En nuestro artículo “Si no existe, ¿por qué luchamos?” (El Universal, 13-5-2010), hablamos sobre la necesidad de combatir la dictadura del relativismo. La verdad moral –dijimos– sí existe. No es relativa ni depende de la voluntad de los hombres. Tampoco está sujeta a los caprichos y/o vaivenes de una mayoría democrática. De lo contrario justicia sería lo que conviene al más fuerte. Da lo mismo que se trate de un autócrata o de alguien con el apoyo de los votos.
Tales afirmaciones generaron reacciones. Recibimos docenas de correos. Algunos lectores compartían que no toda conducta es moralmente válida, aunque sea permitida por las leyes positivas o aceptada por la sociedad. Otros manifestaron su desacuerdo. Una posición anti-relativista les parece “soberbia”, “poco fiable” para la “tolerancia democrática”. ¿Quién tiene –preguntaban– la autoridad de determinar qué es la verdad?
Al respecto hemos de decir que esa autoridad no reside en ninguna persona. La verdad moral deriva de la ley natural y ésta, a su vez, de la naturaleza humana. Todos los hombres poseemos una forma de ser particular: la humanidad. Existimos como una unidad corpóreo-espiritual, somos libres y responsables, y estamos dotados de inteligencia y voluntad. El objeto de la inteligencia es la verdad. El de la voluntad, el bien. La ley natural es, en este sentido, un principio de acción que permite a la inteligencia iluminar la voluntad sobre lo que resulta beneficioso/perjudicial para la naturaleza humana y, por lo tanto, debe procurarse/evitarse.
La ley natural está, así, al alcance de la razón humana. Todos los hombres de todos los tiempos pueden descubrir sus exigencias. Por eso Aristóteles se refirió a ella como “lo justo universal”. Es cierto, sin embargo, que la razón puede nublarse en el descubrimiento de los modos concretos de vivir la ley natural. Ello es consecuencia de nuestra capacidad de obrar el mal, de lo que en clave judeo-cristiana se denomina pecado original. Por eso toda persona tiene el deber de formar su conciencia para estar en mejores condiciones de aferrarse a la ley natural. Pero los políticos tienen una especial responsabilidad en esta materia, pues su función es procurar las condiciones en las cuales los ciudadanos se adhieran libremente a la ley natural.
Cuando un político se divorcia de la ley natural (aborto, matrimonio homosexual, abolición de la propiedad privada, supresión de la libertad de pensamiento), comienza lo que Eric Voegelin llamó rebelión gnóstica: un proceso por el cual un hombre o grupo de hombres impone, en virtud de un supuesto conocimiento más profundo de la naturaleza humana, su concepción relativa de la verdad y del bien, con el fin de alcanzar alguna utopía (el hombre nuevo, acabar las injusticias sociales, derrotar el imperialismo yankee, etc.). Allí estriba la verdadera soberbia, esencia del totalitarismo y causa de corrupción de las democracias sin valores. Eso es lo que está pasando en Venezuela. Su mayor nutriente es el relativismo, que debemos enfrentar sin descanso. Mientras no lo hagamos seguimos a merced de la barbarie. Manos a la obra.
jmmfuma@gmail.com
Twitter: @JuanMMatheus
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