A punto de celebrar el Bicentenario del 19 de abril de 1810, conviene reflexionar sobre el valor histórico de esa fecha. Aquel día asomamos el deseo de ser una República civil. Incoamos el querer de pueblo que más sufrimientos nos ha costado en nuestra historia. No sólo por la sangre derramada sino, sobre todo, por su carácter escurridizo. Hoy, doscientos años después, el sueño republicano aún está por realizar. A pesar de la experiencia de la República civil durante los años de la democracia (1958-1998), volvimos a la barbarie. Reapareció –como diría Gallegos– la “raíz enferma de donde nos proviniera tanta hoja marchita en las ramas de la esperanza”.
Sanar las ramas de la esperanza supone reencontrar referentes morales en nuestra historia. Requiere descostrar la conciencia histórica. Los venezolanos tenemos que contrastar sin complejos el orden creado por la “Quinta República” con las ideas que animaron la lucha de independencia y alcanzaron plenitud a través del Pacto de Puntofijo. Aunque resulte odioso a los oídos del poder, el republicanismo independentista sólo cuajó con Puntofijo. He allí el valor indeleznable de este último. Ha sido “la decisión política y moralmente más constructiva de toda nuestra historia” (Luis Castro Leiva). Satanizar Puntofijo es satanizar el republicanismo esencialmente civil de la hora independentista. A eso ha apuntado el discurso oficialista que desde 1998 se ha disfrazado de filosofía de la historia, de ciencia, para hacernos creer que todo tiempo pretérito fue malo y vergonzoso, en especial los años de la democracia.
Pero lo vergonzoso es la autocracia militarista que arrastramos dolorosamente hasta 1958, cuando derrotamos a Pérez Jiménez. Es la misma autocracia militarista que se ha enquistado en nuestra vida política durante los últimos once años y que nos avergüenza doblemente porque, además de destruir la obra de la República civil que tardamos casi dos siglos en edificar, se ha consustanciado con el extremismo marxista para sembrar tanto más odio cuanto más nos aleja del camino del auténtico desarrollo humano.
En este sentido, ser República es afirmarse frente a la autocracia. Es derrotar la barbarie con la civilidad, la fuerza con la razón. Sólo en República florece lo humano a través de la virtud cívica. Sólo en República es soberana la ley y el poder es justiciable. Sólo en República prima lo civil sobre lo militar. Sólo en República se puede construir una sana democracia porque se controla el ejercicio de la soberanía poniendo límites al pueblo, porque no se someten al juicio de las mayorías los valores que permiten el respeto de la dignidad humana. Sólo en República la persona es el sujeto, el centro y el fin de todas las instituciones sociales. Ése es el camino trazado por nuestros próceres civiles el 19 de abril de 1810. Ésa es la experiencia de Puntofijo. Lo que fue posible, todavía lo es. Nos toca a nosotros, republicanos, volver a realizarlo.
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Twitter: @JuanMMatheus
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