Un tema sobre el cual conviene volver una y otra vez es la relación entre política y verdad. Como señaló Joseph Ratzinger días antes de ser elegido Papa, la gran opresión contemporánea es la dictadura del relativismo, es decir, la actitud vital según la cual no existen verdades objetivas que encaucen a priori la conducta moral de las personas. Bajo este esquema la verdad depende de lo que piense o desee cada sujeto en cada circunstancia concreta. Nada es definitivo. Todo es relativo. Todo vale. Se argumenta que la libertad es el derecho a actuar de acuerdo a la propia verdad, y la tolerancia la disposición a respetar el ejercicio de una libertad así entendida.
Cuando el relativismo inunda lo político comienza un proceso que conlleva a la primacía del poder sobre la verdad y de la fuerza sobre la razón. Desde la perspectiva relativista la justicia es, como sostendría el sofista Trasímaco en el libro I de La república de Platón, "lo que conviene al más fuerte". Los choques de "verdades relativas" sólo pueden ser zanjados a través de la fuerza, de modo que la verdad moral -lo justo- termina siendo lo que imponga el más poderoso. Ello ocurre tanto en las autocracias (violaciones a DDHH, concentración de poderes, etc.) como en las democracias sin referentes morales (aborto, eutanasia, matrimonio homosexual, etc.). En ambos casos se hace patente la esencia de la dictadura del relativismo: el divorcio entre moralidad y convivencia política.
Lo anterior encuadrada en el caso venezolano. Enfrentamos un régimen que se edifica sobre la negación de la verdad, dentro del cual la justicia es lo que conviene al más fuerte. Para revertir esa situación es necesario que desterremos el relativismo de nuestros modos políticos. Dirigencia de oposición, académicos, estudiantes y ciudadanos: ninguno debe anclarse en el relativismo para enfrentar al régimen. Hacerlo equivaldría a colocar la lucha en términos de choque de "verdades relativas". En ese caso la meta no sería ahogar la mentira y la maldad en la verdad y en el bien sino imponer "nuestra verdad". Se trataría, dicho en criollo, de un quítate tú pa´ ponerme yo, de un deja de imponer pa´ imponer yo.
Si la verdad no existe, ¿por qué luchamos? Esta pregunta apunta al núcleo de las aspiraciones de quienes queremos liberar a Venezuela. Nuestra lucha no sólo ha de tener por norte salir del actual escollo sino, sobre todo, construir una sociedad virtuosa, en la cual cada venezolano viva de acuerdo a la verdad. Sería desafortunado derrotar al régimen para instaurar en Venezuela una democracia sin valores. Por eso el veneno del relativismo debe rechazarse desde ahora. De lo contrario será muy difícil construir una auténtica democracia. Seguiría latente el riesgo del totalitarismo. En palabras de Juan Pablo II, "si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder; una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia". (Centesimus annus, N° 46).
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