La semana pasada Esteban ordenó a los diputados de la AN crear un instrumental jurídico para castigar a los parlamentarios oficialistas que “salten la talanquera”. En realidad los mandó a cavar sus propias tumbas. Los puso a confeccionar urnas. Y lo hizo, como es habitual, sin pudor ni disimulo. Ése es el trato que merecen los traidores del “sueño de Bolívar”, fuente de la moral revolucionaria. La jugada le sale redonda, además, porque ese instrumental implica un endurecimiento de la disciplina parlamentaria, que también será útil para neutralizar a los diputados de oposición en la próxima Legislatura.
Como suele ocurrir, el capricho de Esteban atropella la Constitución. Ésta establece que los diputados no están “sujetos a mandatos ni instrucciones, sino sólo a su conciencia” (Art. 201). Esa norma recoge el principio de libertad de conciencia del parlamentario engendrado por Edmund Burke. Los representantes de la nación –dice el irlandés en su Discurso a los electores de Bristol– no deben sacrificar sus votos ni opiniones a mandatos provenientes del electorado, ni de ningún hombre ni de ningún grupo de hombres, cuando dichos mandatos sean contrarios a la razón, a la conciencia o al interés general. Un diputado traiciona la dignidad del oficio parlamentario y traiciona a la nación si actúa en contra de sus convicciones con el fin de congraciarse con aquellos de quienes depende su curul: el electorado, un partido o, en este caso, Esteban.
Entre los parlamentarios oficialistas hay muchos que siempre renunciarán a sus convicciones para mantenerse en la AN. Con eso preservan lo que Hannah Arendt denominó estatus de miembro del partido, que en un totalitarismo trae consigo alguna migaja de poder, riquezas y, lo más importante, el beneplácito del líder totalitario. También hay muchos otros enfrentando la “tentación” de seguir los dictados de la razón y actuar libremente, como los seres humanos. Así parece sugerirlo la reciente ola de renuncias en el Gabinete y el advenimiento de los ministros policamburistas.
Tanto a los primeros como a los segundos Esteban les reparte la misma medicina: terror. La talanquera simboliza el terror. En clave totalitaria representa prisión moral, esclavitud. Él sabe que su régimen se mantiene por el miedo y que quienes más sufren el miedo son los hijos de la revolución, especialmente su anillo más cercano. Por eso les muestra la fuerza de su poder omnímodo para acrecentar en ellos la zozobra del miedo. Los amedrenta enseñándoles las desgracias que sufrirían si saltan la talanquera.
Pero más allá de la talanquera, al otro lado suyo, se encuentra la libertad. Saltar la talanquera significa destruir el miedo. Es salir a la búsqueda de la conciencia para recuperar la libertad perdida. Saltar la talanquera supone, a pesar de los alaridos de Esteban y del daño que éste pueda causar, ganar el camino del servicio a la patria, reconciliarse con Venezuela.
jmmfuma@gmail.com
Twitter: @JuanMMatheus
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario