La muerte del Presidente Caldera ha removido la conciencia histórica del país. Su magnanimidad, su parábola vital y la fecundidad de sus obras están penetrando las entrañas de nuestra vida colectiva en esta hora aciaga. Hacen resonar las campanas de la historia para recordarnos que alguna vez (1958-1998) el pueblo de Venezuela existió como una República civil, en la cual la justicia, la razón y la amistad cívica fueron los pilares de nuestra convivencia pacífica.
Caldera fue un republicano cabal. Ejerció la virtud, por igual, en lo público y en lo privado. Incluso sus adversarios reconocen que no hubo dobleces. Su vida estuvo entremezclada con el proceso de destierro de la barbarie de nuestros modos políticos. Fue, como él mismo dijera, un “luchador”. Un luchador civil, sin espada ni balas, que consagró su vida a lograr que en Venezuela fueran posibles el imperio de la ley y la primacía del poder civil sobre el poder militar.
Esto sólo puede comprenderse en toda su importancia si se hurga en nuestra historia independiente y si se escudriña el tipo humano que predomina en Venezuela, lo cual además resulta un ejercicio necesario para entender –por contraste– la inconmensurable maldad moral de la Revolución Bolivariana en el contexto de nuestra marcha histórica.
Con respecto a lo primero hemos de decir que hasta 1958 toda la vida colectiva venezolana estuvo signada por el caudillismo y el militarismo, por fusiles y grilletes, por montoneras armadas. Una vez independientes nos “entrematamos devotamente durante casi dos siglos”, como bien señaló Luis Castro Leiva. Nos tomó 150 años descubrir nuestra capacidad de vivir en paz y con justicia, de ser República. Y en ello Caldera jugó un rol decisivo que lo hace merecedor del apelativo héroe civil, con el cual se le ha calificado recientemente.
Sobre nuestro tipo humano, es decir, el venezolano de carne y hueso que imprime su carácter a las estructuras sociales y políticas, el mismo Presidente Caldera dejó una pista valiosísima. En su último Mensaje al pueblo de Venezuela se lee que en nuestra condición humana concreta hay algo que conspira en contra de la instauración y el mantenimiento de una República civil y democrática, a saber: “El pasado autocrático del país, su propensión militarista, los extremismos de la izquierda y las desigualdades sociales heredadas”. Hoy la República civil se ha desvanecido porque esa propensión militarista, encarnando los extremismos de la izquierda, se ha puesto de pie para volver al pasado autocrático, ufanándose cínicamente de estar erradicando las desigualdades sociales heredadas.
Así las cosas, la vida de Caldera muestra una gran verdad: no hay República sin republicanos. Las instituciones, por sí mismas, son insuficientes. El desafío es la formación de republicanos que virtuosamente vivifiquen las instituciones. En ello es esencial el ejemplo de Caldera. Allí está la clave para ganar la República civil.
jmmfuma@gmail.com
Twitter: JuanMMatheus
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario