“En una hora de crisis, cuando el orden de una sociedad vacila y se desintegra, los problemas fundamentales de la existencia política en la historia son más fácilmente reconocibles que en períodos de relativa estabilidad”
(Eric Vöegelin, Nueva Ciencia de la Política)
La existencia social del hombre es una existencia histórica. Por eso los grandes hallazgos de la filosofía política han ocurrido en momentos de crisis. Cada autor plasma en sus obras las verdades que se abren paso entre las situaciones de conmoción que le ha tocado vivir. Platón y Aristóteles presenciaron el desmoronamiento del mundo helénico. La Ciudad de Dios de San Agustín muestra la crisis del Imperio romano y el proceso de síntesis de éste con el cristianismo. Y en su libro Elementos de Filosofía del Derecho, Hegel denota el profundo vacío espiritual en el cual estaba inmersa la civilización occidental.
Lo anterior resultó especialmente evidente durante el siglo XX. La emergencia de los totalitarismos reveló que el vacío espiritual reflejado en Hegel sí tenía consecuencias de injusticia en la vida social. Se hizo patente una de las verdades centrales de la política, a la cual Platón dedicó especial atención: que todo desorden social es la manifestación exterior de un desorden mayor, más profundo, en el alma de los hombres concretos. Los totalitarismos cobraron existencia porque las almas del tipo humano predominante en aquellas sociedades fueron infectadas por el virus totalitario. Quedó claro que es el corazón humano el lugar en donde se incuban, anidan y consienten las injusticias.
Hoy Venezuela atraviesa un momento de crisis. Vemos cómo el orden social se desintegra cada día. Es acaso la mayor crisis política y moral de nuestra historia. A pesar de haber padecido muchas autocracias a lo largo de 200 años de vida republicana, nunca habíamos soportado el peso de una autocracia totalitaria. Nuestra sociedad, en cuanto cuerpo orgánico, está infectada con el virus totalitario. Y lo está –duele decirlo– porque el alma del tipo humano que predomina, es decir, del criollo que modela el talante moral de las instituciones políticas y sociales, también lo está. Se trata de un fenómeno que trasciende la división régimen-adversarios del régimen. El virus totalitario está aquí y allá, en todos lados. De lo contrario la revolución bolivariana no se mantendría en pie.
Pero no hay mal que por bien no venga. Es esperanzador que, como advierte Vöegelin, los venezolanos estamos reconociendo más fácilmente los problemas fundamentales de la existencia política. Ahora somos más sensibles a la diferenciación entre barbarie y racionalidad. La Venezuela enferma de totalitarismo nos señala, por contraste, cómo ha de ser la Venezuela libre de totalitarismo. Hay un rico elemento pedagógico en la experiencia de pueblo que vivimos, que debe ser acogido como tesoro. Gracias al influjo de la parte de la población que no ha sucumbido al virus totalitario estamos descubriendo cómo será el deber ser de nuestra futura convivencia política, en paz y con justicia. La verdad está irradiando todo su esplendor. De este modo, en poco tiempo podríamos vernos curados. El porvenir está abierto. Presenciamos la purificación de nuestra Política.
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