En su ensayo “La lucha contra el totalitarismo”, Karl Jaspers enfatiza en que “la claridad acerca de la naturaleza del totalitarismo es nuestra mayor arma, si logramos expandirla a toda la población”. Esta idea, en apariencia sencilla, es el quicio de la lucha antitotalitaria. Lo que hoy está planteado es una batalla en las conciencias y por las conciencias. Liberar a Venezuela es liberar la conciencia de los venezolanos. Sólo así la verdad podría propagarse como un arma bacteriológica (Vaclav Havel), que penetre cada ranura del régimen de Hugo Chávez, lo prive de su oxígeno (la mentira) y propicie su repentina implosión.
Lo anterior supone vencer algunos argumentos “realistas”, frecuentemente esgrimidos tanto por personeros del régimen como de la oposición. En Venezuela –se dice– no existe un totalitarismo porque (i) no se cometen los crímenes de la Unión Soviética o de la Alemania nazi, (ii) hay cierta libertad de expresión y, además, (iii) se producen elecciones periódicas.
Con respecto a lo primero, es obvio que no somos la Alemania nazi ni la URSS. Padecemos una patología política con sello propio, criolla. Ello no obsta, sin embargo, para catalogarla de totalitaria. La esencia del totalitarismo es la pretensión de transformar la naturaleza humana y de dominar por entero a la persona y a la sociedad. Ésa es, vale decir, la aspiración suprema de la revolución bolivariana. Así lo demuestran las palabras del Comandante y, sobre todo, sus acciones. Si dicha dominación no es mayor, es porque los venezolanos nos resistimos a ser esclavos. Pero ello no significa que la naturaleza del régimen no sea totalitaria. Así como no deja de ser cáncer un tumor tratado con quimioterapia, tampoco el régimen deja de ser totalitario porque lo refrenemos.
En cuanto a lo segundo, no es verdad que haya libertad de expresión en Venezuela. Primero, porque el régimen controla cubierta o encubiertamente la mayor parte de los medios de comunicación, utilizándolos para el despliegue de su aparato propagandístico, para el adoctrinamiento de sus partidarios y para la siembra del terror a través de la amenaza y la difamación. Y segundo, porque la expresión de la palabra libre en los medios no oficialistas ni autocensurados está modulada por el chavismo: si ésta coadyuva a mantener alguna apariencia de tolerancia, se la permite. Si no conviene a tal efecto o no se la soporta, entonces se activan la persecución penal y la retaliación.
Por último, en Venezuela hay elecciones mas no respeto por la voluntad popular. El régimen ha impregnado la opinión pública, incluyendo vastos sectores opositores, de una visión formalista de la democracia. Ha hecho pensar que democracia es sinónimo de “voto popular”, con independencia de las condiciones de justicia electoral y del Estado constitucional. De este modo, ocurre algo tan grave como paradójico: la mayor dificultad para comprender la naturaleza del régimen y asumir que enfrentamos una autocracia totalitaria es nuestra propia idea de democracia, hueca y sin valores. Cuando la cambiemos, cuando la dotemos de contenido y de substantividad, estaremos en capacidad de alcanzar la claridad referida por Jaspers. Entonces haremos de la verdad nuestra arma bacteriológica. Sobrevendrá la libertad. Podremos llamar las cosas por su nombre: democracia, a la democracia verdadera; y totalitarismo, a la revolución bolivariana.
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