Democracia como forma de vida

La permanencia del orden republicano no es una gratuidad histórica. Tampoco es consecuencia de una declaración formal, de una vivencia aparencial de principios. Por el contrario, es fruto de una aceptación honda y sincera de los principios de la democracia constitucional por parte de todos los componentes sociales, pero especialmente de aquellos en quienes recae la responsabilidad directa de crear las condiciones existenciales de la vida republicana. Son principios que nada tienen que ver con la ideología ni con la voluntad autocrática de poder. O dicho de otro modo: son principios que sólo pueden subsistir si la ideología se ahoga en la verdad y la voluntad autocrática de poder en la razón.







Juan Germán Roscio

Juan Germán Roscio

Reivindicar la historia

Debemos hacer resonar las campanas de la historia para recordarnos que alguna vez (1958-1998) el pueblo de Venezuela existió como una República civil, en la cual la justicia, la razón y la amistad cívica fueron los pilares de nuestra convivencia pacífica.

Firma del Pacto de Puntofijo (Caracas, 31 de octubre de 1958)

sábado, 20 de marzo de 2010

¿Qué es la educación liberal? // Leo Strauss

La educación liberal es educación en la cultura o hacia la cultura. El producto terminado de una educación liberal es un ser humano cultivado. «Cultura» (del latín, cultura) significa primariamente agricultura: el cultivo del suelo y sus productos, cuidar el suelo, mejorar el suelo de acuerdo a su naturaleza. «Cultura» significa, en forma derivada, hoy en día, principalmente el cultivo de la mente, el cuidado y la mejora de las facultades nativas de la mente de acuerdo con la naturaleza de la mente.



Maestros y discípulos

Así como el suelo necesita quienes lo cultiven, así la mente necesita maestros. Pero no es tan fácil encontrar maestros como encontrar agricultores. Los maestros mismos son, a su vez, discípulos y deben ser discípulos. Pero no puede haber un regreso hasta el infinito: debe haber finalmente maestros que no sean a su vez discípulos.

Aquellos maestros que no son a su vez discípulos son los grandes talentos o, para evitar cualquier ambigüedad en materia tan importante, los más grandes talentos. Tales hombres son extremadamente raros. No es probable que nos encontremos alguno de ellos en ningún salón de clases. Es una gran suerte si hay uno de ellos vivo en la misma época que nosotros. En la práctica, los discípulos, cualquiera que sea su grado de conocimientos, tienen acceso a los maestros que no son a su vez discípulos, a los más grandes talentos, sólo a través de los libros más importantes, de las obras fundamentales. La educación liberal consistirá, entonces, en estudiar con el debido cuidado las obras fundamentales que los más grandes talentos han dejado tras de sí; estudio en el cual los discípulos más experimentados ayudan a los menos experimentados, incluso a los que comienzan.

Esta tarea no es fácil, como podemos advertir si consideramos la fórmula que acabo de mencionar. Esa fórmula requiere un largo comentario. Se han invertido muchas vidas en escribir tales comentarios y aún podrían invertirse muchas más. Por ejemplo, ¿qué quiere decir la afirmación de que las obras fundamentales deben ser estudiadas «con el debido cuidado»? Al presente mencionaré sólo una dificultad, obvia a todos ustedes: los más grandes talentos no nos dicen las mismas cosas en relación con los temas más importantes; la comunidad de los grandes talentos está dividida por la discordia, e incluso por diversas clases de discordia.

Aparte de otras consecuencias que esto implica, de ello se desprende ciertamente que la educación liberal no puede ser simplemente información. Mencionaré aún otra dificultad. «Educación liberal es educación en la cultura». ¿En qué cultura? Nuestra respuesta es: cultura en el sentido de la tradición occidental. Sin embargo, la cultura occidental es sólo una entre muchas culturas. Al limitarnos a la cultura occidental, ¿no estamos condenando la educación liberal a una cierta estrechez pueblerina? y ¿no es acaso el espíritu pueblerino incompatible con el liberalismo, la generosidad y la amplitud de mente de la educación liberal? Nuestra noción de educación liberal no parece ajustarse a una época consciente del hecho de que no existe la cultura de la mente humana, sino una variedad de culturas. Obviamente si «cultura» es susceptible de ser usada en plural, no es la misma cosa que la «cultura» que es singulare tantum, que sólo puede ser usada en singular. Hoy día la cultura no es ya, como dice la gente, un absoluto, sino que se ha vuelto relativa. No es fácil decir qué significa la «cultura» en cuanto susceptible de ser usada en plural. Como consecuencia de esta oscuridad, algunos han sugerido, explícita o implícitamente, que cultura es cualquier patrón de comportamiento común a cualquier grupo humano. De ahí que no vacilemos en hablar de cultura de las urbanizaciones o de las culturas de los grupos juveniles, tanto delincuentes como no delincuentes. En otras palabras, cada ser humano que no esté en un manicomio es un ser humano cultivado, porque participa de una cultura. En las fronteras de la investigación, se alza la pregunta de si no existe también una cultura de los locos en el manicomio. Contrastar el uso actual de la palabra «cultura» con su significado original, es como decir que el cultivo de un jardín consiste en que sea ensuciado con latas, botellas de whisky vacías, y papeles sucios de diversas clases tirados en él al azar. Habiendo llegado a este punto, nos damos cuenta de que, de alguna forma, hemos perdido el camino. Comencemos, entonces, de nuevo, haciéndonos la pregunta: ¿Qué puede querer decir, aquí y ahora, educación liberal?



Alfabetización y democracia moderna

La educación liberal es una cierta clase de educación literaria: educación en las letras o por las letras. No hay necesidad de argüir en favor de la alfabetización; cada votante sabe que la democracia moderna se mantiene o cae gracias al grado de alfabetización. En orden a entender esta necesidad, debemos reflexionar sobre la democracia moderna. ¿Qué es la democracia moderna? Una vez se dijo que la democracia es un régimen que se mantiene o cae por la virtud: una democracia es un régimen en el cual todos o la mayoría de los adultos son hombres virtuosos, y puesto que la virtud parece requerir sabiduría, un régimen en el cual todos o la mayoría de los adultos han desarrollado su razón hasta un alto grado, o la sociedad racional. En una palabra, la democracia debe ser una aristocracia que se ha ensanchado hasta llegar a ser una aristocracia universal. Antes de que surgiese la democracia moderna hubo algunas dudas acerca de si la democracia así entendida era posible. Así lo expresaba uno de los dos más grandes talentos entre los teóricos de la democracia: «Si hubiera un pueblo de dioses, se gobernaría a sí mismo democráticamente. Un gobierno de tal perfección no se ajusta a seres humanos». Esta voz suave y apagada se ha convertido, hoy por hoy, en una robusta voz transmitida por un altoparlante de gran potencia.

Hay una ciencia completa —ésa que yo, entre otros miles, me dedico a enseñar, la ciencia política— que, por así decirlo, no tiene otro tema que el contraste entre la concepción originaria de la democracia, o lo que uno puede llamar el ideal de la democracia, y la democracia tal como es. De acuerdo a un punto de vista extremo, que es el predominante en la profesión, el ideal de la democracia era una pura ilusión, y la única cosa relevante es el comportamiento de las democracias y el comportamiento de los hombres en las democracias.

La democracia moderna, lejos de ser una aristocracia universal, sería un gobierno de la masa, sino fuera por el hecho de que la masa no puede gobernar, sino que es gobernada por élites, es decir, grupos de hombres que, por la razón que sea, se hallan en la cumbre o tienen una buena oportunidad de llegar a la cumbre; se dice que una de las virtudes más importantes que se requieren para el suave funcionamiento de la democracia es la apatía electoral, esto es, la falta de espíritu cívico; esos ciudadanos que no leen nada, con excepción de las secciones deportiva y cómica del periódico, no son ciertamente la sal de la tierra, pero sí la sal de la democracia moderna. La democracia no es, entonces, gobierno de la masa, sino cultura de la masa. Una cultura de masas es una cultura que puede ser adquirida por los talentos más mediocres, sin ningún esfuerzo intelectual o moral, y a muy bajo precio. Pero incluso una cultura de masas, y precisamente por serlo, requiere un constante suministro de las que suelen llamarse «nuevas ideas», que son producidas por los «talentos creadores»: hasta los anuncios comerciales pierden su atractivo si no se los varía de tiempo en tiempo.

Pero la democracia, incluso si se la considera sólo como la dura concha que protege la blanda cultura de masas, requiere, a la larga, cualidades de muy distinta clase: cualidades de dedicación, de concentración, de amplitud y de profundidad. Así entendemos más fácilmente lo que educación liberal quiere decir hoy y ahora. La educación liberal es el antídoto de la cultura de masas, de los efectos corrosivos de la cultura de masas, de su inherente tendencia a no producir nada sino «especialistas sin espíritu o visión y gentes sensuales sin corazón». La educación liberal es la escalera por la cual tratamos de ascender de la democracia de masas a la democracia como se la entendió originariamente. La educación liberal es el esfuerzo necesario para fundar una aristocracia dentro de los límites de la democrática sociedad de masas. La educación liberal recuerda la grandeza humana a aquellos miembros de una democracia de masas que tienen oídos para oír.



Los libros y el diálogo

Alguien podría decir que esta noción de la educación liberal es puramente política y que asume dogmáticamente la bondad de la democracia moderna. ¿Acaso no podemos retornar a la naturaleza, a la vida de las tribus sin escritura? ¿No estamos, acaso, aplastados, asqueados, degradados por la masa de papel impreso, cementerio de tantos bellos y majestuosos bosques? No es suficiente responder que esto es mero romanticismo, que hoy ya no podemos retornar a la naturaleza, porque ¿acaso no puede ocurrir que las generaciones venideras, después de un cataclismo causado por el hombre, se vean obligadas a vivir en tribus analfabetas? ¿No afectarán tales perspectivas a nuestra opinión acerca de las guerras termonucleares? Es cierto que los horrores de la cultura de masas (que incluye giras turísticas a la naturaleza cuantificada) hacen comprensible el deseo de un retorno a la naturaleza. Una sociedad analfabeta, en el mejor de los casos, es una sociedad gobernada por antiguas costumbres, que se remontan hasta los fundadores originarios, dioses, hijos de dioses o discípulos de dioses; puesto que no hay escritura en tal sociedad, los más recientes herederos no pueden estar en contacto directo con los fundadores; no pueden saber si sus padres o abuelos no se habrían desviado de lo que los fundadores originarios quisieron decir, o si no habrían configurado el mensaje divino con adiciones o sustracciones meramente humanas; por lo tanto una sociedad analfabeta no puede actuar consistentemente sobre la base de su propio principio de que lo mejor es lo más antiguo. Solamente escritos que hayan sido transmitidos desde los fundadores pueden hacer posible que los fundadores hablen directamente a sus más recientes herederos. Por ello, es contradictorio desear retornar al analfabetismo. Estamos obligados a vivir con libros. Pero la vida es demasiado corta para rodearla de libros que no sean los más importantes, las obras fundamentales. En este respecto, como en otros, haríamos bien en tomar como nuestro modelo a aquel que, por su sentido común, es el mediador entre nosotros y los grandes talentos. Sócrates nunca escribió un libro, pero sí los leyó. Permítanme citar una frase de Sócrates, que dice casi todo lo que puede decirse sobre nuestro tema, con la noble simplicidad y la serena grandeza de los antiguos: «Así como otros se complacen en tener un buen caballo, o un perro, o un pájaro, yo me complazco en mayor medida aún en tener buenos amigos... y despliego y recorro junto con mis amigos los tesoros que los sabios de la antigüedad han dejado tras de sí gracias a que los escribieron en libros; si encontramos algo bueno, lo recogemos, considerando como gran ganancia el habernos sido útiles unos a otros de esta forma». El que nos transcribe esta frase añade el comentario: «Cuando oí esto, me pareció que Sócrates era bienaventurado, y a la vez que estaba conduciendo a aquellos que le escuchaban hacia la perfecta nobleza». Este recuento es defectuoso puesto que no nos dice nada acerca de lo que Sócrates solía hacer en relación con aquellos pasajes de los libros de los sabios de la antigüedad que no supo si eran buenos o no. En otra narración leemos que Eurípides le dio una vez a Sócrates los escritos de Heráclito y entonces le preguntó su opinión sobre ellos. Sócrates dijo: «Lo que yo he entendido es grande y noble; y creo que también lo es aquello que no he entendido; pero, ciertamente, para entender tales escritos se necesita algún adivino especial».

Educación para la perfecta nobleza, para la excelencia humana, la educación liberal consiste en recordarse a uno mismo la excelencia humana, la grandeza humana. ¿De qué manera nos hace recordar la excelencia humana la educación liberal? Es imposible excederse al pensar en la educación liberal. Hemos oído la sugerencia de Platón de que la educación en su sentido más elevado es filosofía. Filosofía es la búsqueda de la sabiduría o la búsqueda del saber acerca de lo más importante, lo más elevado, o lo más universal; tal saber, sugirió, es virtud y felicidad. Pero la sabiduría es inaccesible al hombre, y por tanto la virtud y la felicidad serán siempre imperfectas. A pesar de ello, Platón afirma que el filósofo, quien, como tal, no es sabio, es el único verdadero rey; declara que posee todas las excelencias de las que es capaz la mente humana, en su grado más elevado. De todo esto podemos sacar la conclusión de que nosotros no podemos ser filósofos; que nosotros no podemos adquirir la forma más elevada de educación. No debemos dejarnos engañar por el hecho de que encontramos muchas personas que dicen ser filósofos. Porque tales personas emplean una expresión vaga, necesaria quizás por conveniencias administrativas. A menudo lo que quieren decir es que son miembros de las escuelas de filosofía. Y es tan absurdo esperar que los miembros de las escuelas de filosofía sean filósofos, como lo sería esperar que los miembros de las escuelas de arte fueran artistas. Nosotros no podemos ser filósofos, pero podemos amar la filosofía; podemos tratar de filosofar. En cualquier caso, este filosofar consistirá primaria y, en cierto sentido, principalmente, en escuchar la conversación entre los grandes filósofos o —expresado en forma más general y más cautelosa—, entre los más grandes talentos, y, por tanto, consistirá en estudiar las obras fundamentales. Los más grandes talentos a quienes deberíamos escuchar no son sólo, de ninguna manera, los del occidente. Es sólo un hecho desafortunado el que nos impide escuchar a los más grandes talentos de la India o China: nosotros no entendemos sus idiomas, y tampoco somos capaces de aprender todos los idiomas.

Por tanto, la educación liberal consiste en escuchar la conversación de los grandes talentos. Pero aquí advertimos la abrumadora dificultad de que esta conversación no se lleva a cabo sin nuestra ayuda; que, de hecho, somos nosotros quienes tenemos que realizarla. Los más grandes talentos monologan. Nosotros tenemos que transformar sus monólogos en un diálogo, su «cada uno por su lado» en un «juntos». Los más grandes talentos monologan, incluso cuando escriben diálogos. Cuando vemos los diálogos platónicos, observamos que no hay nunca un diálogo entre talentos del más alto orden: todos los diálogos platónicos son diálogos entre un hombre superior y otros inferiores a él. Al parecer Platón pensó que no se podía escribir un diálogo entre dos hombres del rango más alto. A nosotros nos corresponde la tarea de hacer algo que los grandes talentos nunca hicieron. Encaremos esta dificultad que parece condenar como absurda la educación liberal. Puesto que los más grandes talentos se contradicen unos a otros en las cuestiones más importantes, nos obligan a juzgar sus monólogos; no podemos confiar en lo que uno de ellos dice. Por otra parte, no podemos olvidar que tampoco somos jueces competentes.


Liberación de la vulgaridad

Un conjunto de ilusiones fáciles nos ocultan este estado de cosas. En cierta forma creemos que nuestro punto de vista es superior, más elevado que los de los más grandes talentos, bien porque nuestro punto de vista es el de nuestra época, y puede presumirse que nuestro tiempo, siendo posterior al de los más grandes talentos, es superior al de ellos; bien porque pensamos que cada uno de los más grandes talentos estaba en lo cierto desde su punto de vista, pero no —como ellos pretenden— totalmente en lo cierto: nosotros sabemos que no puede existir la verdad, sino simplemente una verdad formal; que la verdad formal consiste en la comprensión (2) de que toda interpretación universal es relativa a una perspectiva específica, o de que todas las interpretaciones universales son mutuamente excluyentes y que ninguna puede ser totalmente verdadera. Las ilusiones fáciles que nos ocultan nuestra verdadera situación se reducen a esto: que nosotros somos, o podemos ser, más sabios que los sabios mayores del pasado. Así nos vemos inducidos a actuar no como oyentes atentos y dóciles, sino como empresarios de época o domadores de leones. Más aún, tenemos que encarar esta terrible situación, creada por la necesidad de querer ser algo más que atentos y dóciles escuchas, a saber, jueces que, sin embargo, no tienen capacidad para serlo. La causa de esta situación —a mi parecer— está en que hemos perdido toda tradición de autoridad en la que confiar —el nomos que nos guía con autoridad— porque nuestros maestros y los maestros de nuestros maestros creyeron en la posibilidad de una sociedad puramente racional. Cada uno de nosotros se halla aquí obligado a encontrar sus fundamentos por sus propias fuerzas, a pesar de lo flacas que éstas sean.

Nosotros no tenemos otro solaz que el que esta actividad trae consigo. La filosofía —hemos aprendido— debe estar en guardia contra el deseo de ser edificante; la filosofía no puede ser edificante, sino sólo intrínsecamente. No podemos ejercitar nuestra inteligencia sin entender, de cuando en cuando, algo de importancia; y este acto de entender puede verse acompañado por la consciencia de nuestro entender, por el entender —noésis noéseos— y ésta es una experiencia tan elevada, tan pura y tan noble que Aristóteles pudo adscribirla a su Dios. Esta experiencia es enteramente independiente de que lo que entendemos en primer término sea agradable o desagradable, hermoso o feo. Nos conduce a damos cuenta de que todos los males son en cierto sentido necesarios, si ha de haber entendimiento. Nos capacita para aceptar todo los males que nos acaecen y que bien pudieran hacer desfallecer nuestros corazones imbuidos del espíritu de buenos ciudadanos de la ciudad de Dios. Dándonos cuenta de la dignidad de la inteligencia, llegamos a darnos cuenta del verdadero fundamento de la dignidad del hombre y, con ello, de la bondad del mundo —tanto si lo entendemos como creado o como increado—, que es la casa del hombre porque es la casa de la inteligencia humana.

La educación liberal, que consiste en un constante trato con los más grandes talentos, es un entrenamiento en la más alta forma de modestia, por no decir de humildad. Es al mismo tiempo un entrenamiento en firmeza: nos exige romper completamente con el ruido, la prisa, el atolondramiento, la baratura de la feria de vanidad (3) de los intelectuales así como de sus enemigos. Nos exige firmeza para tomar la resolución de considerar las teorías en boga como meras opiniones, y las opiniones generalizadas como opiniones que probablemente son extremas y, por lo menos, tan erróneas como las opiniones más extrañas o impopulares. La educación liberal es una liberación de la vulgaridad. Los griegos tenían una bella palabra para expresar «vulgaridad», ellos la llamaron apeirokalia, falta de experiencia en las cosas bellas. La educación liberal nos proporciona experiencia de las cosas bellas.

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