidos políticos, a la hora de la liberación, no han venido a ver quién va a sacar la tajada más grande; no han venido a pedir puestos ni prebendas; no han venido a atizar odios ni venganzas. Están presentes, de-poniendo diferencias legítimas y tratando de encontrar una fórmula que nos una a todos para dar otro ejemplo que sea digno del ejemplo de enero, diciéndole al mundo que Vene-zuela fue a unas elecciones y organizó su período constitucional y los partidos políticos fueron lo suficientemente nobles, lo suficientemente generosos para callar diferencias y ponerse todos de acuerdo, dándole a la Patria la paz que ahora necesita.
Este pueblo que ha sufrido y gozado también, porque sintió el dolor de la amargura pero sintió la satisfacción de su triunfo incomparable; este pueblo que ofrendó héroes anó-nimos en los barrios y en las calles de Caracas, en toda Venezuela; este pueblo tiene que ser ahora el mismo pueblo que obedezca a los boy scouts en las calles y que sin policía mantiene el orden público. Este pueblo debe saber que el mejor monumento que podemos levantar, porque se levantarán sin duda monumentos hermosos artísticamente, pero a pesar de todo, el mejor monumento que se puede levantar a los mártires de la liberación es crear en Venezuela un pedestal sólido de verdadera, efectiva grandeza.
[Venezuela tiene derecho a ser gobernada democráticamente]
El mundo entero está pendiente de Venezuela; el mundo está admirado de Venezue-la; el mundo espera que Venezuela ahora sepa decirle que no sólo por la sangre, sino por el tesón y la voluntad, tiene derecho a ser gobernada democráticamente. Tenemos que inspirar confianza; que los hombres de empresa que vengan a establecer negocios, negocios lícitos, que no vengan a pretender manejarlos con la corrupción y el fraude; que los hombres que venga a establecer negocios lícitos y conformarse con ganancias justas, tendrán de nosotros apoyo, respeto, simpatía y consideración. Necesitamos desarrollarnos, necesitamos inspirar confianza, necesitamos demostrar a todos que hay un clima suficiente, y que la tierra vene-zolana es suficientemente amplia para que quepamos todos, siempre que vengan animados de una buena intención.
Debemos reconocer que el régimen lo manchó todo con sus negocios y maniobras. Por eso hubo violencia. Por eso desgraciadamente se produjeron algunos actos delictuosos, que pudieron crear un momento de alarma en todos los inmigrantes. El régimen no tuvo una política inmigratoria. El régimen no quiso valerse de los que venían buscando en Venezuela la tierra ancha y generosa y los utilizó como instrumentos al garete de sus maniobras y de sus perversiones.
Nosotros debemos decirles a los extranjeros que están en Venezuela, y a los que si-gan viniendo, que nuestras puertas están abiertas, que hay mucha tierra para trabajarla, que hay mucha oportunidad para hacer la grandeza del futuro, que aquí tienen un país libre y digno y que no acepta comerciar con la vergüenza nacional, pero que extiende los brazos abiertos a los que quieran venir a mezclar su sudor con el nuestro, a los que quieran poner su brazo con el nuestro, a los que quieran encorvarse sobre nuestra tierra como los venezolanos. A los que quieran aportar su inteligencia, sus iniciativas, sus energías en el comercio, en la industria o en la agricultura, los consideramos como hombres dignos de ganarse el cariño, la simpatía y la voluntad de los venezolanos.
[Las tiranías ofrecen una paz falsa]
Y los hombres de empresa espero que no olvidarán esta lección: la paz que ofrecen las tiranías es una paz efímera y falsa. Las tiranías se ufanan de que ofrecen a los hombres de empresa un clima favorable para desarrollar sus negocios, y los hombres de empresa pueden sucumbir a la tentación de apoyar las tiranías mientras sus balances anuales les re-presenten jugosas partidas de utilidades.
Es necesario que sepan que la tiranía da una paz falsa de pozo en que las aguas se pudren. Que la tiranía crea un clima de rencores, que se necesita la generosidad y la madu-rez política de un pueblo como el de Venezuela para que, a raíz de ganarse su libertad, dé este ejemplo de pacifismo, de orden y de comprensión que los venezolanos están dando.
Que sepan, pues, los hombres de negocios que deben buscar la paz en la realidad de la vida espontánea del pueblo; que deben discutir sus asuntos con los trabajadores, que de-ben someterse a las leyes, que deben reconocer los principios básicos que inspiran la vida nacional. Que los trabajadores están esperando reorganizar sus sindicatos, reorganizar su fuerza, que los represente y defienda; pero creo que la lección ha sido lo suficientemente dura como para que los trabajadores organicen sus sindicatos sin sectarismos, sin banderías políticas, entregados a la defensa de los genuinos derechos del trabajador y, al mismo tiem-po, dirigidos por hombres ya maduros, que han visto en otros pueblos, que han podido es-tudiar cómo los sindicatos fuertes no se hacen de la guachafita irresponsable, sino del traba-jo circunspecto, serio, firme, ordenado y coordinado de las masas obreras.
[A la conquista de la nueva Venezuela]
Todos, pues, venezolanos, a la conquista de la nueva Venezuela. Vamos a inspirar confianza. Habrá hondas reformas que hacer, pero sería insensato comenzar a hacerlas a la loca, irresponsablemente, para sembrar pánico y crear inconformidad y plantear crisis económicas que puedan ser pretexto de nuevas perturbaciones nacionales. Vamos a hacer que los hombres que entiendan de los problemas fundamentales se reúnan y los estudien. Dirigentes de partidos, dirigentes sindicales, hombres de empresa, técnicos de la economía: vamos a estudiar esos problemas y vamos a afrontar los más necesarios y los más funda-mentales. Vamos a irlos llevando con calma, con serenidad y con conciencia, sin apresura-miento, por esta libertad que hemos conquistado. Sería muy triste que se nos fuera a acabar en unos meses.
Sólo me queda decirles a ustedes que la impresión que traigo es también de honda satisfacción. Todos estamos dando muestras de que lo que teníamos estaba muy adentro, de que no estamos jugando un carnaval político que va a acabar en un miércoles de ceniza.
Pero les confieso a ustedes que he leído con satisfacción las declaraciones de la Jun-ta de Gobierno. La Junta Patriótica, que ha sido la expresión de la voluntad popular, que ha sido una representación de las angustias, deseos y aspiraciones del pueblo, ha hecho bien en ir dando confianza a quienes le ofrecen lo que están obligados a cumplir. No debemos pen-sar en que pueda haber mala fe en estas promesas; pero más que esto, ya que la política no vive de las confianzas en personas, por seres que accidentalmente desempeñan cargos públicos, debemos crear un clima civil que haga imposible que se desvíe el camino que se va trazando. Aquí estamos, venezolanos, con la alegría de podernos mirar cara a cara, con la alegría de poder decir que hemos sido fieles a la verdadera causa de la Patria grande. Aquí estamos nosotros, y podemos decirle al mundo que si en Venezuela hubo hechos de violencia, todos esos hechos de violencia recaen sobre la cabeza del dictador y de sus con-sejeros.
[El pueblo esperó con serenidad ejemplar]
El pueblo llegó a la violencia cuando le cerraron todas las puertas de la transición pacífica. El pueblo de Venezuela esperó con serenidad ejemplar, y estaba dispuesto a alla-narse a cualquier solución que abriera campos a sus anhelos y que restableciera las bases de la gran dignidad nacional.
Pérez Jiménez fue el encargado de cerrar, de darle con la puerta en las narices a todo aquel que pudiera abrir una salida decorosa, la que menos costara a la Patria, la que menos zozobra causara. Cerró todas las puertas, y fue cuando todos los caminos pacíficos se cerra-ron, cuando el pueblo provocado e injuriado, y vejado desde los voceros oficiales, hizo acto de presencia y para demostrar que tenía los pantalones muy bien puestos.
Día tras día los editoriales de El Heraldo provocaban al pueblo, diciendo que la prueba de que el pueblo de Venezuela no tenía una preparación política era que aceptaba los vejámenes oficiales sin haberse rebelado en la calle. Y el pueblo de Venezuela soportó una provocación tras otra, hasta que llegó el momento de confrontar la hombría de cada quien, y ahora es a esa Venezuela a quien le toca contestar: ¿Dónde estaba la hombría: en el pueblo sufrido, que soportaba la injuria en silencio, o en aquellos hablachentos a quienes les faltaron alas en los aviones para poner mar de por medio a la hora de ajustar las cuentas? Yo recuerdo, ya para terminar estas palabras que están largas: perdonen ustedes que la emoción se ha desbordado por mis labios y no he podido contenerme; yo recuerdo que en uno de esos editoriales se dijo que los partidos en Venezuela no alcanzaban juntos para llenar el cine Pastora; por lo visto el cine Pastora como que se ha ensanchado un poco en estos días.
El régimen pasado, señores, murió de cobardía. El plebiscito fue una cobardía. La negación de toda lucha fue una cobardía. El encarcelamiento y el exilio de los dirigentes políticos fue una cobardía. El régimen tenía miedo. No quería atreverse ni siquiera a unas elecciones amañadas, porque sabía que sin propaganda, con censura, sin mítines, con que nos dieran el derecho a meter una tarjeta en el sobre y de mandar un testigo a las urnas elec-torales, los habríamos derrotado sin remedio.
Ahora, en este momento, yo debo dar gracias, agradecerles a ustedes este recibi-miento magnífico. Agradecerle a la Junta Patriótica el honor que me ha hecho de venir a este acto, a presidirlo y a pronunciar tan hermosas palabras de bienvenida. El honor que me hecho Jóvito Villalba y su gente. Al que me hiciera Rómulo Betancourt y su gente también, recibiéndome juntos en manifestación de venezolanidad en el aeropuerto de Nueva York, haciendo que yo no pudiera sentir mis cortos días de exilio, porque encontré a Venezuela allá viva y bulliciosa y unida.
[Vamos a ganar la batalla]
En este momento de dar gracias a los que han sufrido, en este momento de rendir mi tributo de homenaje a los héroes caídos en la liberación; en este momento de hacer llegar mi voz de simpatía a los hogares que están huérfanos, donde hay viudas y madres que lloran hijos, hermanos, esposos, caídos en la lucha por la libertad; en este momento de dar gracias, yo vengo a pedir. Doy las gracias pidiendo. Quiero pedirle al pueblo: vamos a ganar la batalla del trabajo; vamos a ganar la batalla de la libertad; vamos a ganar la batalla de la economía próspera de Venezuela. En los periódicos del mundo, pagados por el erario nacional, se ha venido sembrando la leyenda de que la riqueza de Venezuela, aquella rique-za aldeana, de nuevo rico, con que se nos quería presentar para ofender a los demás, era producto de la tiranía. Es necesario que demostremos que esa riqueza es producto de los dones que Dios puso en las entrañas de la tierra y el músculo y el cerebro de los venezola-nos, sobre esta misma tierra generosa. Esa riqueza vamos a desarrollarla ahora, no para que se la cojan los ladrones, sino para satisfacer las necesidades de los humildes.
[La libertad es la base de la grandeza]
Es el momento de volver, dentro de la alegría, a la necesaria serenidad. Es el mo-mento de demostrar de nuevo la madurez política del pueblo de Venezuela. Es el momento de tener confianza en los hombres que tienen que ocuparse de los partidos, de los sindica-tos, de los Ministerios, en los cargos públicos, en los cargos técnicos, en las empresas, en los problemas nacionales.
No todo será perfecto desde el primer momento, pero por lo menos tenemos de aho-ra en adelante el derecho de hablar, el derecho de reclamar, la tranquilidad de ir por la calle sin que nos sigan los espías de la Seguridad hasta nuestros hogares.
El régimen decía que estaba trabajando por una Venezuela grande y próspera. La Venezuela grande y próspera no podía existir mientras no existiera la Venezuela libre. La libertad es la base de la grandeza y de la prosperidad. Hemos conquistado, venezolanos, el don inestimable de la libertad. Ahora nosotros mismos debemos conquistar el don de la prosperidad y de la grandeza de la Patria. Unidos todos, no con amapuches de embuste, cada uno en su posición, cada uno con sus ideas; pero todos encontrando que por encima de las propias ideas hay una superior. Que por encima de las propias aspiraciones hay aspira-ciones comunes, y esas aspiraciones comunes se presentan en la grandeza verdadera, digna y libre de la Patria amada de Venezuela.
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entrevistas y otros
Discurso pronunciado por Rómulo Betancourt al regresar al país, una vez derrocada la dictadura de Pérez Jiménez // 9 de febrero de 1958
Conciudadanos, Miembros de la Junta Patriótica, Compañeros y Compañeras de Partido:
Domino mi emoción para este reencuentro. Regreso a trabajar con mi Partido y con el pueblo para ayudar a establecer definitivamente en Venezuela el régimen democrático y representativo, para que ya no suframos otra vez la vergüenza y la humillación colectiva de los diez años del oprobio, esos que desaparecieron en la madrugada gloriosa del 23 de enero.
Fue esta lucha final la culminación de un proceso de resistencia a la opresión que se inició el propio 25 de noviembre de 1948. Hombres de todos los partidos políticos y sin militancia en ellos, demostraron en las cárceles, en los campos de concentración de Guasina y Sacupana y en el exilio, que en este país estaba viva la pasión por la libertad, y que llegado el momento el pueblo venezolano se uniría, como se unió, para realizar esa gloriosa epopeya de la reconquista de la libertad.
Decía que cuando se produjo la insurrección popular del 21 al 23 de enero, ya había sido precedida por la rebelión de Maracay del 10 de enero, y era perfectamente previsible que en el momento decisivo del gran choque entre la dictadura superarmada y el pueblo, los sectores institucionalistas de las Fuerzas Armadas le darían la espalda al tirano para tenderle la mano al pueblo. No es ésta una apreciación a posterior. Por el conocimiento directo que tuve de la oficialidad de las distintas armas durante la época en que ejercí la Presidencia de la República, adquirí la convicción de que en mis compatriotas de uniforme había reservas de patriotismo, de verdadero espíritu institucional; y esta afirmación la hago porque el peor de los errores –crimen más que error– sería adoptar actitudes que contribuyan a alimentar la prédica que durante diez años se hizo en los cuarteles, de que había un abismo insalvable entre la Venezuela que viste uniforme y los seis millones de compatriotas que visten de civil.
Estas cuestiones fueron objeto de discusión y análisis, como los otros temas de la problemática nacional, en los diálogos realizados con Rafael Caldera y Jóvito Villalba, esas dos grandes figuras de la democracia nacional, exiliados como yo en la ciudad de Nueva York. Y cuando llegó a esa ciudad el General López Contreras, durante muchas horas discutimos con él, y también encontramos en el ex Presidente un hombre fundamentalmente interesado en que en este país se asiente la democracia definitivamente.
Y no vacilo en decir que si una muerte prematura no lo hubiera arrebatado del mundo de los vivos, con el ex Presidente Medina Angarita hubiéramos podido discutir sobre los problemas de Venezuela, con ánimo sincero de buscarles soluciones razonables.
Es que nos hemos convencido todos de que el canibalismo político, la encendida pugnacidad de la lucha política, le barre el camino a la barbarie para que irrumpa y se apodere de la República.
Al expresarme así no estoy definiendo una actitud de carácter personal. Estoy ratificando una línea de partido, del Partido Acción Democrática, adelantada en su primer manifiesto a la Nación.
Dejamos en la dura lucha muchos compañeros, inolvidables, caídos en las calles, en las cárceles, en el exilio, en las cámaras de torturas, en los campos de concentración. Permítanme, compatriotas, que no los recuerde por sus nombres, porque la voz se me quebraría de dolor. Pero es en nombre de esos que cayeron en el frente de batalla de la dignidad nacional, y en nombre de nuestra propia responsabilidad, que afirmo enfáticamente que no regresamos a la vida pública con ansias de venganza; que no regresamos a la lucha política legal — porque en ningún momento desapareció la terca y obstinada lucha clandestina de la resistencia — con impaciencias ni apetitos de gobierno. Estamos interesados fundamentalmente en una tregua política, en que los partidos ni siquiera saquen sus multitudes a las calles, sino que realicen dentro de sus locales cerrados sus tareas de organización, y que cuando pueda comenzar un debate público, que se eliminen definitivamente el odio, el insulto y la procacidad. Discusión de altura, como hubiera dicho nuestro inolvidable Andrés Eloy.
Frente al régimen establecido en el país, nuestra posición ha sido definida dentro del vasto bloque de corrientes de opinión integradas en las filas de la Junta Patriótica, recientemente ampliada. Aquí ratificamos que le estamos dando desde la calle un apoyo real a la Junta de Gobierno. Y le pedimos al pueblo de Venezuela que adopte una actitud de vigilante defensa de los valores esenciales de la vida democrática, pero una actitud sin impaciencias. No olvidemos que el régimen derrocado, de cuyo titular no quiero acordarme y menos nombrarlo aquí, que ese régimen de los prófugos. dejó a este país con hondas lesiones en su vida institucional, en su vida política y en su vida económica, en su moral pública y hasta en su moral privada; que Venezuela en estos momentos es como un convaleciente que acaba de atravesar una crisis, y es deber de todos los venezolanos, mucho más de los partidos políticos, deber particularmente acuciante en hombres como yo, que he tenido el honor y la responsabilidad de gobernar a este país, el de sumar todas nuestras fuerzas para ayudar a la Junta de Gobierno a que haga frente a los muchos problemas que dejó, como mala herencia, el régimen derrocado.
Considero que debemos encarar una cuestión previa en este país: la de hacer un examen de conciencia sobre lo que en definitiva somos. Una propaganda sistemática y nacida de la megalomanía del dictador pretendió presentarnos no sólo como el primer país de América Latina, sino como uno de los primeros del mundo en lo relativo a bienestar social, a prosperidad económica y a desarrollo de la producción. Eso es falso,
Nuestro país ha crecido en una forma distorsionada. Tenemos una hermosa capital, ciudad-vitrina comparable a un pumpá de siete reflejos para un hombre que tuviera los pies descalzos. Porque la Venezuela de los Andes, de Oriente, de los Llanos, es la misma Venezuela atrasada, y la misma Venezuela paupérrima que existía antes.
Porque es bien sabido que hay dos Venezuelas: la de Caracas y el Litoral y de algunas zonas del centro del país; la Caracas del "5 y 6" y los edificios de 35 pisos. Y la otra, en la que el hambre es una danza patética, donde la mitad de la población escolar no puede concurrir a las escuelas, donde hay setecientos mil niños condenados a engrosar esa enorme legión de los analfabetas, que son sesenta de cada cien de los venezolanos. Es la Venezuela que ocupa el séptimo lugar entre los países de América Latina como consumidor de carnes. La Venezuela que consume menos zapatos que Chile, nación agobiada por la pobreza económica. Es la Venezuela que hay que incorporar a la producción y al consumo, y esto puede y debe hacerse sin necesidad de violencias, porque el país dispone de riquezas que bien administradas y racionalmente invertidas permitirían abolir la vergüenza de la extrema pobreza.
A este respecto debo manifestar la satisfacción con que he visto que las Cámaras de Producción y el Movimiento Sindical Unificado han iniciado conversaciones de mesa redonda para posibilitar reajustes en las relaciones obrero-patronales por la vía pacífica del entendimiento entre las partes, evitándose así una innecesaria y contraproducente ola de huelgas. Habrá pues, una tregua en el campo obrero como en el campo político.
Estos problemas de Venezuela se aprecian en dos zonas: los de índole político-administrativa, y los económicos y sociales. Los de índole político-administrativa se están ya afrontando en un sentido positivo: hay libertad de prensa, libertad de reunión, libertad de organización, y ya sobre las gentes del país no gravita la pesadilla de los espías de la Seguridad Nacional.
Se ha iniciado el proceso de rescate de la moral administrativa, y las medidas adoptadas ayer al iniciar el Gobierno actual la aplicación de la Ley de Enriquecimiento ilícito de Funcionarios Públicos, nos hacen prever esperanzados que no quedará impune el literal saqueó de los bienes de la Nación, realizado por "Alí Babá y los cuarenta ladrones".
Los problemas económicos y sociales son más de fondo, y si en algo puede servir mi modesta experiencia de hombre público, que ha pasado entre otras pruebas, por la de presidir un gobierno colegiado, quisiera opinar que ha llegado el momento de que los problemas de Venezuela, sean estudiados y analizados por un equipo de personas de todas las ideologías políticas, asesoradas por técnicos capaces, por economistas, por sociólogos, por ingenieros, etc., y que ese equipo elabore un plan escalonado para muchos años de las obras, jerarquizándolas por su necesidad; en fin, planificar a fin de forjar una Venezuela para siempre, y no una Venezuela transitoria, asentada sobre la movediza arena de una sustancia que se agota: el petróleo.
Ahora, conciudadanos, miembros de la Junta Patriótica, compañeros de Partido, voy a trasladarme con mi esposa, la que ha sido compañera abnegada, valerosa, en mis años de lucha... voy a trasladarme con ella al cementerio, y allí, a la vera de las tumbas de nuestros muertos inolvidables, elevaré mi espíritu para que nada tuerza mi decisión de ser dentro de Acción Democrática, y dentro de Venezuela, un hombre sin apetencias personales, sin ambiciones de Poder. Un hombre que en estos diez años de exilio luchó con más ardor que nunca, y no guiado por el odio hacia un hombre y su sistema, sino por la honda vergüenza de que a una patria de libertadores la humillaran, oprimieran y deshonraran.
Y les aseguro, compatriotas, con esa sinceridad que me conoce el pueblo (porque cuando he estado en la calle como cuando he estado en Miraflores he hablado con el mismo lenguaje claro, directo y franco), les aseguro que el 24 de enero, si no hubiera pensado en que tenía que cumplir un deber con mi país para ayudarlo a salir de su convalecencia –uno más entre los hombres de Venezuela empeñado en esta tarea–, me habría ido a Chicago a disfrutar la euforia del abuelo con el nieto que me regaló la vida.
Concluyo, compatriotas: hay momentos estelares en la vida de los pueblos. Grandes horas en el devenir de las naciones, Instantes en que un país realiza una cita con su propio destino. Uno de esos momentos cargados de posibilidades creadoras, similar al del año de 1810, lo está viviendo la Venezuela de hoy.
Que gobernantes y gobernados, hombres y mujeres de todas las clases sociales y de todas las ideologías políticas, cumplamos cabalmente con nuestro deber hacia la patria entrañablemente amada, para que esta magnífica oportunidad no se le frustre.
Domino mi emoción para este reencuentro. Regreso a trabajar con mi Partido y con el pueblo para ayudar a establecer definitivamente en Venezuela el régimen democrático y representativo, para que ya no suframos otra vez la vergüenza y la humillación colectiva de los diez años del oprobio, esos que desaparecieron en la madrugada gloriosa del 23 de enero.
Fue esta lucha final la culminación de un proceso de resistencia a la opresión que se inició el propio 25 de noviembre de 1948. Hombres de todos los partidos políticos y sin militancia en ellos, demostraron en las cárceles, en los campos de concentración de Guasina y Sacupana y en el exilio, que en este país estaba viva la pasión por la libertad, y que llegado el momento el pueblo venezolano se uniría, como se unió, para realizar esa gloriosa epopeya de la reconquista de la libertad.
Decía que cuando se produjo la insurrección popular del 21 al 23 de enero, ya había sido precedida por la rebelión de Maracay del 10 de enero, y era perfectamente previsible que en el momento decisivo del gran choque entre la dictadura superarmada y el pueblo, los sectores institucionalistas de las Fuerzas Armadas le darían la espalda al tirano para tenderle la mano al pueblo. No es ésta una apreciación a posterior. Por el conocimiento directo que tuve de la oficialidad de las distintas armas durante la época en que ejercí la Presidencia de la República, adquirí la convicción de que en mis compatriotas de uniforme había reservas de patriotismo, de verdadero espíritu institucional; y esta afirmación la hago porque el peor de los errores –crimen más que error– sería adoptar actitudes que contribuyan a alimentar la prédica que durante diez años se hizo en los cuarteles, de que había un abismo insalvable entre la Venezuela que viste uniforme y los seis millones de compatriotas que visten de civil.
Estas cuestiones fueron objeto de discusión y análisis, como los otros temas de la problemática nacional, en los diálogos realizados con Rafael Caldera y Jóvito Villalba, esas dos grandes figuras de la democracia nacional, exiliados como yo en la ciudad de Nueva York. Y cuando llegó a esa ciudad el General López Contreras, durante muchas horas discutimos con él, y también encontramos en el ex Presidente un hombre fundamentalmente interesado en que en este país se asiente la democracia definitivamente.
Y no vacilo en decir que si una muerte prematura no lo hubiera arrebatado del mundo de los vivos, con el ex Presidente Medina Angarita hubiéramos podido discutir sobre los problemas de Venezuela, con ánimo sincero de buscarles soluciones razonables.
Es que nos hemos convencido todos de que el canibalismo político, la encendida pugnacidad de la lucha política, le barre el camino a la barbarie para que irrumpa y se apodere de la República.
Al expresarme así no estoy definiendo una actitud de carácter personal. Estoy ratificando una línea de partido, del Partido Acción Democrática, adelantada en su primer manifiesto a la Nación.
Dejamos en la dura lucha muchos compañeros, inolvidables, caídos en las calles, en las cárceles, en el exilio, en las cámaras de torturas, en los campos de concentración. Permítanme, compatriotas, que no los recuerde por sus nombres, porque la voz se me quebraría de dolor. Pero es en nombre de esos que cayeron en el frente de batalla de la dignidad nacional, y en nombre de nuestra propia responsabilidad, que afirmo enfáticamente que no regresamos a la vida pública con ansias de venganza; que no regresamos a la lucha política legal — porque en ningún momento desapareció la terca y obstinada lucha clandestina de la resistencia — con impaciencias ni apetitos de gobierno. Estamos interesados fundamentalmente en una tregua política, en que los partidos ni siquiera saquen sus multitudes a las calles, sino que realicen dentro de sus locales cerrados sus tareas de organización, y que cuando pueda comenzar un debate público, que se eliminen definitivamente el odio, el insulto y la procacidad. Discusión de altura, como hubiera dicho nuestro inolvidable Andrés Eloy.
Frente al régimen establecido en el país, nuestra posición ha sido definida dentro del vasto bloque de corrientes de opinión integradas en las filas de la Junta Patriótica, recientemente ampliada. Aquí ratificamos que le estamos dando desde la calle un apoyo real a la Junta de Gobierno. Y le pedimos al pueblo de Venezuela que adopte una actitud de vigilante defensa de los valores esenciales de la vida democrática, pero una actitud sin impaciencias. No olvidemos que el régimen derrocado, de cuyo titular no quiero acordarme y menos nombrarlo aquí, que ese régimen de los prófugos. dejó a este país con hondas lesiones en su vida institucional, en su vida política y en su vida económica, en su moral pública y hasta en su moral privada; que Venezuela en estos momentos es como un convaleciente que acaba de atravesar una crisis, y es deber de todos los venezolanos, mucho más de los partidos políticos, deber particularmente acuciante en hombres como yo, que he tenido el honor y la responsabilidad de gobernar a este país, el de sumar todas nuestras fuerzas para ayudar a la Junta de Gobierno a que haga frente a los muchos problemas que dejó, como mala herencia, el régimen derrocado.
Considero que debemos encarar una cuestión previa en este país: la de hacer un examen de conciencia sobre lo que en definitiva somos. Una propaganda sistemática y nacida de la megalomanía del dictador pretendió presentarnos no sólo como el primer país de América Latina, sino como uno de los primeros del mundo en lo relativo a bienestar social, a prosperidad económica y a desarrollo de la producción. Eso es falso,
Nuestro país ha crecido en una forma distorsionada. Tenemos una hermosa capital, ciudad-vitrina comparable a un pumpá de siete reflejos para un hombre que tuviera los pies descalzos. Porque la Venezuela de los Andes, de Oriente, de los Llanos, es la misma Venezuela atrasada, y la misma Venezuela paupérrima que existía antes.
Porque es bien sabido que hay dos Venezuelas: la de Caracas y el Litoral y de algunas zonas del centro del país; la Caracas del "5 y 6" y los edificios de 35 pisos. Y la otra, en la que el hambre es una danza patética, donde la mitad de la población escolar no puede concurrir a las escuelas, donde hay setecientos mil niños condenados a engrosar esa enorme legión de los analfabetas, que son sesenta de cada cien de los venezolanos. Es la Venezuela que ocupa el séptimo lugar entre los países de América Latina como consumidor de carnes. La Venezuela que consume menos zapatos que Chile, nación agobiada por la pobreza económica. Es la Venezuela que hay que incorporar a la producción y al consumo, y esto puede y debe hacerse sin necesidad de violencias, porque el país dispone de riquezas que bien administradas y racionalmente invertidas permitirían abolir la vergüenza de la extrema pobreza.
A este respecto debo manifestar la satisfacción con que he visto que las Cámaras de Producción y el Movimiento Sindical Unificado han iniciado conversaciones de mesa redonda para posibilitar reajustes en las relaciones obrero-patronales por la vía pacífica del entendimiento entre las partes, evitándose así una innecesaria y contraproducente ola de huelgas. Habrá pues, una tregua en el campo obrero como en el campo político.
Estos problemas de Venezuela se aprecian en dos zonas: los de índole político-administrativa, y los económicos y sociales. Los de índole político-administrativa se están ya afrontando en un sentido positivo: hay libertad de prensa, libertad de reunión, libertad de organización, y ya sobre las gentes del país no gravita la pesadilla de los espías de la Seguridad Nacional.
Se ha iniciado el proceso de rescate de la moral administrativa, y las medidas adoptadas ayer al iniciar el Gobierno actual la aplicación de la Ley de Enriquecimiento ilícito de Funcionarios Públicos, nos hacen prever esperanzados que no quedará impune el literal saqueó de los bienes de la Nación, realizado por "Alí Babá y los cuarenta ladrones".
Los problemas económicos y sociales son más de fondo, y si en algo puede servir mi modesta experiencia de hombre público, que ha pasado entre otras pruebas, por la de presidir un gobierno colegiado, quisiera opinar que ha llegado el momento de que los problemas de Venezuela, sean estudiados y analizados por un equipo de personas de todas las ideologías políticas, asesoradas por técnicos capaces, por economistas, por sociólogos, por ingenieros, etc., y que ese equipo elabore un plan escalonado para muchos años de las obras, jerarquizándolas por su necesidad; en fin, planificar a fin de forjar una Venezuela para siempre, y no una Venezuela transitoria, asentada sobre la movediza arena de una sustancia que se agota: el petróleo.
Ahora, conciudadanos, miembros de la Junta Patriótica, compañeros de Partido, voy a trasladarme con mi esposa, la que ha sido compañera abnegada, valerosa, en mis años de lucha... voy a trasladarme con ella al cementerio, y allí, a la vera de las tumbas de nuestros muertos inolvidables, elevaré mi espíritu para que nada tuerza mi decisión de ser dentro de Acción Democrática, y dentro de Venezuela, un hombre sin apetencias personales, sin ambiciones de Poder. Un hombre que en estos diez años de exilio luchó con más ardor que nunca, y no guiado por el odio hacia un hombre y su sistema, sino por la honda vergüenza de que a una patria de libertadores la humillaran, oprimieran y deshonraran.
Y les aseguro, compatriotas, con esa sinceridad que me conoce el pueblo (porque cuando he estado en la calle como cuando he estado en Miraflores he hablado con el mismo lenguaje claro, directo y franco), les aseguro que el 24 de enero, si no hubiera pensado en que tenía que cumplir un deber con mi país para ayudarlo a salir de su convalecencia –uno más entre los hombres de Venezuela empeñado en esta tarea–, me habría ido a Chicago a disfrutar la euforia del abuelo con el nieto que me regaló la vida.
Concluyo, compatriotas: hay momentos estelares en la vida de los pueblos. Grandes horas en el devenir de las naciones, Instantes en que un país realiza una cita con su propio destino. Uno de esos momentos cargados de posibilidades creadoras, similar al del año de 1810, lo está viviendo la Venezuela de hoy.
Que gobernantes y gobernados, hombres y mujeres de todas las clases sociales y de todas las ideologías políticas, cumplamos cabalmente con nuestro deber hacia la patria entrañablemente amada, para que esta magnífica oportunidad no se le frustre.
viernes, 16 de abril de 2010
SALVAR LA REPÚBLICA // Comunicado de la Academia Nacional de la Historia ante el Bicentenario del 19 de abril de 1810
(Documento aprobado por mayoría de votos, en la Junta General de 8 de abril de 2010)
La Academia Nacional de la Historia, como institución encargada de preservar los principios históricos fundamentales que sustentan la nación, se dirige a los venezolanos para llamar la atención sobre los peligros que amenazan a la República. La intensidad de las urgencias que agobian a la sociedad, pero también la conmemoración del Bicentenario de la Independencia, se conjugan para orientar las reflexiones siguientes.
En el cumplimiento de este deber patriótico estamos comprometidos todos, desde el ciudadano Presidente de la República hasta el más humilde de los venezolanos, porque todos somos ciudadanos y sólo podemos seguir siéndolo en la República.
La Academia Nacional de la Historia nació con el encargo primordial de trabajar para fundar la legitimidad histórica de la República, promover la conciencia histórica y fortalecer la ciudadanía, tarea que debía dar sentido al sacrificio de gran parte de la población, consumida en las guerras de Independencia y en su secuela de otras guerras civiles.
Nos ha llevado doscientos años sustraernos de la condición de súbditos para elevarnos a la condición de ciudadanos, a un altísimo costo de vidas y de toda suerte de sacrificios.
En dos siglos, sin embargo, persistió la tradición cimentada en los principios irreductibles de libertad, de democracia, de convivencia y de respeto a los derechos ciudadanos, con miras al progreso social, la paz y el respeto a las demás naciones del mundo. Ese sueño de los fundadores de la República y de todos lo venezolanos ha contribuido a crear y a fortalecer nuestras instituciones, nuestra identidad cultural y la estructura de la nación venezolana.
Desde los inicios, la República ha sido concebida como la más genuina expresión de la Soberanía Popular, que es concreta manifestación de la Soberanía Nacional, llamada a erigir un ordenamiento sociopolítico fundado en los valores esenciales de la libertad, la seguridad, la igualdad y la propiedad.
La salvaguarda de tan preciados valores quedó confiada desde entonces a los dos principios constitutivos de Estado republicano: la representación ciudadana mediante el sufragio libre y la división de los poderes públicos, incorporados a nuestra tradición constitucional como una barrera infranqueable ante la recurrencia del despotismo. El primer principio permitiría a la voluntad popular expresarse de manera soberana, como única fuente de legitimación del poder público. El segundo principio habría de impedir que retornase el despotismo mediante la concentración de Poder en unas solas manos, remedando la detestada monarquía.
Como ámbito propicio al ejercicio de la ciudadanía así concebida, se fijó la meta, desde los inicios de la nacionalidad, de la instauración de la República Federal, en correspondencia también con nuestra conformación histórica provincial. La República descentralizada es hoy la resultante del esfuerzo colectivo de las generaciones de venezolanos que hemos sucedido a quienes proclamaron nuestra Independencia el 5 de julio de 1811. Desde entonces hemos seguido un camino sembrado de dificultades, representadas por caudillos y por salvadores de la Patria que apenas lograban disimular, algunos, su vocación autocrática, si no abiertamente despótica.
Con legítimo orgullo ciudadano proclamamos nuestra admiración por la ejemplar lucha de pueblo democrático por la preservación de su confianza en la República, demostrada en los retos cívicos enfrentados, equiparables con los que encararon los fundadores de la República, civiles y militares, en el campo bélico.
En consecuencia, la Academia Nacional de la Historia, movida por su conciencia de responsabilidad social y por una profunda preocupación ante el destino de la República, alerta a la sociedad, a sus instituciones, a los representantes de todos los estratos sociales y entes regionales; en suma, al país entero, ante el inminente peligro en que se encuentra la colectividad venezolana. Peligro éste que no sólo amenaza su institucionalidad republicana, sino que también, al romperse el pacto social, se extiende a la existencia misma del Estado. Con la demolición de la República no sólo se debilita sino que también se pone en trance de muerte la Libertad del ciudadano, al ser abolidas las libertades individuales e instaurarse la inseguridad social y jurídica, al vulnerarse y desconocerse el derecho de propiedad, y al substituirse la coexistencia ciudadana por un clima de encono social y de desorientación espiritual.
El intento de instaurar un sistema anti republicano fomenta un clima de ofuscación, en el cual la Historia se confunde con una memoria que tiene en la desmemoria una herramienta útil a los intereses del poder político autocrático. De esta manera se socavan las bases de la conciencia histórica, es decir, la conexión con el pasado como una estructura de experiencias que lleva a la sociedad a entender lo que es hoy, a tomar conciencia de dónde viene, a comprender el proceso de formación de sus valores troncales, como la Libertad y la Democracia, y de todos los referentes del pasado sobre los que descansa la identidad venezolana.
Ahora, cuando comienza la conmemoración del Bicentenario de la Independencia, cuando se hace obligante la valoración de los esfuerzos realizados desde entonces por los venezolanos, la Academia Nacional de la Historia somete a la consideración de los venezolanos su criterio sobre las urgencias de la actualidad. Así mismo, anuncia la celebración de unas Jornadas de Reflexión en cuyo desarrollo se debatirá con mayor pausa sobre la suerte del republicanismo que cumple doscientos años de andadura.
La Academia Nacional de la Historia, como institución encargada de preservar los principios históricos fundamentales que sustentan la nación, se dirige a los venezolanos para llamar la atención sobre los peligros que amenazan a la República. La intensidad de las urgencias que agobian a la sociedad, pero también la conmemoración del Bicentenario de la Independencia, se conjugan para orientar las reflexiones siguientes.
En el cumplimiento de este deber patriótico estamos comprometidos todos, desde el ciudadano Presidente de la República hasta el más humilde de los venezolanos, porque todos somos ciudadanos y sólo podemos seguir siéndolo en la República.
La Academia Nacional de la Historia nació con el encargo primordial de trabajar para fundar la legitimidad histórica de la República, promover la conciencia histórica y fortalecer la ciudadanía, tarea que debía dar sentido al sacrificio de gran parte de la población, consumida en las guerras de Independencia y en su secuela de otras guerras civiles.
Nos ha llevado doscientos años sustraernos de la condición de súbditos para elevarnos a la condición de ciudadanos, a un altísimo costo de vidas y de toda suerte de sacrificios.
En dos siglos, sin embargo, persistió la tradición cimentada en los principios irreductibles de libertad, de democracia, de convivencia y de respeto a los derechos ciudadanos, con miras al progreso social, la paz y el respeto a las demás naciones del mundo. Ese sueño de los fundadores de la República y de todos lo venezolanos ha contribuido a crear y a fortalecer nuestras instituciones, nuestra identidad cultural y la estructura de la nación venezolana.
Desde los inicios, la República ha sido concebida como la más genuina expresión de la Soberanía Popular, que es concreta manifestación de la Soberanía Nacional, llamada a erigir un ordenamiento sociopolítico fundado en los valores esenciales de la libertad, la seguridad, la igualdad y la propiedad.
La salvaguarda de tan preciados valores quedó confiada desde entonces a los dos principios constitutivos de Estado republicano: la representación ciudadana mediante el sufragio libre y la división de los poderes públicos, incorporados a nuestra tradición constitucional como una barrera infranqueable ante la recurrencia del despotismo. El primer principio permitiría a la voluntad popular expresarse de manera soberana, como única fuente de legitimación del poder público. El segundo principio habría de impedir que retornase el despotismo mediante la concentración de Poder en unas solas manos, remedando la detestada monarquía.
Como ámbito propicio al ejercicio de la ciudadanía así concebida, se fijó la meta, desde los inicios de la nacionalidad, de la instauración de la República Federal, en correspondencia también con nuestra conformación histórica provincial. La República descentralizada es hoy la resultante del esfuerzo colectivo de las generaciones de venezolanos que hemos sucedido a quienes proclamaron nuestra Independencia el 5 de julio de 1811. Desde entonces hemos seguido un camino sembrado de dificultades, representadas por caudillos y por salvadores de la Patria que apenas lograban disimular, algunos, su vocación autocrática, si no abiertamente despótica.
Con legítimo orgullo ciudadano proclamamos nuestra admiración por la ejemplar lucha de pueblo democrático por la preservación de su confianza en la República, demostrada en los retos cívicos enfrentados, equiparables con los que encararon los fundadores de la República, civiles y militares, en el campo bélico.
En consecuencia, la Academia Nacional de la Historia, movida por su conciencia de responsabilidad social y por una profunda preocupación ante el destino de la República, alerta a la sociedad, a sus instituciones, a los representantes de todos los estratos sociales y entes regionales; en suma, al país entero, ante el inminente peligro en que se encuentra la colectividad venezolana. Peligro éste que no sólo amenaza su institucionalidad republicana, sino que también, al romperse el pacto social, se extiende a la existencia misma del Estado. Con la demolición de la República no sólo se debilita sino que también se pone en trance de muerte la Libertad del ciudadano, al ser abolidas las libertades individuales e instaurarse la inseguridad social y jurídica, al vulnerarse y desconocerse el derecho de propiedad, y al substituirse la coexistencia ciudadana por un clima de encono social y de desorientación espiritual.
El intento de instaurar un sistema anti republicano fomenta un clima de ofuscación, en el cual la Historia se confunde con una memoria que tiene en la desmemoria una herramienta útil a los intereses del poder político autocrático. De esta manera se socavan las bases de la conciencia histórica, es decir, la conexión con el pasado como una estructura de experiencias que lleva a la sociedad a entender lo que es hoy, a tomar conciencia de dónde viene, a comprender el proceso de formación de sus valores troncales, como la Libertad y la Democracia, y de todos los referentes del pasado sobre los que descansa la identidad venezolana.
Ahora, cuando comienza la conmemoración del Bicentenario de la Independencia, cuando se hace obligante la valoración de los esfuerzos realizados desde entonces por los venezolanos, la Academia Nacional de la Historia somete a la consideración de los venezolanos su criterio sobre las urgencias de la actualidad. Así mismo, anuncia la celebración de unas Jornadas de Reflexión en cuyo desarrollo se debatirá con mayor pausa sobre la suerte del republicanismo que cumple doscientos años de andadura.
sábado, 10 de abril de 2010
Ser República // Juan Miguel Matheus
A punto de celebrar el Bicentenario del 19 de abril de 1810, conviene reflexionar sobre el valor histórico de esa fecha. Aquel día asomamos el deseo de ser una República civil. Incoamos el querer de pueblo que más sufrimientos nos ha costado en nuestra historia. No sólo por la sangre derramada sino, sobre todo, por su carácter escurridizo. Hoy, doscientos años después, el sueño republicano aún está por realizar. A pesar de la experiencia de la República civil durante los años de la democracia (1958-1998), volvimos a la barbarie. Reapareció –como diría Gallegos– la “raíz enferma de donde nos proviniera tanta hoja marchita en las ramas de la esperanza”.
Sanar las ramas de la esperanza supone reencontrar referentes morales en nuestra historia. Requiere descostrar la conciencia histórica. Los venezolanos tenemos que contrastar sin complejos el orden creado por la “Quinta República” con las ideas que animaron la lucha de independencia y alcanzaron plenitud a través del Pacto de Puntofijo. Aunque resulte odioso a los oídos del poder, el republicanismo independentista sólo cuajó con Puntofijo. He allí el valor indeleznable de este último. Ha sido “la decisión política y moralmente más constructiva de toda nuestra historia” (Luis Castro Leiva). Satanizar Puntofijo es satanizar el republicanismo esencialmente civil de la hora independentista. A eso ha apuntado el discurso oficialista que desde 1998 se ha disfrazado de filosofía de la historia, de ciencia, para hacernos creer que todo tiempo pretérito fue malo y vergonzoso, en especial los años de la democracia.
Pero lo vergonzoso es la autocracia militarista que arrastramos dolorosamente hasta 1958, cuando derrotamos a Pérez Jiménez. Es la misma autocracia militarista que se ha enquistado en nuestra vida política durante los últimos once años y que nos avergüenza doblemente porque, además de destruir la obra de la República civil que tardamos casi dos siglos en edificar, se ha consustanciado con el extremismo marxista para sembrar tanto más odio cuanto más nos aleja del camino del auténtico desarrollo humano.
En este sentido, ser República es afirmarse frente a la autocracia. Es derrotar la barbarie con la civilidad, la fuerza con la razón. Sólo en República florece lo humano a través de la virtud cívica. Sólo en República es soberana la ley y el poder es justiciable. Sólo en República prima lo civil sobre lo militar. Sólo en República se puede construir una sana democracia porque se controla el ejercicio de la soberanía poniendo límites al pueblo, porque no se someten al juicio de las mayorías los valores que permiten el respeto de la dignidad humana. Sólo en República la persona es el sujeto, el centro y el fin de todas las instituciones sociales. Ése es el camino trazado por nuestros próceres civiles el 19 de abril de 1810. Ésa es la experiencia de Puntofijo. Lo que fue posible, todavía lo es. Nos toca a nosotros, republicanos, volver a realizarlo.
jmmfuma@gmail.com
Twitter: @JuanMMatheus
Sanar las ramas de la esperanza supone reencontrar referentes morales en nuestra historia. Requiere descostrar la conciencia histórica. Los venezolanos tenemos que contrastar sin complejos el orden creado por la “Quinta República” con las ideas que animaron la lucha de independencia y alcanzaron plenitud a través del Pacto de Puntofijo. Aunque resulte odioso a los oídos del poder, el republicanismo independentista sólo cuajó con Puntofijo. He allí el valor indeleznable de este último. Ha sido “la decisión política y moralmente más constructiva de toda nuestra historia” (Luis Castro Leiva). Satanizar Puntofijo es satanizar el republicanismo esencialmente civil de la hora independentista. A eso ha apuntado el discurso oficialista que desde 1998 se ha disfrazado de filosofía de la historia, de ciencia, para hacernos creer que todo tiempo pretérito fue malo y vergonzoso, en especial los años de la democracia.
Pero lo vergonzoso es la autocracia militarista que arrastramos dolorosamente hasta 1958, cuando derrotamos a Pérez Jiménez. Es la misma autocracia militarista que se ha enquistado en nuestra vida política durante los últimos once años y que nos avergüenza doblemente porque, además de destruir la obra de la República civil que tardamos casi dos siglos en edificar, se ha consustanciado con el extremismo marxista para sembrar tanto más odio cuanto más nos aleja del camino del auténtico desarrollo humano.
En este sentido, ser República es afirmarse frente a la autocracia. Es derrotar la barbarie con la civilidad, la fuerza con la razón. Sólo en República florece lo humano a través de la virtud cívica. Sólo en República es soberana la ley y el poder es justiciable. Sólo en República prima lo civil sobre lo militar. Sólo en República se puede construir una sana democracia porque se controla el ejercicio de la soberanía poniendo límites al pueblo, porque no se someten al juicio de las mayorías los valores que permiten el respeto de la dignidad humana. Sólo en República la persona es el sujeto, el centro y el fin de todas las instituciones sociales. Ése es el camino trazado por nuestros próceres civiles el 19 de abril de 1810. Ésa es la experiencia de Puntofijo. Lo que fue posible, todavía lo es. Nos toca a nosotros, republicanos, volver a realizarlo.
jmmfuma@gmail.com
Twitter: @JuanMMatheus
jueves, 8 de abril de 2010
Vivir sin la mentira // Aleksandr Solzhenitsyn
En septiembre de 1973 Aleksandr Solzhenitsyn terminó de escribir un texto titulado “Vivir sin mentira”, su último trabajo realizado en tierra rusa antes de ser arrestado y exiliado cinco meses después. Esta breve reflexión circuló de mano en mano en el interior de Rusia, siempre por los caminos de la clandestinidad. El lunes 18 de febrero de 1974 vio la luz en las páginas del Washington Post.
«Hace tiempo no nos atrevíamos ni a susurrar. Ahora escribimos y leemos samizdat, y a veces cuando nos juntamos en la sala de fumadores del Instituto de Ciencias nos quejamos unos a otros: ¿qué malas pasadas nos están jugando y a dónde nos arrastran? Alardeamos gratuitamente sobre los logros cósmicos mientras existe pobreza y destrucción en casa. Respaldamos regímenes lejanos, no civilizados. Iniciamos la guerra civil. Acogemos temerariamente a Mao Tse- tung –y seremos nosotros a quienes envíen a la guerra contra él, y tendremos que ir. ¿Existe alguna salida? Encima someten a juicio a quien les da la gana y meten a los cuerdos en los manicomios –siempre ellos, y nosotros permanecemos incapaces.
Las cosas casi han tocado fondo. Ya nos ha afectado a todos una muerte espiritual universal, y la muerte física pronto se inflamará y nos consumirá a todos y a nuestros hijos -pero seguimos riéndonos cobardemente, igual que antes, y refunfuñamos sin mordernos la lengua. ¿Cómo podemos detener esto? ¿Carecemos de fuerza?
Nos han robado la esperanza, y hemos sido tan deshumanizados que por la modesta ración de comida diaria estamos dispuestos a abandonar todos nuestros principios, nuestras almas, así como todos los esfuerzos que realizaron nuestros predecesores y todas las oportunidades para nuestros descendientes -pero que no molesten a nuestra frágil existencia. Carecemos de firmeza, de orgullo y de entusiasmo. No tememos ni a la muerte universal por las bombas nucleares ni a una Tercera Guerra Mundial, y ya nos hemos refugiado en las grietas. Sólo tememos a los actos de valor civil.
Sólo tememos separarnos de la manada y dar un paso solos, y encontrarnos de pronto sin pan blanco, sin calefacción y sin estar empadronados en Moscú. Hemos sido adoctrinados en cursos políticos, y de la misma manera se fomentó la idea de vivir cómodamente, y que así todo vaya bien para el resto de nuestra vida. No es posible huir del entorno y de las condiciones sociales.
La vida diaria define la conciencia. ¿Qué tiene eso que ver con nosotros? ¿Acaso no podemos hacer nada?
Pero podemos –podemos hacerlo todo. Nos mentimos a nosotros mismos a cambio de seguridad. No son ellos los culpables de todo –lo somos nosotros mismos, sólo nosotros. Se podría objetar que hasta un juguete puede pensar lo que quiera. Nos han amordazado. Nadie quiere escucharnos y nadie nos pregunta. ¿Cómo obligarles a escuchar? Es imposible cambiar su forma de pensar.
Sería normal votar para expulsarlos del poder –pero no hay elecciones en nuestro país. En Occidente la gente conoce las huelgas y las manifestaciones de protesta, pero nosotros estamos demasiado oprimidos y de hacerlo nuestras perspectivas son terribles: ¿cómo renunciar a un puesto de trabajo y echarse a las calles? La amarga historia rusa ya exploró durante el siglo pasado otros caminos que resultaron fatídicos. No son caminos para nosotros y sinceramente no los necesitamos.
Ahora que las hachas han hecho su trabajo, cuando todo lo que se sembró ha brotado de nuevo, vemos cómo se equivocaron aquellos jóvenes presuntuosos que creyeron que a través del terror, de la rebelión sangrienta y de la guerra civil harían de nuestro país un lugar digno y feliz. El círculo, ¿está cerrado? ¿Es que realmente no hay salida? ¿Es que lo único que podemos hacer es esperar de brazos cruzados? ¿Acaso puede cambiar algo por sí solo? Nada sucederá mientras sigamos reconociendo, alabando y fortaleciendo –y no dejamos de hacerlo–, el más perceptible de sus aspectos: la mentira.
Cuando la violencia se introduce en la vida pacífica su rostro brilla con autoconfianza, como si llevase una bandera gritando: “Soy la violencia. Huye, déjame pasar. -Te aplastaré”. Sin embargo la violencia envejece rápido, pierde la confianza en sí misma, y para mantener una cara respetable llama en su ayuda a la falsedad –cuando la violencia no puede posar su poderoso brazo ni todos los días ni sobre cada hombro, entonces sólo nos pide obedecer a la mentira y participar diariamente en la mentira– Toda la lealtad exigida descansa en esto.
Y la salida más simple y más accesible a la liberación de la mentira descansa precisamente en esto: ninguna colaboración personal con la mentira. Aunque la mentira lo oculte todo y todo lo abarque, no será con mi ayuda.
Esto abre una grieta en el círculo imaginario que nos envuelve debido a nuestra inacción. Es la cosa más fácil que podemos hacer, pero lo más devastador para la mentira. Porque cuando los hombres renuncian a mentir, la mentira sencillamente muere. Como una infección, la mentira sólo puede vivir en un organismo vivo.
No nos presionemos. No hemos madurado lo suficiente como para dirigirnos a las plazas a gritar la verdad o a expresar en voz alta lo que pensamos. No es necesario.
Es peligroso, pero déjennos negarnos a decir lo que no pensamos. Este es nuestro camino, el más fácil y accesible, el que tiene en cuenta nuestra arraigada, inherente cobardía. Y es mucho más fácil –incluso es peligroso decir esto– que el tipo de desobediencia por la que abogó Gandhi.
Nuestro camino es hablar fuera de ese corrompido límite. Si no uniésemos los huesos muertos y los peldaños de la ideología, si no cosiéramos los trapos podridos, nos asombraríamos por lo rápido que la mentira quedaría desamparada y desaparecería.
Lo que estuviera desnudo aparecería entonces desnudo ante el mundo entero. De modo que cada uno, en su intimidad, debe realizar una elección: o seguir siendo siervo de la mentira voluntariamente –por supuesto, no queda fuera la inclinación a mentir, pero otra cosa es alimentar a la familia, educando a los hijos en el espíritu de la mentira–, o despreciar la mentira y volverse un hombre honesto y digno de respeto tanto para los hijos como para los contemporáneos.
A partir de ese momento:
- No escribirá, firmará o imprimirá por ningún medio una sola frase que, en su opinión, deforme la verdad.
- No dirá esa misma frase ni en público ni en privado, ni por sí mismo ni por instigación de otro, ni como agitador, profesor, educador, ni siquiera como actor.
- No representará, adoptará o difundirá una sola idea que considere falsa, o que distorsione la verdad, ya sea a través de la pintura, la escultura, la fotografía, la técnica o la música.
- No citará fuera de contexto, ni oralmente ni por escrito, sólo por complacer a alguien, o para enriquecerse, o por lograr éxito en su trabajo, una idea que no comparta o que no refleje con precisión el asunto en cuestión.
- No se obligará a asistir a manifestaciones o a reuniones contra su voluntad, y tampoco levantará ningún cartel o eslogan que no acepte completamente.
-No levantará la mano para votar a favor de una propuesta con la que no simpatice sinceramente, ni votará públicamente o en secreto a quien considere indigno o dude de sus capacidades.
- No se obligará a asistir a una reunión en la que quepa esperar una discusión forzada o distorsionada de una cuestión.
- Abandonará inmediatamente cualquier reunión, sesión, conferencia, representación o película en la que el orador mienta, distribuya estupideces ideológicas o propaganda desvergonzada.
- No se suscribirá ni comprará ningún periódico o revista en los que la información sea deformada o donde los hechos principales sean ocultados.
No hemos enumerado, desde luego, todas las desviaciones posibles y necesarias de la falsedad, pero una persona que se vaya purificando fácilmente sabrá distinguir otros supuestos.
No, al principio no será igual para todos. Algunos, al principio, perderán sus empleos. Los jóvenes que quieran vivir en la verdad tendrán, al principio, muchas complicaciones, porque se exigen declaraciones llenas de mentiras, y es necesario elegir.
Pero no hay ninguna escapatoria para alguien que quiera ser honesto. Todos los días, cualquiera de nosotros tendrá que enfrentarse con al menos una de las situaciones que acabamos de mencionar, incluso si es investigador en la más exacta de las ciencias. Verdad o falsedad: libertad o servidumbre espiritual.
No dejemos que quien no sea lo suficientemente valiente como para defender su alma se sienta orgulloso de sus opiniones “progresistas”, no le dejemos alardear de que es un académico o un artista, o una figura reconocida, o un general, más bien dejémosle decirse a sí mismo: pertenezco a la manada y soy un cobarde, pero me da igual mientras esté bien alimentado y caliente.
Incluso este camino, que es el más modesto dentro de las posibilidades de la resistencia, no será fácil para nosotros; pero es más fácil que la autoinmolación o la huelga de hambre: las llamas no rodearán tu cuerpo, tus ojos no estallarán por el calor, y al menos siempre habrá pan negro y agua limpia para tu familia. Los checoslovacos, ese magnífico pueblo de Europa a quienes traicionamos y engañamos ¿acaso no nos han enseñado cómo un pecho vulnerable puede defenderse incluso de los tanques si existe un corazón noble dentro de él?
¿Consideras que no será fácil? Sin embargo, es la posibilidad más sencilla. No será una decisión fácil para el cuerpo, pero sí lo es para el alma. No, no es un camino fácil, pero ya existen muchísimas personas que durante años han mantenido estos principios y viven por la verdad.
No serás el primero en tomar este camino, te unirás a los que ya lo han iniciado. Será más sencillo y más corto para todos nosotros si lo tomamos juntos y sumamos nuestros esfuerzos. Si somos miles de personas no podrán hacernos nada. Si somos decenas de miles cambiará el rostro de nuestra tierra.
Si estamos demasiado asustados, no deberíamos quejarnos de que alguien nos robe el aire. Ya lo hacemos nosotros. Déjennos, entonces, hundirnos más, déjennos lamentarnos, y así cada vez estará más cerca el día en que nuestros hermanos biólogos sean capaces de leer nuestros pensamientos inservibles y despreciables.
Y si nos amedrentamos, incluso después de haber dado este paso, entonces es que somos inútiles e indignos, y se nos podrá lanzar a la cara el desprecio de Pushkin: “¿Por qué debería tener el ganado los regalos de la libertad? Su herencia, generación tras generación, es el yugo y el látigo”».
«Hace tiempo no nos atrevíamos ni a susurrar. Ahora escribimos y leemos samizdat, y a veces cuando nos juntamos en la sala de fumadores del Instituto de Ciencias nos quejamos unos a otros: ¿qué malas pasadas nos están jugando y a dónde nos arrastran? Alardeamos gratuitamente sobre los logros cósmicos mientras existe pobreza y destrucción en casa. Respaldamos regímenes lejanos, no civilizados. Iniciamos la guerra civil. Acogemos temerariamente a Mao Tse- tung –y seremos nosotros a quienes envíen a la guerra contra él, y tendremos que ir. ¿Existe alguna salida? Encima someten a juicio a quien les da la gana y meten a los cuerdos en los manicomios –siempre ellos, y nosotros permanecemos incapaces.
Las cosas casi han tocado fondo. Ya nos ha afectado a todos una muerte espiritual universal, y la muerte física pronto se inflamará y nos consumirá a todos y a nuestros hijos -pero seguimos riéndonos cobardemente, igual que antes, y refunfuñamos sin mordernos la lengua. ¿Cómo podemos detener esto? ¿Carecemos de fuerza?
Nos han robado la esperanza, y hemos sido tan deshumanizados que por la modesta ración de comida diaria estamos dispuestos a abandonar todos nuestros principios, nuestras almas, así como todos los esfuerzos que realizaron nuestros predecesores y todas las oportunidades para nuestros descendientes -pero que no molesten a nuestra frágil existencia. Carecemos de firmeza, de orgullo y de entusiasmo. No tememos ni a la muerte universal por las bombas nucleares ni a una Tercera Guerra Mundial, y ya nos hemos refugiado en las grietas. Sólo tememos a los actos de valor civil.
Sólo tememos separarnos de la manada y dar un paso solos, y encontrarnos de pronto sin pan blanco, sin calefacción y sin estar empadronados en Moscú. Hemos sido adoctrinados en cursos políticos, y de la misma manera se fomentó la idea de vivir cómodamente, y que así todo vaya bien para el resto de nuestra vida. No es posible huir del entorno y de las condiciones sociales.
La vida diaria define la conciencia. ¿Qué tiene eso que ver con nosotros? ¿Acaso no podemos hacer nada?
Pero podemos –podemos hacerlo todo. Nos mentimos a nosotros mismos a cambio de seguridad. No son ellos los culpables de todo –lo somos nosotros mismos, sólo nosotros. Se podría objetar que hasta un juguete puede pensar lo que quiera. Nos han amordazado. Nadie quiere escucharnos y nadie nos pregunta. ¿Cómo obligarles a escuchar? Es imposible cambiar su forma de pensar.
Sería normal votar para expulsarlos del poder –pero no hay elecciones en nuestro país. En Occidente la gente conoce las huelgas y las manifestaciones de protesta, pero nosotros estamos demasiado oprimidos y de hacerlo nuestras perspectivas son terribles: ¿cómo renunciar a un puesto de trabajo y echarse a las calles? La amarga historia rusa ya exploró durante el siglo pasado otros caminos que resultaron fatídicos. No son caminos para nosotros y sinceramente no los necesitamos.
Ahora que las hachas han hecho su trabajo, cuando todo lo que se sembró ha brotado de nuevo, vemos cómo se equivocaron aquellos jóvenes presuntuosos que creyeron que a través del terror, de la rebelión sangrienta y de la guerra civil harían de nuestro país un lugar digno y feliz. El círculo, ¿está cerrado? ¿Es que realmente no hay salida? ¿Es que lo único que podemos hacer es esperar de brazos cruzados? ¿Acaso puede cambiar algo por sí solo? Nada sucederá mientras sigamos reconociendo, alabando y fortaleciendo –y no dejamos de hacerlo–, el más perceptible de sus aspectos: la mentira.
Cuando la violencia se introduce en la vida pacífica su rostro brilla con autoconfianza, como si llevase una bandera gritando: “Soy la violencia. Huye, déjame pasar. -Te aplastaré”. Sin embargo la violencia envejece rápido, pierde la confianza en sí misma, y para mantener una cara respetable llama en su ayuda a la falsedad –cuando la violencia no puede posar su poderoso brazo ni todos los días ni sobre cada hombro, entonces sólo nos pide obedecer a la mentira y participar diariamente en la mentira– Toda la lealtad exigida descansa en esto.
Y la salida más simple y más accesible a la liberación de la mentira descansa precisamente en esto: ninguna colaboración personal con la mentira. Aunque la mentira lo oculte todo y todo lo abarque, no será con mi ayuda.
Esto abre una grieta en el círculo imaginario que nos envuelve debido a nuestra inacción. Es la cosa más fácil que podemos hacer, pero lo más devastador para la mentira. Porque cuando los hombres renuncian a mentir, la mentira sencillamente muere. Como una infección, la mentira sólo puede vivir en un organismo vivo.
No nos presionemos. No hemos madurado lo suficiente como para dirigirnos a las plazas a gritar la verdad o a expresar en voz alta lo que pensamos. No es necesario.
Es peligroso, pero déjennos negarnos a decir lo que no pensamos. Este es nuestro camino, el más fácil y accesible, el que tiene en cuenta nuestra arraigada, inherente cobardía. Y es mucho más fácil –incluso es peligroso decir esto– que el tipo de desobediencia por la que abogó Gandhi.
Nuestro camino es hablar fuera de ese corrompido límite. Si no uniésemos los huesos muertos y los peldaños de la ideología, si no cosiéramos los trapos podridos, nos asombraríamos por lo rápido que la mentira quedaría desamparada y desaparecería.
Lo que estuviera desnudo aparecería entonces desnudo ante el mundo entero. De modo que cada uno, en su intimidad, debe realizar una elección: o seguir siendo siervo de la mentira voluntariamente –por supuesto, no queda fuera la inclinación a mentir, pero otra cosa es alimentar a la familia, educando a los hijos en el espíritu de la mentira–, o despreciar la mentira y volverse un hombre honesto y digno de respeto tanto para los hijos como para los contemporáneos.
A partir de ese momento:
- No escribirá, firmará o imprimirá por ningún medio una sola frase que, en su opinión, deforme la verdad.
- No dirá esa misma frase ni en público ni en privado, ni por sí mismo ni por instigación de otro, ni como agitador, profesor, educador, ni siquiera como actor.
- No representará, adoptará o difundirá una sola idea que considere falsa, o que distorsione la verdad, ya sea a través de la pintura, la escultura, la fotografía, la técnica o la música.
- No citará fuera de contexto, ni oralmente ni por escrito, sólo por complacer a alguien, o para enriquecerse, o por lograr éxito en su trabajo, una idea que no comparta o que no refleje con precisión el asunto en cuestión.
- No se obligará a asistir a manifestaciones o a reuniones contra su voluntad, y tampoco levantará ningún cartel o eslogan que no acepte completamente.
-No levantará la mano para votar a favor de una propuesta con la que no simpatice sinceramente, ni votará públicamente o en secreto a quien considere indigno o dude de sus capacidades.
- No se obligará a asistir a una reunión en la que quepa esperar una discusión forzada o distorsionada de una cuestión.
- Abandonará inmediatamente cualquier reunión, sesión, conferencia, representación o película en la que el orador mienta, distribuya estupideces ideológicas o propaganda desvergonzada.
- No se suscribirá ni comprará ningún periódico o revista en los que la información sea deformada o donde los hechos principales sean ocultados.
No hemos enumerado, desde luego, todas las desviaciones posibles y necesarias de la falsedad, pero una persona que se vaya purificando fácilmente sabrá distinguir otros supuestos.
No, al principio no será igual para todos. Algunos, al principio, perderán sus empleos. Los jóvenes que quieran vivir en la verdad tendrán, al principio, muchas complicaciones, porque se exigen declaraciones llenas de mentiras, y es necesario elegir.
Pero no hay ninguna escapatoria para alguien que quiera ser honesto. Todos los días, cualquiera de nosotros tendrá que enfrentarse con al menos una de las situaciones que acabamos de mencionar, incluso si es investigador en la más exacta de las ciencias. Verdad o falsedad: libertad o servidumbre espiritual.
No dejemos que quien no sea lo suficientemente valiente como para defender su alma se sienta orgulloso de sus opiniones “progresistas”, no le dejemos alardear de que es un académico o un artista, o una figura reconocida, o un general, más bien dejémosle decirse a sí mismo: pertenezco a la manada y soy un cobarde, pero me da igual mientras esté bien alimentado y caliente.
Incluso este camino, que es el más modesto dentro de las posibilidades de la resistencia, no será fácil para nosotros; pero es más fácil que la autoinmolación o la huelga de hambre: las llamas no rodearán tu cuerpo, tus ojos no estallarán por el calor, y al menos siempre habrá pan negro y agua limpia para tu familia. Los checoslovacos, ese magnífico pueblo de Europa a quienes traicionamos y engañamos ¿acaso no nos han enseñado cómo un pecho vulnerable puede defenderse incluso de los tanques si existe un corazón noble dentro de él?
¿Consideras que no será fácil? Sin embargo, es la posibilidad más sencilla. No será una decisión fácil para el cuerpo, pero sí lo es para el alma. No, no es un camino fácil, pero ya existen muchísimas personas que durante años han mantenido estos principios y viven por la verdad.
No serás el primero en tomar este camino, te unirás a los que ya lo han iniciado. Será más sencillo y más corto para todos nosotros si lo tomamos juntos y sumamos nuestros esfuerzos. Si somos miles de personas no podrán hacernos nada. Si somos decenas de miles cambiará el rostro de nuestra tierra.
Si estamos demasiado asustados, no deberíamos quejarnos de que alguien nos robe el aire. Ya lo hacemos nosotros. Déjennos, entonces, hundirnos más, déjennos lamentarnos, y así cada vez estará más cerca el día en que nuestros hermanos biólogos sean capaces de leer nuestros pensamientos inservibles y despreciables.
Y si nos amedrentamos, incluso después de haber dado este paso, entonces es que somos inútiles e indignos, y se nos podrá lanzar a la cara el desprecio de Pushkin: “¿Por qué debería tener el ganado los regalos de la libertad? Su herencia, generación tras generación, es el yugo y el látigo”».
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entrevistas y otros
jueves, 1 de abril de 2010
La lucha contra el totalitarismo (extracto) // Karl Jasper
Fuente: Karl Jaspers: “The Fight against Totalitarianism” en Philosophy and the World – Selected Essays. (Washington D.C.: Gateway Editions, 1963), pp. 68-87.
"Yo no creo que hoy exista país alguno que esté inmune a contribuir al nacimiento de este mal [totalitario], aunque por otros caminos y en un espíritu diferente. En todo el mundo temo que existe la misma auto-negación que nosotros experimentamos: que esto no podía pasar aquí. Esto puede suceder en cualquier parte. Sólo es improbable cuando las grandes masas de la población están conscientes de esta posible amenaza y por tanto no pueden ser engañadas con promesas de una seguridad futura. Esto no es posible cuando la gente conoce la naturaleza del totalitarismo y es capaz de reconocerlo en sus etapas rudimentarias y en cada una de sus manifestaciones. Se trata, como Proteo, de un personaje que aparece cada vez con una nueva máscara, que se desliza fuera de nuestro alcance como una lombriz, que hace lo contrario de lo que dice, que distorsiona el significado de las palabras, que no habla para comunicar o decir la verdad sino para anestesiar, distraer, hipnotizar, intimidar, embrutecer—que explota y evoca todo miedo, que promete seguridad y brutalmente la destruye al mismo tiempo . . .
[El totalitarismo] no pide vínculos sino una obediencia total . . . Introduce un nuevo concepto de verdad —la línea del partido—y exige una fe ciega en el derecho absoluto de los líderes… Justifica cualquier cosa que ocurra llamando blanco a lo que es negro y A a la Z. Sus argumentos son sólo imaginarios pero, de hecho, no hay discusión. Se proclaman magníficos principios generales. Pero si estos principios no se conforman con la realidad concreta hay silencio. La atención se distrae entonces con la misma habilidad de un prestidigitador. Los totalitaristas no responden, no pueden ser conminados, hablan de otras cosas en lugar de responder. Recurren a cualquier gesto, a veces para aparentar sobriedad, a veces para exhibir mucha pasión. Su tono de voz sugiere que cualquiera que no concuerde con ellos debe ser estúpido o vicioso…
Una vez que se prepara el terreno, el régimen totalitario se presenta cada vez de manera distinta —a veces de un día para otro, otras veces paso a paso, por desvíos, esquivando todas las fuerzas defensivas. El poder de control total puede hacer una aparición repentina. A través de medios formalmente legales, [el líder totalitario], con el apoyo delirante de masas atemorizadas, puede por la vía del decreto abrogar las leyes, o puede llegar a controlar las policías locales y transformarlas a toda velocidad en un poder omnímodo. (Es por esto que cualquier fuerza policial centralizada, a diferencia de fuerzas locales limitadas, es tan peligrosa). … Una vez que esto sucede la situación es irrevocable. … En este punto, ya no hay nada más que ayude. El rompimiento es total. Un poder capaz de trasformar toda existencia, penetrar cada hogar, y dejar nada sin tocar, distingue la vida bajo una dictadura totalitaria de una vida en libertad política…
En el mundo de hoy está más claro —aunque todavía muy lejos de estar suficientemente claro— lo que el totalitarismo es y que cuando aparece, en el lugar que sea, y de la forma que sea, es como un virus de una enfermedad perniciosa que crece de forma salvaje y que consume a cualquiera que lo contrae. No se puede trabajar con él, no puede ser utilizado como una herramienta, no puede ser circunscrito a límites…
¿Cómo entonces debe librarse la lucha? Mientras esta máquina demoníaca aparezca sin llegar a dominar todo por completo, debe hacerse visible para todo el mundo. … Siempre aparece bajo el manto de un mártir para alcanzar una mejor verdad. Se apoya sobre los medios del mundo libre para distorsionarlos y destruirlos. (“Los he derrotado con su propia locura”, decía triunfante Hitler). Para hacerlo inofensivo, como una epidemia que es detectada y confinada desde el principio, la población tendrá que comprender el totalitarismo en sus rudimentos. Pero no nos engañemos. Incluso los estadistas del mundo están muy lejos de percibir la situación en todo momento—por la falta de escrúpulos del líder totalitario, que es muy superior a una mera duplicidad astuta; por aquella capacidad de olfato de su instinto infalible de poder; por su habilidad para cambiar el lenguaje y los argumentos a voluntad, dependiendo de la audiencia y de la situación; finalmente por sus súbitos e inesperados actos de represión…
Claridad acerca de la naturaleza del totalitarismo es entonces nuestra mejor arma, si logramos expandirla a toda la población. La indignación, la violencia, y el abuso no son buenas armas. El totalitarismo se desvanece en el aire puro de una clara visión. Pero una visión así debe ser descubierta….
Esperemos que esta lucha [por preservar la libertad y sus posibilidades] se realice con una clara visión y una aguda inteligencia en las situaciones concretas".
"Yo no creo que hoy exista país alguno que esté inmune a contribuir al nacimiento de este mal [totalitario], aunque por otros caminos y en un espíritu diferente. En todo el mundo temo que existe la misma auto-negación que nosotros experimentamos: que esto no podía pasar aquí. Esto puede suceder en cualquier parte. Sólo es improbable cuando las grandes masas de la población están conscientes de esta posible amenaza y por tanto no pueden ser engañadas con promesas de una seguridad futura. Esto no es posible cuando la gente conoce la naturaleza del totalitarismo y es capaz de reconocerlo en sus etapas rudimentarias y en cada una de sus manifestaciones. Se trata, como Proteo, de un personaje que aparece cada vez con una nueva máscara, que se desliza fuera de nuestro alcance como una lombriz, que hace lo contrario de lo que dice, que distorsiona el significado de las palabras, que no habla para comunicar o decir la verdad sino para anestesiar, distraer, hipnotizar, intimidar, embrutecer—que explota y evoca todo miedo, que promete seguridad y brutalmente la destruye al mismo tiempo . . .
[El totalitarismo] no pide vínculos sino una obediencia total . . . Introduce un nuevo concepto de verdad —la línea del partido—y exige una fe ciega en el derecho absoluto de los líderes… Justifica cualquier cosa que ocurra llamando blanco a lo que es negro y A a la Z. Sus argumentos son sólo imaginarios pero, de hecho, no hay discusión. Se proclaman magníficos principios generales. Pero si estos principios no se conforman con la realidad concreta hay silencio. La atención se distrae entonces con la misma habilidad de un prestidigitador. Los totalitaristas no responden, no pueden ser conminados, hablan de otras cosas en lugar de responder. Recurren a cualquier gesto, a veces para aparentar sobriedad, a veces para exhibir mucha pasión. Su tono de voz sugiere que cualquiera que no concuerde con ellos debe ser estúpido o vicioso…
Una vez que se prepara el terreno, el régimen totalitario se presenta cada vez de manera distinta —a veces de un día para otro, otras veces paso a paso, por desvíos, esquivando todas las fuerzas defensivas. El poder de control total puede hacer una aparición repentina. A través de medios formalmente legales, [el líder totalitario], con el apoyo delirante de masas atemorizadas, puede por la vía del decreto abrogar las leyes, o puede llegar a controlar las policías locales y transformarlas a toda velocidad en un poder omnímodo. (Es por esto que cualquier fuerza policial centralizada, a diferencia de fuerzas locales limitadas, es tan peligrosa). … Una vez que esto sucede la situación es irrevocable. … En este punto, ya no hay nada más que ayude. El rompimiento es total. Un poder capaz de trasformar toda existencia, penetrar cada hogar, y dejar nada sin tocar, distingue la vida bajo una dictadura totalitaria de una vida en libertad política…
En el mundo de hoy está más claro —aunque todavía muy lejos de estar suficientemente claro— lo que el totalitarismo es y que cuando aparece, en el lugar que sea, y de la forma que sea, es como un virus de una enfermedad perniciosa que crece de forma salvaje y que consume a cualquiera que lo contrae. No se puede trabajar con él, no puede ser utilizado como una herramienta, no puede ser circunscrito a límites…
¿Cómo entonces debe librarse la lucha? Mientras esta máquina demoníaca aparezca sin llegar a dominar todo por completo, debe hacerse visible para todo el mundo. … Siempre aparece bajo el manto de un mártir para alcanzar una mejor verdad. Se apoya sobre los medios del mundo libre para distorsionarlos y destruirlos. (“Los he derrotado con su propia locura”, decía triunfante Hitler). Para hacerlo inofensivo, como una epidemia que es detectada y confinada desde el principio, la población tendrá que comprender el totalitarismo en sus rudimentos. Pero no nos engañemos. Incluso los estadistas del mundo están muy lejos de percibir la situación en todo momento—por la falta de escrúpulos del líder totalitario, que es muy superior a una mera duplicidad astuta; por aquella capacidad de olfato de su instinto infalible de poder; por su habilidad para cambiar el lenguaje y los argumentos a voluntad, dependiendo de la audiencia y de la situación; finalmente por sus súbitos e inesperados actos de represión…
Claridad acerca de la naturaleza del totalitarismo es entonces nuestra mejor arma, si logramos expandirla a toda la población. La indignación, la violencia, y el abuso no son buenas armas. El totalitarismo se desvanece en el aire puro de una clara visión. Pero una visión así debe ser descubierta….
Esperemos que esta lucha [por preservar la libertad y sus posibilidades] se realice con una clara visión y una aguda inteligencia en las situaciones concretas".
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