[Día hermoso de libertad]
Parece un sueño. Hace menos de dos semanas dejaba yo la Patria por imposición de la tiranía, en medio de una noche que parecía negra y tenebrosa, y hoy estoy encontrando a la Patria en este día hermoso de libertad. Era negra lo noche, pero ya los relámpagos ame-nazadores de justicia y de ira habían puesto presente la voluntad del pueblo, que iba a la conquista de su dignidad. Y cuando Venezuela salió, y cuando Venezuela hizo acto de pre-sencia, y cuando Venezuela se ganó el cariño de los pueblos de América y la admiración del mundo, fue porque el pueblo de Venezuela ya tenía hecha hace tiempo su decisión y estaba esperando con paciencia, pero no con cobardía ni con complicidad, el momento de rebelarse.
Yo no quiero caer en el lugar común, como lo han hecho todos los tiranos, de querer poner a sus regímenes despóticos junto a la gloria de los libertadores; pero sí puedo decir, porque es convicción honda que tengo, que nunca, después de los días gloriosos de la Inde-pendencia, Venezuela ha estado tan presente, tan admirada y tan querida en el continente americano.
El milagro de Venezuela ha marcado la hora de América; el milagro de Venezuela ha causado la admiración de todos. Y se preguntan: “¿De dónde salió aquel bravo pueblo del Himno Nacional, que parecía perdido?” ¿De dónde salió? De las jornadas gloriosas en que niños, mujeres y hombres de todas las clases sociales, con botellas y piedras, en La Charneca o en El Guarataro ofrendaron su tributo de sangre y de vidas anónimas, para ganar el puesto del decoro de enero del 58. Ese pueblo estaba aquí, trabajando afanosamente por la causa de su libertad. Cuando aquí venían periodistas extranjeros, cuando llegaba gente de otros climas y manifestaban la impresión de que Venezuela estaba muerta, de que estábamos entregados de manos y pies, ante la voluntad caprichosa del tirano, podríamos decirles, y decíamos con optimismo, que el pueblo de Venezuela estaba entero y rebelde, soportando y esperando, esperando el momento con una clarividencia maravillosa. Día a día, año tras año, la lucha de Venezuela fue constante por su libertad. Y cuando sale la macabra historia de los crímenes del régimen pasado hay que decir, con la frente muy alta, que más que la historia de esos crímenes, ésa es la historia del heroísmo anónimo del pueblo, que dio víctimas a las fauces de la tiranía, y que tras cada baja tenía reemplazo para asumir el puesto del riesgo, el del sacrificio y el de la renunciación.
¿Por qué estaban llenas las cárceles? Porque había carne noble para llenarlas. Estu-vieron a merced de los que quisieron cometer crímenes los cuerpos, pero no las almas re-beldes de los venezolanos, que estaban librando, día a día, la batalla de su porvenir. Cada estudiante, cada trabajador, cada dirigente que iba a la cárcel era víctima de atropellos, de torturas y de indignidades, pero nunca quedó un puesto vacío; tras de él estaba otro dispuesto a correr el mismo riesgo, a sufrir la misma suerte, a ratificar la misma actitud, a restablecer para siempre la democracia en Venezuela.
No es, pues, el milagro de una semana ni de dos: es el milagro de largos años de sufrimiento y de rebeldía, de ignorada y callada rebeldía, porque ni siquiera nosotros, a veces, podíamos saber cuántos y quiénes estaban en las cárceles. Era el esfuerzo diario, era de resistencia constante, era la actitud insobornable y anónima, frente a los millones del Fisco puestos en función de deformación y de vergüenza para un pueblo que tiene derecho a una vida mejor.
Y este pueblo, que supo conservarse en medio de la noche; y este pueblo maduro que supo esperar el momento propicio para salir al frente con toda la reserva de nobleza que tenía, este pueblo está disfrutando, para siempre, de esta atmósfera de libertad.
La consigna básica de los venezolanos tiene que ser: “Pérez, el último tirano”.
El tirano recién derrocado fue el que cerró la historia de la ignominia, y no habrá nunca nadie tan ciego, tan perverso, que sea capaz de repetir la aventura suicida, sabiendo que Venezuela en casos como éstos sabe dar al mundo la lección más hermosa, más íntegra de una absoluta y total unidad.
[Los estudiantes fueron la llama de la libertad]
Por esa unidad, los estudiantes fueron la llama de la libertad. Ellos salieron a la calle a librar las primeras batallas, cuando el triunfo parecía imposible. Ellos salieron a aprender la lección de la Patria, porque la fuerza de los estudiantes fue un gesto constructivo para la nacionalidad, que debe aprender la primera lección, la básica lección, que es la lección de la decencia y de la ciudadanía.
Los estudiantes de todas las universidades, oficiales y privadas, hermanados en un solo abrazo, salieron a dar el toque de clarín; salieron a avisarle a Venezuela que ya el mo-mento había llegado. Ellos fueron el canto del gallo en la madrugada de la libertad. Y si de alguna cosa debemos sentirnos orgullosos, es de haber rescatado la generación. Si el régimen depuesto hubiera continuado, ésa hubiera sido la generación del rock and roll, la generación de la ruleta rusa, la generación de los actos de corrupción, la generación que estaba preparándose para asaltar organizadamente el Tesoro Nacional. De la conciencia de esa generación no se podrá borrar ahora el recuerdo de esos días memorables, no habrá ninguno de ellos que sea capaz de apartar de su conciencia, ante el camino, el recuerdo de este impe-rativo de Patria, que se hizo presente en ellos en el alborear de la nueva Venezuela.
[Las mujeres]
De nuevo las mujeres, las madres que tenían hogares que cuidar, las esposas que te-nían maridos que atender, las maestras, las estudiantes, todas las que salieron a las calles a demostrar que, cuando tenían iguales derechos, era porque estaban convencidas de que ten-ían iguales deberes, y de que si habían reivindicado para sí el derecho supremo del voto, también estaban dispuestas a afrontar la barbarie desencadenada y a presentar sus carnes limpias ante el plan de machete, para aportar con ello la piedra básica del monumento a la nueva Venezuela.
[La Iglesia Católica]
Y luego la Iglesia, la Iglesia Católica, que no es, no puede ser ni será nunca un par-tido político, pero que hoy ha sido y tendrá que ser la depositaria de una doctrina, porque si en el mundo se habla hoy de los derechos de la persona humana, si en el mundo se habla hoy de civilización cristiana, es porque hay una doctrina de la que es su depositaria; y cuando la Iglesia sale a defender la base de la libertad, está cumpliendo su deber.
Que haya sido la señal de los tiranos la que haya llevado a las personas de los ecle-siásticos a las cárceles y la que haya atropellado las iglesias, mejor para Venezuela y mejor para la Iglesia venezolana. La Iglesia está al lado del pueblo sin denominación de partidos, al lado de su vida, convencida y demostrando para siempre que la religión no es planta que pueda desarrollarse con lozanía a la sombra corruptora de los poderosos; que la religión es una planta que necesita sol de caridad y necesita el riego y la sangre del corazón de los humildes para que pueda ser grata al apóstol de los campos abandonados de la humanidad.
[Los que no militan en partidos políticos]
Y luego los hombres y mujeres que no forman parte de los partidos políticos, los que no habían querido, por razones más o menos valederas, someterse a la disciplina de organización partidaria, ellos salieron también a asumir su responsabilidad, y se han ganado en esta jornada la ratificación del principio: profesionales, economistas, industriales, hom-bres de la calle, empleados y trabajadores, sin denominación política, todos tenemos un deber político fundamental y ellos han cumplido con su deber. Que haya una vida decente en la nación. Y yo no les pide que abandonen su posición para ingresar activamente en el profesionalismo político; que lo vayan haciendo aquellos que se sientan convencidos de ser llamados a esta actividad; pero los que siguen siendo independientes, los que sigan diciendo que no les interesa la política, tienen que aprender a entenderla en estas jornadas como un deber fundamental: el de establecer la garantía de los derechos humanos, el respeto a la personalidad de cada uno para que se pueda vivir con paz y seguridad.
[Las Fuerzas Armadas]
Y luego, venezolanos que me oís, las Fuerzas Armadas. No creáis que hay ninguna institución que haya sufrido más en el quinquenio de Pérez Jiménez, que sin ser el instru-mento de la opresión, fueron puestas por el dictador como una mampara para atraer el odio popular contra el Ejército. Sólo la lealtad de los militares, de los oficiales de la Aviación y de la Armada al ponerse al lado del pueblo, es la que ha salvado a la institución armada y la ha colocado donde debe estar, como una institución profesional, noble y legítima, compacta y unida, firme en sus postulados, defendiendo las libertades y respaldando la voz popular.
Los dictadores de hoy, que pretenden hacer del Ejército una máquina que no sienta ni oiga, ni vea; un autómata, un robot en sus manos, dispuesto a cometer todos los atrope-llos; los dictadores no entienden que los militares son hombres que callan por jerarquía y disciplina militar, pero que oyen, porque no pueden menos que oír el latido del corazón del pueblo; son hombres que tienen amigos y tarde o temprano tienen que reflejar el sentimiento que domina la nación. Por eso, cuando se trata de buscar explicación al movimiento armado, que comenzó el primero de enero en Maracay y continuó en la Marina y culminó el 23 de enero con la salida de Pérez Jiménez, la única explicación que hay que darle es que el sentido nacional fue tan grande que no podía menos que penetrar en el seno de la institución armada. Era el reflejo del sentimiento nacional que no podía menos que llegar al corazón de militares que también eran venezolanos. Y de los militares, los más militares, los que sienten más su vocación, los que tengan más orgullo de su uniforme, tienen que ser precisamente los más respetuosos con su pueblo y los más amantes de los principios fundamentales. Porque la institución armada tiene que nacer para respaldar esta base fundamental de la Patria, y todos los que estudian a fondo la defensa militar de un pueblo, entienden que el Ejército sin pueblo no puede nada y que el Ejército es fuerte cuando es la expresión de la voluntad del pueblo y tiene tras de sí al pueblo para respaldarlo.
[Que Pérez Jiménez sea el último tirano]
Todos, pues, venezolanos; todos, pues, pueblo hermoso de Caracas, que ha salido por la defensa del Himno Nacional no sólo porque volvió a nacer el bravo pueblo, sino por-que volvió a tocar la clarinada y percibir la consigna: seguid el ejemplo que Caracas dio. Todos, pues, pueblo de Venezuela, estudiantes y obreros, profesionales y comerciantes, sacerdotes, artistas, mujeres, periodistas; todos los que han luchado para ganar esta jornada histórica, el compromiso fundamental que tenemos es el que había dicho antes: que Pérez Jiménez sea definitivamente, para la historia de Venezuela, el último tirano. Y para que sea Pérez Jiménez en la historia el último tirano, el deber de cada uno de nosotros no está cum-plido todavía: tenemos que destruir la tesis sociológica del gendarme necesario, tenemos que acabar con la idea de que este pueblo es incapaz de hacer su grandeza si no gime bajo la bota de un tirano; tenemos que ganarle a Vallenilla la pelea con nuestro ejemplo, creando un orden legítimo y noble, demostrando que la paz no es la imposición de la voluntad de los bárbaros, sino emanación espontánea de la voluntad libre y soberana de un pueblo. Y ése es, venezolanos que me estáis escuchando, ése es el mensaje fraterno que yo traigo para todos en esta hermosa hora de júbilo para la Patria venezolana.
Hemos ganado la batalla de la libertad. Tenemos que ganar ahora la batalla de la paz. Tenemos que ganar la batalla del trabajo. Tenemos que ganar la batalla de la grandeza de la Patria.
Hace algunos años, un venezolano ilustre, colocado en una alta magistratura; un hombre, por cierto, de ideas políticas distintas a las mías, pero que me profesaba y a quien profeso una gran simpatía personal, me decía con una expresión terrible de desencanto: “Este pueblo sabe temer, pero no sabe obedecer”. El pueblo de Venezuela se ha lavado esa mancha: ha demostrado que no sabe temer, y ahora tiene que demostrar, como ha empezado a demostrarlo, que sabe obedecer.
El pueblo que no pudo ser dominado por la fuerza ni con los miles de millones del presupuesto nacional, es el que tiene que respaldar ahora a sus autoridades, a sus dirigentes políticos, a los hombres que al frente de los sindicatos, de las organizaciones económicas y de todas las fuerzas nacionales tienen la responsabilidad de discutir y de trazar el camino. Este pueblo, noble y heroico, tiene que ser el pueblo vigilante y sereno. Que no se diga que porque Pérez Jiménez se fue ya nadie trabaja en Venezuela; que no se diga que el mangua-reo es enfermedad de la democracia y que es necesario el sable desnudo, inclemente sobre el cuerpo, para poder cumplir con el deber de hacer la grandeza nacional. Tenemos que entregarnos al trabajo, trabajar más que antes, ahora que los dineros del pueblo pueden in-vertirse en beneficio del pueblo. Ahora es cuando debemos demostrar que Venezuela no era grande por Pérez Jiménez sino a pesar de Pérez Jiménez.
[Los partidos políticos]
Es un hermoso y noble deber el que tenemos y los partidos políticos creo que hemos entendido la responsabilidad que tenemos en este momento en Venezuela. La propaganda de la dictadura quería hacer de los partidos una especie de lepra política, que manchaba al que estaba adhiriéndose a ellos. En los corredores de la Seguridad encontrábamos gente que decía, como para justificar su historia: “Yo no he pertenecido nunca a un partido político”, como para decir “yo no he cometido nunca semejante delito”. Y mientras tanto, los partidos estaban cumpliendo su deber serenamente, silenciosamente, abnegadamente, en algunos casos heroicamente, soportando la persecución y manteniendo un clima de resistencia espi-ritual que hizo posible las jornadas brillantes de enero. Estos partidos políticos, a la hora de la liberación, no han venido a ver quién va a sacar la tajada más grande; no han venido a pedir puestos ni prebendas; no han venido a atizar odios ni venganzas. Están presentes, de-poniendo diferencias legítimas y tratando de encontrar una fórmula que nos una a todos para dar otro ejemplo que sea digno del ejemplo de enero, diciéndole al mundo que Vene-zuela fue a unas elecciones y organizó su período constitucional y los partidos políticos fueron lo suficientemente nobles, lo suficientemente generosos para callar diferencias y ponerse todos de acuerdo, dándole a la Patria la paz que ahora necesita.
Este pueblo que ha sufrido y gozado también, porque sintió el dolor de la amargura pero sintió la satisfacción de su triunfo incomparable; este pueblo que ofrendó héroes anó-nimos en los barrios y en las calles de Caracas, en toda Venezuela; este pueblo tiene que ser ahora el mismo pueblo que obedezca a los boy scouts en las calles y que sin policía mantiene el orden público. Este pueblo debe saber que el mejor monumento que podemos levantar, porque se levantarán sin duda monumentos hermosos artísticamente, pero a pesar de todo, el mejor monumento que se puede levantar a los mártires de la liberación es crear en Venezuela un pedestal sólido de verdadera, efectiva grandeza.
[Venezuela tiene derecho a ser gobernada democráticamente]
El mundo entero está pendiente de Venezuela; el mundo está admirado de Venezue-la; el mundo espera que Venezuela ahora sepa decirle que no sólo por la sangre, sino por el tesón y la voluntad, tiene derecho a ser gobernada democráticamente. Tenemos que inspirar confianza; que los hombres de empresa que vengan a establecer negocios, negocios lícitos, que no vengan a pretender manejarlos con la corrupción y el fraude; que los hombres que venga a establecer negocios lícitos y conformarse con ganancias justas, tendrán de nosotros apoyo, respeto, simpatía y consideración. Necesitamos desarrollarnos, necesitamos inspirar confianza, necesitamos demostrar a todos que hay un clima suficiente, y que la tierra vene-zolana es suficientemente amplia para que quepamos todos, siempre que vengan animados de una buena intención.
Debemos reconocer que el régimen lo manchó todo con sus negocios y maniobras. Por eso hubo violencia. Por eso desgraciadamente se produjeron algunos actos delictuosos, que pudieron crear un momento de alarma en todos los inmigrantes. El régimen no tuvo una política inmigratoria. El régimen no quiso valerse de los que venían buscando en Venezuela la tierra ancha y generosa y los utilizó como instrumentos al garete de sus maniobras y de sus perversiones.
Nosotros debemos decirles a los extranjeros que están en Venezuela, y a los que si-gan viniendo, que nuestras puertas están abiertas, que hay mucha tierra para trabajarla, que hay mucha oportunidad para hacer la grandeza del futuro, que aquí tienen un país libre y digno y que no acepta comerciar con la vergüenza nacional, pero que extiende los brazos abiertos a los que quieran venir a mezclar su sudor con el nuestro, a los que quieran poner su brazo con el nuestro, a los que quieran encorvarse sobre nuestra tierra como los venezolanos. A los que quieran aportar su inteligencia, sus iniciativas, sus energías en el comercio, en la industria o en la agricultura, los consideramos como hombres dignos de ganarse el cariño, la simpatía y la voluntad de los venezolanos.
[Las tiranías ofrecen una paz falsa]
Y los hombres de empresa espero que no olvidarán esta lección: la paz que ofrecen las tiranías es una paz efímera y falsa. Las tiranías se ufanan de que ofrecen a los hombres de empresa un clima favorable para desarrollar sus negocios, y los hombres de empresa pueden sucumbir a la tentación de apoyar las tiranías mientras sus balances anuales les re-presenten jugosas partidas de utilidades.
Es necesario que sepan que la tiranía da una paz falsa de pozo en que las aguas se pudren. Que la tiranía crea un clima de rencores, que se necesita la generosidad y la madu-rez política de un pueblo como el de Venezuela para que, a raíz de ganarse su libertad, dé este ejemplo de pacifismo, de orden y de comprensión que los venezolanos están dando.
Que sepan, pues, los hombres de negocios que deben buscar la paz en la realidad de la vida espontánea del pueblo; que deben discutir sus asuntos con los trabajadores, que de-ben someterse a las leyes, que deben reconocer los principios básicos que inspiran la vida nacional. Que los trabajadores están esperando reorganizar sus sindicatos, reorganizar su fuerza, que los represente y defienda; pero creo que la lección ha sido lo suficientemente dura como para que los trabajadores organicen sus sindicatos sin sectarismos, sin banderías políticas, entregados a la defensa de los genuinos derechos del trabajador y, al mismo tiem-po, dirigidos por hombres ya maduros, que han visto en otros pueblos, que han podido es-tudiar cómo los sindicatos fuertes no se hacen de la guachafita irresponsable, sino del traba-jo circunspecto, serio, firme, ordenado y coordinado de las masas obreras.
[A la conquista de la nueva Venezuela]
Todos, pues, venezolanos, a la conquista de la nueva Venezuela. Vamos a inspirar confianza. Habrá hondas reformas que hacer, pero sería insensato comenzar a hacerlas a la loca, irresponsablemente, para sembrar pánico y crear inconformidad y plantear crisis económicas que puedan ser pretexto de nuevas perturbaciones nacionales. Vamos a hacer que los hombres que entiendan de los problemas fundamentales se reúnan y los estudien. Dirigentes de partidos, dirigentes sindicales, hombres de empresa, técnicos de la economía: vamos a estudiar esos problemas y vamos a afrontar los más necesarios y los más funda-mentales. Vamos a irlos llevando con calma, con serenidad y con conciencia, sin apresura-miento, por esta libertad que hemos conquistado. Sería muy triste que se nos fuera a acabar en unos meses.
Sólo me queda decirles a ustedes que la impresión que traigo es también de honda satisfacción. Todos estamos dando muestras de que lo que teníamos estaba muy adentro, de que no estamos jugando un carnaval político que va a acabar en un miércoles de ceniza.
Pero les confieso a ustedes que he leído con satisfacción las declaraciones de la Jun-ta de Gobierno. La Junta Patriótica, que ha sido la expresión de la voluntad popular, que ha sido una representación de las angustias, deseos y aspiraciones del pueblo, ha hecho bien en ir dando confianza a quienes le ofrecen lo que están obligados a cumplir. No debemos pen-sar en que pueda haber mala fe en estas promesas; pero más que esto, ya que la política no vive de las confianzas en personas, por seres que accidentalmente desempeñan cargos públicos, debemos crear un clima civil que haga imposible que se desvíe el camino que se va trazando. Aquí estamos, venezolanos, con la alegría de podernos mirar cara a cara, con la alegría de poder decir que hemos sido fieles a la verdadera causa de la Patria grande. Aquí estamos nosotros, y podemos decirle al mundo que si en Venezuela hubo hechos de violencia, todos esos hechos de violencia recaen sobre la cabeza del dictador y de sus con-sejeros.
[El pueblo esperó con serenidad ejemplar]
El pueblo llegó a la violencia cuando le cerraron todas las puertas de la transición pacífica. El pueblo de Venezuela esperó con serenidad ejemplar, y estaba dispuesto a alla-narse a cualquier solución que abriera campos a sus anhelos y que restableciera las bases de la gran dignidad nacional.
Pérez Jiménez fue el encargado de cerrar, de darle con la puerta en las narices a todo aquel que pudiera abrir una salida decorosa, la que menos costara a la Patria, la que menos zozobra causara. Cerró todas las puertas, y fue cuando todos los caminos pacíficos se cerra-ron, cuando el pueblo provocado e injuriado, y vejado desde los voceros oficiales, hizo acto de presencia y para demostrar que tenía los pantalones muy bien puestos.
Día tras día los editoriales de El Heraldo provocaban al pueblo, diciendo que la prueba de que el pueblo de Venezuela no tenía una preparación política era que aceptaba los vejámenes oficiales sin haberse rebelado en la calle. Y el pueblo de Venezuela soportó una provocación tras otra, hasta que llegó el momento de confrontar la hombría de cada quien, y ahora es a esa Venezuela a quien le toca contestar: ¿Dónde estaba la hombría: en el pueblo sufrido, que soportaba la injuria en silencio, o en aquellos hablachentos a quienes les faltaron alas en los aviones para poner mar de por medio a la hora de ajustar las cuentas? Yo recuerdo, ya para terminar estas palabras que están largas: perdonen ustedes que la emoción se ha desbordado por mis labios y no he podido contenerme; yo recuerdo que en uno de esos editoriales se dijo que los partidos en Venezuela no alcanzaban juntos para llenar el cine Pastora; por lo visto el cine Pastora como que se ha ensanchado un poco en estos días.
El régimen pasado, señores, murió de cobardía. El plebiscito fue una cobardía. La negación de toda lucha fue una cobardía. El encarcelamiento y el exilio de los dirigentes políticos fue una cobardía. El régimen tenía miedo. No quería atreverse ni siquiera a unas elecciones amañadas, porque sabía que sin propaganda, con censura, sin mítines, con que nos dieran el derecho a meter una tarjeta en el sobre y de mandar un testigo a las urnas elec-torales, los habríamos derrotado sin remedio.
Ahora, en este momento, yo debo dar gracias, agradecerles a ustedes este recibi-miento magnífico. Agradecerle a la Junta Patriótica el honor que me ha hecho de venir a este acto, a presidirlo y a pronunciar tan hermosas palabras de bienvenida. El honor que me hecho Jóvito Villalba y su gente. Al que me hiciera Rómulo Betancourt y su gente también, recibiéndome juntos en manifestación de venezolanidad en el aeropuerto de Nueva York, haciendo que yo no pudiera sentir mis cortos días de exilio, porque encontré a Venezuela allá viva y bulliciosa y unida.
[Vamos a ganar la batalla]
En este momento de dar gracias a los que han sufrido, en este momento de rendir mi tributo de homenaje a los héroes caídos en la liberación; en este momento de hacer llegar mi voz de simpatía a los hogares que están huérfanos, donde hay viudas y madres que lloran hijos, hermanos, esposos, caídos en la lucha por la libertad; en este momento de dar gracias, yo vengo a pedir. Doy las gracias pidiendo. Quiero pedirle al pueblo: vamos a ganar la batalla del trabajo; vamos a ganar la batalla de la libertad; vamos a ganar la batalla de la economía próspera de Venezuela. En los periódicos del mundo, pagados por el erario nacional, se ha venido sembrando la leyenda de que la riqueza de Venezuela, aquella rique-za aldeana, de nuevo rico, con que se nos quería presentar para ofender a los demás, era producto de la tiranía. Es necesario que demostremos que esa riqueza es producto de los dones que Dios puso en las entrañas de la tierra y el músculo y el cerebro de los venezola-nos, sobre esta misma tierra generosa. Esa riqueza vamos a desarrollarla ahora, no para que se la cojan los ladrones, sino para satisfacer las necesidades de los humildes.
[La libertad es la base de la grandeza]
Es el momento de volver, dentro de la alegría, a la necesaria serenidad. Es el mo-mento de demostrar de nuevo la madurez política del pueblo de Venezuela. Es el momento de tener confianza en los hombres que tienen que ocuparse de los partidos, de los sindica-tos, de los Ministerios, en los cargos públicos, en los cargos técnicos, en las empresas, en los problemas nacionales.
No todo será perfecto desde el primer momento, pero por lo menos tenemos de aho-ra en adelante el derecho de hablar, el derecho de reclamar, la tranquilidad de ir por la calle sin que nos sigan los espías de la Seguridad hasta nuestros hogares.
El régimen decía que estaba trabajando por una Venezuela grande y próspera. La Venezuela grande y próspera no podía existir mientras no existiera la Venezuela libre. La libertad es la base de la grandeza y de la prosperidad. Hemos conquistado, venezolanos, el don inestimable de la libertad. Ahora nosotros mismos debemos conquistar el don de la prosperidad y de la grandeza de la Patria. Unidos todos, no con amapuches de embuste, cada uno en su posición, cada uno con sus ideas; pero todos encontrando que por encima de las propias ideas hay una superior. Que por encima de las propias aspiraciones hay aspira-ciones comunes, y esas aspiraciones comunes se presentan en la grandeza verdadera, digna y libre de la Patria amada de Venezuela.
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