Democracia como forma de vida

La permanencia del orden republicano no es una gratuidad histórica. Tampoco es consecuencia de una declaración formal, de una vivencia aparencial de principios. Por el contrario, es fruto de una aceptación honda y sincera de los principios de la democracia constitucional por parte de todos los componentes sociales, pero especialmente de aquellos en quienes recae la responsabilidad directa de crear las condiciones existenciales de la vida republicana. Son principios que nada tienen que ver con la ideología ni con la voluntad autocrática de poder. O dicho de otro modo: son principios que sólo pueden subsistir si la ideología se ahoga en la verdad y la voluntad autocrática de poder en la razón.







Juan Germán Roscio

Juan Germán Roscio

Reivindicar la historia

Debemos hacer resonar las campanas de la historia para recordarnos que alguna vez (1958-1998) el pueblo de Venezuela existió como una República civil, en la cual la justicia, la razón y la amistad cívica fueron los pilares de nuestra convivencia pacífica.

Firma del Pacto de Puntofijo (Caracas, 31 de octubre de 1958)

lunes, 22 de marzo de 2010

Introcucción a la filosofía marxista // Rafael María de Balbín

“Con el término marxismo se designa no solamente la doctrina filosófica y político-económica de Karl Marx, sino también el cumplimiento, el desarrollo, la revisión y la crítica inmanente que lo han caracterizado, desde finales del siglo XIX hasta nuestros días. El punto de partida del pensamiento de Marx (1818-1883) es la crítica a la filosofía de Hegel sobre las bases de L, Feuerbach, es decir, la inversión del idealismo en el materialismo histórico, como estudio científico de la historia en cuanto lugar concreto de realización de la humanidad. En este contexto se reconoce al hombre como existencia social que, a través del trabajo y de la asunción consciente y colectiva de su destino, puede transformar su condición de vida eliminando aquellos elementos que la alienan. A través del estudio de la economía clásica, Marx llega a señalar la base material y económica de la sociedad y de la historia humana (estructura) que determina el conjunto de las ideas y de las instituciones religiosas, filosóficas, políticas de una época (superestructura); analiza sus contradicciones a nivel económico y social (el conflicto entre el capital y e1 proletariado) e indica en el proletariado la fuerza que -a través de la lucha de clase- guía a la sociedad hacia una evolución definitiva. De este modo el proceso histórico se concibe como un desarrollo dialéctico unitario, que tiene su resorte en la contradicción (caracterizada en las fuerzas productivas y en las relaciones de producción), y su meta final en el comunismo, como organización social en la que se unirán la teoría y la praxis y donde, una vez eliminada la alienación económica, se llevará a cabo el verdadero humanismo”

P. CODA



“El Materialismo Dialéctico, que puede ser cualquier otra cosa, es sin duda la filosofía más relamida y oportunista que una casta dominadora haya adoptado jamás para fines políticos. Descubre una lógica espúrea en las más alarmantes inconsistencias. En el Materialismo Dialéctico hay algo de monstruoso. Explota para acabar con la explotación. Escarnece los valores humanos elementales en nombre de la Humanidad. Fortalece nuevas clases para alcanzar una sociedad sin clases. En una palabra, presume ser tan implacable como la Historia, en lugar de oponer sus sueños y sus esperanzas a la dureza de la Historia”.

E. LYONS



Índice


Página

I. Marx y el marxismo…………………………………… 4

II. El Materialismo dialéctico…………………………….. 7

III. El Materialismo histórico. Crítica de las alienaciones… 9

IV. Religión, filosofía, moralidad…………………………. 11

V. Estado y sociedad……………………………………… 14

VI. Economía y revolución………………………………… 16

VII La descomposición del marxismo teórico……………... 19

VIII. Marxismo y fe cristiana………………………………... 22

IX. ¿Es posible un diálogo?.................................................. 25

X. Teología de la liberación (I)…………………………… 28

XI. Teología de la liberación (II)………………………….. 31




I. Marx y el marxismo

Sumario. Importancia del marxismo. Vida y obras de Karl Marx. El liberalismo y los abusos del capitalismo. El socialismo revolucionario. Precedentes filosóficos del marxismo: positivismo, evolucionismo, hegelianismo, izquierda hegeliana. El marxismo: materialismo dialéctico e histórico.


Con el nombre de marxismo, entendemos el sistema de pensamiento ideado por Karl Marx, con la ayuda de Federico Engels, que ha influido mucho en el pensamiento y en la sociedad desde mediados del siglo XIX. Más tarde este sistema fue continuado por Lenín (marxismo-leninismo), así como por Stalin, Mao-Tse-Tung, etc. Además de los partidos comunistas, hay también numerosos pensadores socialistas democráticos, que aceptan en parte los principios del marxismo.

El influjo del marxismo se ha dado no solamente en las ideas, sino en la vida práctica. Pues a lo largo de la mayor parte del siglo XX, y con supervivencias en los comienzos del siglo XXI, muchos millones de personas han sufrido en diversos países la privación de los derechos humanos más elementales bajo regímenes comunistas, y otros han tenido que padecer las consecuencias de la violencia revolucionaria y del materialismo marxista. El marxismo no es, simplemente, un sistema económico entre otros, sino una filosofía, una ideología, una “cosmovisión” (concepción completa del mundo, del hombre y de la vida).

Karl Marx nació el 5-V-1818 en Tréveris (Renania, Alemania). Sus padres pertenecían a la clase media y eran de raza judía. Abrazaron el protestantismo, parece que por conveniencia. Karl Marx estudió en el gimnasio de Tréveris, en la Universidad de Bonn (Leyes) y en la Universidad de Berlín, donde todavía conservaba mucho prestigio e influjo el filósofo Hegel. En 1838 hizo su tesis doctoral sobre el materialismo de Epicuro. En 1841 la presentó en la Universidad de Jena. En esta tesis aparece ya su concepción materialista de la vida, y su rechazo de la religión (al inicio de su obra puso las palabras del “Prometeo” de Esquilo: “En una palabra, odio a todos los dioses”). Por esas fechas se entusiasma con la filosofía materialista de Feuerbach. En 1842 se dedica al periodismo en Colonia, pero al poco tiempo tiene que dejarlo y abandonar Alemania. Trata de continuar su periódico en Paris, pero tiene también que dejarlo, por dificultades financieras. De 1843 a 1846 se dedica en Paris a los estudios de Historia, Economía y Política. Conoció a los anarquistas Bakunin y Proudhon. Tuvo gran amistad y trabajó con Federico Engels en la publicación de sus libros y en la promoción de proyectos revolucionarios. En 1848 publica el Manifiesto del partido comunista. En 1859 la Crítica de la economía política. En 1867 El Capital. Fue expulsado de París y en Inglaterra funda en 1864 la Primera Internacional (Asociación Internacional de Trabajadores). El 14 de marzo de 1883 muere en Londres, en la miseria, sin haber logrado terminar su máxima obra: El Capital.

En aquella época imperaba, en Renania y en toda Europa, el liberalismo político: proclamación de la completa libertad de cada individuo frente al Estado, declaración de los derechos del hombre, soberanía popular. En nombre de la libertad de los ciudadanos el Estado no interviene en los problemas de la sociedad, y se producen gravísimas injusticias. Aunque la burguesía ha realizado una revolución política contra la antigua aristocracia, hay en ésta época una profunda depresión social: la revolución industrial ha producido concentración de capital y la aparición de una legión de obreros que trabajan en condiciones inhumanas, con míseros salarios y sin posibilidad de sindicalizarse.

El marxismo denuncia estas injusticias, como otras personas e ideologías de la época, pero va más allá: más que remediar injusticias concretas le interesa realizar la revolución total. Crítica a los otros socialismos de la época, a los que llama “utópicos o reformistas”, proponiendo por su parte un socialismo “científico”. Entra en pugna, con los movimientos obreristas contemporáneos, rechazando el reformismo y también el anarquismo.

La crítica de los abusos capitalistas y de la miseria proletaria se lleva a cabo dentro de una ideología totalizante y ambiciosa; se rechaza la apropiación individual de las mercancías industriales, ya que su producción es colectiva. Y se afirma que la inexorable concentración del capital lo lleva a su propia ruina.

El ambiente intelectual es por aquel entonces positivista y materialista: Augusto Comte reduce todas las ciencias a la ciencia experimental que permitirá un progreso irreversible para la humanidad, Charles Darwin y Hubert Spencer afirmarán el origen evolucionista, a partir de la materia, del hombre y aun de toda la realidad.

Es notable la influencia en el marxismo de varias construcciones filosóficas anticristianas: de Strauss (la religión es un mito), de Bauer (la religión es “la desgracia del mundo”), de Feuerbach (la religión es una creación del hombre). Destaca especialmente el influjo de Hegel, quien realizó una construcción idealista de vastas proporciones; habla de un Absoluto, de apariencia religiosa, pero sin dogma, moral, culto ni iglesia. Toda la realidad es para él un movimiento único y total de la Razón (creaciones culturales de la humanidad), al término del cual se encuentra el Espíritu Absoluto. Ese movimiento se lleva a cabo a golpe de contradicciones (dialéctica) y tiene tres fases que se van repitiendo constantemente: tesis, antítesis y síntesis. Toda la realidad sería un producto de esa Razón supraindividual, que estaría dotada de un dinamismo propio y no recibido de nadie.

Feuerbach, Bauer y Strauss critican a Hegel con ideas radica1es materialistas y ateas. Constituyen la llamada “izquierda hegeliana”. Pero más radical será todavía el pensamiento de Karl Marx: hay que tener en mente la actividad sensorial y el trabajo humano (transformación humana de la naturaleza). La dialéctica se lleva a cabo en la materia, no en un pretendido Espíritu Absoluto. Hegel se queda en la construcción intelectual y teórica. Hay que ir al terreno práctico; de la historia, de la sociedad. Y advertir las alienaciones que rebajan al hombre. Marx dirá: “los filósofos han estudiado la realidad, nosotros queremos cambiarla”. E impulsará una dialéctica real, una praxis que transforma la sociedad y la historia. Todo ello a partir de una crítica de la situación socio-económica del momento.

Las diversas alienaciones de la sociedad capitalista (religión, filosofía, propiedad privada, etc.) serán presentadas como engaños, encubridores de la explotación. El remedio que se ofrece es una visión científica, pero llena de entusiasmo, de la persuasión de haber llegado al momento culminante de la historia: se confía en una evolución incesante, en el poder de la razón humana científica y técnica, en un nuevo humanismo del trabajo productivo. Se piensa tener la secreta clave para resolver los problemas de la humanidad y darles definitiva solución. La ideología marxista ha trabajado intensamente para lograr el paraíso comunista, la sociedad sin clases. Sus armas han sido diversas, según las diversas sociedades, para desarrollar la táctica de la revolución. Como etapa necesaria se ofreció la dictadura del proletariado, a la cual habría de llegarse utilizando todos los medios posibles, exasperando hasta la ruptura los conflictos sociales, influyendo a través de la educación, etc. Cuando ha sido necesario el comunismo marxista se ha presentado como partido democrático, buscando la vía democrática al poder (vía democrática para que el poder deje de ser democrático). Se ha actuado dentro o fuera de la ley, según conviniera. El marxismo revolucionario se proclama salvador y lo promete todo; porque si triunfa nadie podrá reclamarlo. Cuando triunfe la táctica comienza la estrategia: la exportación de la revolución a otros países.


Bibliografía
­ IBAÑEZ LANGLOIS, JOSÉ MIGUEL; El marxismo: visión crítica. Ed. Rialp, 2a. ed., Madrid, 1973, págs. 9-56.
­ MCFADDEN, CHARLES; La filosofía del comunismo. Ed. Sever-Cuesta, Valladolid, 1961, págs. 3-27.
­ SHEED, FRANK J.; Comunismo y hombre. Ed. Palabra, Madrid, 1981, págs. 11-43.
­ WETTER, G.A.; LEONHARD, W.; La ideología soviética. Ed. Herder, 2a. ed., Barcelona, 1973, págs.17-31.
­ OCARIZ, FERNANDO. El marxismo: teoría y práctica de una revolución. Ed. Palabra. Madrid, 1977, págs. 1-101.
­ CALVEZ, JEAN-YVES. El pensamiento de Carlos Marx. Ed. Taurus. Madrid, 1966, págs. 9-34.
­ PIETTRE, ANDRÉ. Marx y marxismo. Ed. Rialp. Madrid, 1977, págs. 11-29.
­ GÓMEZ PÉREZ, RAFAEL. El humanismo marxista. Ed. Rialp. Madrid, 1977, págs. 17-173.




II. El Materialismo dialéctico

Sumario. Una explicación íntegramente materialista de la realidad. La dialéctica y sus fases: tesis, antítesis y síntesis. Leyes de la dialéctica. Crítica de la dialéctica.


Desde fines del siglo XVIII la humanidad ha presenciado un acelerado cambio de sus condiciones de vida: ha habido importantes descubrimientos científicos y tecnológicos. Se ha abierto una nueva era a través de la investigación científica, la exploración del espacio, los sorprendentes avances de la cibernética. A la vez la ciencia del siglo XX fue aprendiendo a tener una conciencia más clara de sus limitaciones, cosa que no tenía la ciencia del siglo XIX, y en concreto Marx y Engels, cuando idearon el materialismo dialéctico, sistema de gran rigidez y dogmatismo, que trata de explicar en su conjunto el universo material. El análisis marxista de la realidad se auto-presenta como científico, necesario, ineludible. Las alienaciones, que rebajan al hombre, se producirían inexorablemente para ser también inexorablemente suprimidas por la revolución. El capitalismo se hundiría por sí mismo, para dar lugar a la dictadura del proletariado y la sociedad sin clases.

Parece haber una cierta evolución en el pensamiento marxista. Inicialmente todavía aparece como una protesta ante las injusticias, como un cierto humanismo, como una exhortación a las iniciativas personales. Pero muy pronto se ve que las leyes férreas de la dialéctica de la materia lo gobiernan todo. Y que no queda lugar para la acción de la libertad de la persona.

Quien formuló en detalle el materialismo dialéctico fue Federico Engels. Toda la realidad sería una manifestación de la materia. No hay lugar para el espíritu. El hombre es, en su totalidad, un producto de la naturaleza: “El movimiento del pensamiento no es más que la reflexión del movimiento real, transferido y transpuesto al cerebro del hombre”. No hay más conocimientos y realidades que los materiales.

Se trata, pues, de un materialismo absoluto, que lo abarca todo. La materia se bastaría a si misma: eterna y autodinámica. El hombre procedería completamente por evolución, a partir de las fuerzas de la materia. La materia es, además, dialéctica. Esto quiere decir que está formada por contradicciones internas, conflictos de aspectos contrarios, por ejemplo: electricidad positiva y negativa, acción y repulsión, macho y hembra, burguesía y proletariado. Un aspecto cualquiera de la realidad (tesis) vendría negado por su contrario (antítesis) y este sería superado a su vez por una nueva negación (síntesis). La contradicción sería condición necesaria del progreso. De vez en cuando ocurrirían saltos cualitativos: se pasaría de la vida vegetal a la animal, y de ésta a la humana. Y la dialéctica explicaría también todas las transformaciones de la sociedad. La dialéctica se llevaría a cabo mediante tres leyes: que la realidad esté compuesta de aspectos contradictorios (ley de los contrarios), que un ser en movimiento progrese necesariamente hacia su propia negación (ley de la negación), y que un desenvolvimiento cuantitativo y continuo en una realidad termina con frecuencia por producir una forma enteramente nueva (ley de la transformación). Esta dialéctica es la aplicación a la materia de lo que Hegel afirmaba acerca del Espíritu Absoluto.

Pero lo que tenía cierto sentido aplicado a la lógica en Hegel, no lo tiene ya aplicado a la materia. En el pensamiento puede haber contradicciones entre el absoluto ser, y el absoluto no-ser. En la realidad no, ya que en ella sólo se da el ser, y el no ser no es nada. La materia no es ni puede ser dialéctica: en ella no hay aspectos contradictorios, sino solamente contrarios. Atribuir a la materia cualidades espirituales, e incluso divinas es forjar un mito, que fue cuidadosamente definido por el pensamiento de Lenin y Stalin, el partido comunista soviético, chino o cubano.

Es bien conocido el ejemplo que pone Engels: un grano de cebada solamente produce la nueva planta si es sembrado y se pudre. Hay, pues, una semilla (tesis), su destrucción (antítesis) y la planta nueva (síntesis).

Esta teoría dialéctica no explica, en realidad, nada, acerca del cambio. La mera destrucción no produce el progreso. Y, si no, hagamos la prueba: quememos la semilla de cebada o sumerjámosla en ácido sulfúrico. No aparecerá entonces una nueva planta de cebada. Lo que permite el cambio y la transformación no es la mera destrucción o negación, sino más bien los elementos virtuales o potenciales que están contenidos, por ejemplo, en la semilla. La dialéctica no ofrece una real explicación del cambio: vendría a decir que las cosas cambian “simplemente porque cambian”.

Hay que decir que cualquier explicación acerca del cambio, en la naturaleza o en la historia supone admitir un Primer Motor y un Último Fin. El análisis riguroso del cambio que se produce en la realidad lleva a descubrir a Dios. Ya Aristóteles lo había descubierto en la antigüedad clásica. Y su análisis del cambio, merced a los principios de acto y potencia, tiene mucha mayor profundidad que la explicación marxista.

El materialismo dialéctico ha sido un sistema de gran rigidez, incluso en lo que se refiere a las explicaciones científicas de la naturaleza material. Así por ejemplo tardó 25 años en admitir la teoría de la relatividad de Einstein, hasta encontrarle una interpretación dialéctica.

Filosóficamente hablando, el materialismo dialéctico constituye una amalgama precaria entre el idealismo dialéctico de Hegel y el materialismo positivista decimonónico.


Bibliografía
­ IBAÑEZ LANGLOIS; op. cit., págs. 57-93.
­ MCFADDEN; op. cit. ,págs 27-65 y 207-239.
­ SHEED; op. cit., págs. 43-55.
­ WETTER; LEONHARD; op. cit. págs. 34-148.
­ CALVEZ; op. cit., págs. 369-484.
­ OCARIZ ; op.cit., págs. 130-154.
­ PIETTRE ; op. cit., págs. 33-54.
­ GÓMEZ PÉREZ; op.cit., págs. 169-173.



III. El Materialismo histórico. Crítica de las alienaciones

Sumario. Qué es el materialismo histórico. Las alie¬naciones, según el marxismo. La alienación religiosa. La alienación filosófica. La alienación política. La alienación social. La alienación económica. La sociedad comunista sin clases.


El materialismo histórico constituye la explicación mar¬xista de la historia y de la sociedad. En principio es una aplicación particular de una teoría general de la realidad (materialismo dialéctico). Aunque en realidad numerosos autores han mostrado que existe una completa in¬compatibilidad entre el materialismo histórico (que invoca a la libertad humana para realizar la revolución) y el ma¬terialismo dialéctico (que explica todo cambio por una fa¬tal y rígida necesidad).

La palabra alienación fue tomada en préstamo a la filo¬sofía de Hegel. Dentro del pensamiento marxista signifi¬can las alienaciones determinadas situaciones humanas en los que el hombre se objetiva, se exterioriza, se pone como distinto de sí y se pierde. Son soluciones irreales y abstractas de un problema material, una mistificación de la verdadera realidad, encubrimiento de la miseria actual del hombre. Las alienaciones suponen separación y ruptura del ser humano con respecto a sí mismo. Serán eliminadas mediante la revolución. De esta manera Marx ve al hombre perdido y engañado, ajeno a sí mismo: en las mercancías o productos industriales, en las clases sociales, en la estructura estatal, en el pensamien¬to filosófico, en la religión. Cada alienación se apoya en la anterior: la más abstracta en la más concreta.

La religión constituye para el marxismo la alienación más irreal, la que más aleja al hombre de sí mismo. Es pura ilusión, “pura miseria”, “abyección”, “pérdida radical de sí”; “el suspiro de la criatura abrumada, el corazón de un mundo sin corazón”, “el opio del pueblo”. De ese modo la “crítica de la religión es la condición de toda crítica”. Y eso porque constituiría una evasión al más allá, una justificación conservadora de los males de este mundo, que lleva a caer en un ensueño (opio). Cambiando las condiciones sociales, la religión será completamente superflua y no existirá más. Nada de ella será asumido en la futura sociedad comunista. “La crítica de la religión conduce a la doctrina de que el hombre es para el hombre el ser supremo”.

El pensamiento abstracto, la filosofía, sería otra ilu¬sión alienante: una alienación intermedia entre la reli¬gión y la política; la apariencia de conocer las cosas como son: en su ser, esencia, naturaleza, pero de modo teórico, abstracto, irreal. “Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad”; “los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo de diversas ma¬neras; lo que importa es transformarlo”.

Otra alienación es la política, que se denuncia al criti¬car la filosofía hegeliana del derecho y del Estado. Este último no sería sino un instrumento de dominación y opresión en manos de la burguesía: una conciliación ilusoria de los contrapuestos intereses de clase.

La alienación social consiste en la explotación de la mayoría (proletariado) por un grupo de privilegiados (bur¬guesía). Es preciso que los proletarios adquieran con¬ciencia de clase y que lleven a cabo la revolución. El motor del progreso social será la lucha de clases, que ha de ser radical; como absoluta es la oposición entre la burguesía y el proletariado. La burguesía, mediante la explotación, prepara sus propios sepultureros. La antítesis total de la burguesía es el proletariado, que carece de dinero, de cultura, de tradición, de virtudes. Ese es un privilegio revolucionario: ser pura negación. Sólo puede subvertirse totalmente el status burgués con la negación dialéctica (revolución). La síntesis superadora será la sociedad comunista sin clases.

La alienación económica es la causa radical de los males humanos, y por tanto también de las otras alienaciones. La verdadera estructura de la sociedad viene constituida por las relaciones económicas de producción. La socie¬dad, la política, la filosofía, la religión, etc., son solamente superestructuras, dependientes totalmente de la estructura económica: “el molino movido a mano nos da una sociedad con señor feudal; el molino mecánico, la sociedad del capitalismo industrial”’.

En El Capital Karl Marx expone su concepción económica. El hombre se realiza, se autocrea, mediante el trabajo productor, transformador de la naturaleza. Con la revolución industrial adviene la producción en serie, y el hombre se pierde en los objetos. La estruc¬tura industrial capitalista, el mercado económico con sus leyes de oferta y demanda llevan a cabo el despojo de los obreros. El producto industrial es trabajo objeti¬vado del obrero, pero se le priva de él, ya que lo que vale es el precio del objeto en el mercado. Así el obre¬ro se ve alienado, convertido en fuerza bruta de trabajo, percibiendo solamente lo necesario para subsistir. Según Marx el valor económico de los productos no procede del intercambio (que no añade nada) ni de la naturaleza (que es de todos) sino solamente del trabajo. La mercancía es trabajo humano cristalizado. El patrono paga por ella lo mínimo al obrero, y se queda con la diferencia (plus¬valía), que se va acumulando para engrosar el capital. Hay así una oposición dialéctica entre la producción, que es colectiva, y la apropiación de sus beneficios, que es individual. De un modo inexorable ello producirá una concentración creciente del capital y el aumento del nú¬mero de los proletarios. Así llegará la crisis del sis¬tema y la revolución proletaria, acto total y definitivo. La dictadura del proletariado será la “expropiación de los expropiadores”.

Después se llegará a la sociedad comunista del futuro, sin clases y sin alienaciones: “una sociedad donde el libre desarrollo de cada uno es la condición del libre desarrollo de todos”, una comunidad armónica y sin el poder es¬tatal. “El hombre se habrá convertido en una pasión hacia el hombre”.

Reinará el ateísmo, por haber desaparecido las bases socio-económicas de la religión. El hombre será politécnico combinando el trabajo manual e intelectual, integrado ple¬namente con la naturaleza. Tendrá su realización completa, al ser dueño de su trabajo y de las condiciones de su exis¬tencia material, sin estar sometido a ninguna explotación.

La cosmovisión marxista ofrece así como meta la realización de algunos de los más poderosos sueños humanos, ofreciendo a los desposeídos una ilusión, unas soluciones drásticas, una herramienta revolucionaria.


Bibliografía
­ IBAÑEZ LANGLOIS ; op. cit., págs 93-133.
­ MCFADDEN; op. cit., págs. 99-129 y 265-301.
­ SHEED; op. cit., págs. 55-99.
­ WETTER; LEONHARD; op. cit., págs. 155-208.
­ CALVEZ; op. cit., págs. 41-57, 491-499, 668-700.
­ GÓMEZ PÉREZ; op. cit., págs 180-217.
­ PIETTRE; op. cit., págs. 75-80.
­ OCARIZ; op. cit., págs. 55-70.



IV. Religión, filosofía, moralidad

Sumario. La crítica marxista de la religión y su falta de fundamento. El antiteísmo. La religión no se desentiende de los problemas de este mundo. La crítica marxista de la filosofía sólo es válida para el idealismo filosófico. La moralidad marxista al servicio exclusivo de la revolución.


La crítica marxista de las alienaciones concibe como más radical la alienación económica, sobre la cual se apoyarían todas las demás. La religión sería la alienación más alta, abstracta y perturbadora de la realidad. Hay que decir que la crítica marxista de la religión pone de manifiesto un completo desconocimiento de ésta: todo lo más es el rechazo de una religiosidad externa y pequeño-burguesa, propia del ambiente que Marx conoció, sin tomar contacto con una religión verdaderamente vivida. Hay sin embargo, en él preocupación religiosa, o más bien una transposición de las verdades religiosas a las realidades materiales y terrenas: la revolución será una salvación, llevada a cabo por un mesías crucificado (el proletariado), para llegar a un paraíso futuro (sociedad comunista sin clases).

El materialismo histórico marxista no sabe explicar los hechos auténticamente religiosos; por ejemplo la historia y la religión del pueblo de Israel, que no tuvo unas condiciones sociales y económicas verdaderamente distintas de los pueblos vecinos; ni la vida y misión de Cristo, la doctrina del Evangelio, la expansión de la Iglesia. Son hechos religiosos que no van acompañados de ningún cambio apreciable en la “estructura” socio-económica.

La crítica de la religión es solamente una reacción frente al Estado prusiano y su confesionalismo protestante. Pero el contraste entre los principios religiosos y la mediocridad de la propia vida no constituye ninguna alienación. Se da siempre en toda vida humana, para las personas que intentan superarse y poner la conducta al nivel del ideal. Decía Pascal que “el hombre sobrepasa infinitamente al hombre”. La perfección humana no consiste en armonizarse con la naturaleza cósmica. El hombre, que tiene un alma espiritual e inmortal, está muy por encima de la materia.

El ateísmo militante o antiteísmo marxista es un producto “teórico” y “apriorístico”. Su verificación por la praxis (criterio marxista) sólo podría darse en la futura y retórica sociedad comunista. Hoy por hoy el ateísmo marxista es un simple postulado: Dios estorba para poder acometer el proyecto marxista de divinización atea del hombre. Marx afirma con aplomo que la religión desaparecerá por sí misma cuando cambien las condiciones económico-sociales. Pero los marxistas no parece que hayan estado muy convencidos, al combatir a la religión, y concretamente al cristianismo, utilizando todos los medios a su alcance. Los marxistas genuinos puede que modifiquen sus doctrinas económicas, pero no su ateísmo.

Los estudios de historia de las religiones han mostrado hasta la saciedad que el hecho religioso es universal: de todas las épocas, culturas y lugares. Si fuera algo tan absurdo como lo que Marx describe, ese hecho no se produciría con esas características. Más bien la religión es natural al ser humano, como expresión de su religación originaria con Dios. La mera alienación económica jamás podría producir una religión, ni siquiera en sus formas más deterioradas, si el hombre no fuera naturalmente religioso.

La vida humana sin Dios carece de sentido. ¿Qué dignidad, por ejemplo, tiene el trabajo humano en un horizonte solamente material?, ¿para qué esforzarse, si la muerte terminará pronto con todo? El materialismo envilece a la persona humana y a todos sus logros y cierra los ojos ante los interrogantes últimos y más profundos de la vida.

Además no es verdad que la religión enseñe sólo a los pobres sus deberes (resignación). Enseña a todos, pobres y ricos sus deberes y sus derechos. El creyente no tiene por qué ser pasivo ante los problemas de este mundo; precisamente porque sabe que su destino en la otra vida depende directamente de cómo haya practicado el bien en esta vida terrena.

La acusación de refugiarse en un mundo irreal la dirige el marxismo análogamente contra la filosofía. Pero no es verdad. Solamente una filosofía racionalista o idealista se aparta de la realidad. Y para pretender rechazar la filosofía es también necesario, de algún modo, hacer filosofía. Es un prejuicio infundado pensar que lo real sólo se nos ofrece en la experiencia de los sentidos. El marxismo llama “idealismo” a todo lo que no es materialismo. La mayor parte de las filosofías (que buscan conocer la realidad en profundidad) no son ni materialistas ni idealistas. La inteligencia humana tiene una dimensión filosófica insoslayable: y la filosofía es capaz de estudiar y de criticar sus propios errores.

El marxismo constituye una “metafísica de clase”. Si bien la verdad no es monopolio de ninguna clase o grupo social, las deformaciones de la verdad sí que traslucen con claridad los condicionamientos mentales (en este caso la estrechez del esquema de la “lucha de clases”). Esta ideología se caracteriza por su parcialidad y fanatismo. Pretende ser “la verdad”, la “verdad científica”, con una especie de monopolio que no se fundamenta racionalmente.

En íntima relación con la filosofía está la moralidad. Para Marx no hay verdades eternas, principios éticos absolutos. La moralidad depende totalmente del devenir histórico, y refleja los intereses de clase. Engels afirma que los principios y leyes éticos dependen de la infraestructura económica, del régimen de la propiedad privada y la producción. Pero no es que cambien las normas morales, sino la realidad a que se aplican. Así por ejemplo las normas morales sobre la usura sigue siendo las mismas que en la Edad Media: lo que ha cambiado son las instituciones bancarias y la razón de ser del interés monetario; un cambio de circunstancias. Las variaciones en la aplicación y aun las mismas fallas que se producen, muestran por contraste la universalidad de la ley moral.

Hay una ley moral universal, que se presenta como un imperativo categórico a la conciencia de cada uno: ej.: no mentir, no matar.

Lenin y otros marxistas hablan de una “ética comunista”, que en la etapa revolucionaria es todavía una “moralidad proletaria” y en la futura sociedad comunista una “genuina moralidad humana”. La “ética comunista” se contrapone a la “moralidad burguesa”, y está basada en la disciplina, en la responsabilidad, en la lucha revolucionaria. Bueno es lo que ayuda al triunfo de la revolución; malo lo que lo dificulta. Sería una moralidad totalmente pragmática, en la que “el fin (la revolución) justifica los medios (incluyendo la mentira, el asesinato político, etc.)”. Pero eso no es válido, porque en la realidad los medios malos no conducen nunca a un fin bueno.


Bibliografía
­ IBAÑEZ LANGLOIS; op. cit., págs. 133-183
­ MCFADDEN; op. cit., págs 65-99, 141-171, 239-265 y 321-359.
­ SHEED; op. cit., págs. 109-119, 131-143.
­ WETTER; LEONHARD; op. cit., págs. 257-277.
­ OROZCO, ANTONIO: La crítica marxista a la religión. Folletos Mundo Cristiano n. 247, Madrid, 1977.
­ OCARIZ; op. cit., págs. 53-70.
­ PIETTRE; op. cit., págs. 45-75.
­ GÓMEZ PÉREZ; op. cit., págs. 180-217.
­ CALVEZ; op. cit., págs. 57-177.



V. Estado y Sociedad

Sumario. La crítica marxista prescinde de la libertad humana: el hombre aparecería por evolución de la materia; la estructura económica explicaría por completo el actuar de individuos y sociedades. Rechazo del Estado. Para el marxismo la sociedad se reduce a explotadores y explotados. La lucha de clases es presentada como una necesidad, y como el único medio para mejorar la sociedad a través de la revolución.


Según el materialismo histórico marxista, la verdadera estructura de la sociedad está constituida por las fuerzas productivas, por las relaciones de producción económica. Todo lo demás es una artificial superestructura ideológica: las instituciones jurídicas y políticas, las manifestaciones artísticas y culturales de un pueblo, etc.

Aparece continuamente en el marxismo la interna contradicción entre el férreo esquema del materialismo dialéctico (que impone una absoluta necesidad a todos los acontecimientos sociales) y la acción revolucionaria que se propugna. ¿Cómo es posible una revolución en base a la iniciativa y libertad humana, dentro de un mundo necesariamente alienado por el determinismo económico de los medios de producción?

El materialismo dialéctico permite a los marxistas “predecir” la ruina del capitalismo y el advenimiento necesario de la sociedad comunista sin clases. La libertad humana no sería más que la “conciencia de la necesidad”.

En la sociedad humana todo progresaría por evolución dialéctica: de la materia a la vida, de la vida a la consciencia humana, de la consciencia humana a la perfecta sociedad comunista sin clases. Los comienzos más humanistas del pensamiento de Marx, desembocan en un rígido sistema materialista y determinista.

El origen del hombre lo explica Marx mediante préstamos del evolucionismo materialista “el hombre comienza a diferenciarse del animal, en cuanto empieza a producir sus propios medios de subsistencia”. ¿Pero cómo puede comenzar a producir herramientas, si todavía no es inteligente?

La familia tiene importancia simplemente como parte de la infraestructura económica. Son los reproductores de la sociedad y para la sociedad. Como la producción y el consumo económicos son asuntos colectivos, la procreación y educación de los hijos se convierte en asunto público, en derecho del Estado.

Algo semejante puede decirse de la economía como fundamento absoluto de la realidad cultural (superestructura ideológica). La economía, como expresión de la inteligencia humana organizativa, supone previamente ya una cultura, y sin ella no progresa.

Indudablemente que los factores económicos constituyen condicionamientos del libre obrar humano. Pero el condicionamiento es un simple influjo y no verdadera causa del actuar humano, constitutivamente libre. Para el marxismo la “alienación política” viene constituida por el Estado, que sería un aparato de poder y opresión, al servicio de la clase explotadora. Marx desarrolla una crítica al Estado burgués, y la extiende a todo género de Estados en todas las latitudes y épocas de la historia. Solamente de los factores económicos dependería el Estado. No analiza en absoluto algo tan humano como la “ambición de poder”, que tanto puede influir en los acontecimientos políticos y en la propia explotación económica. Pero, sobre todo, la crítica marxista pasa por alto un hecho innegable: la necesidad del Estado, de la autoridad que organice la sociedad política. Los posibles abusos de poder no anulan esta necesidad. Pretender que no exista el Estado es una verdadera ingenuidad, una utopía. De hecho, la revolución comunista, allá donde ha triunfado, ha multiplicado los organismos y el poder del Estado. Por mucho que se atribuya la soberanía al pueblo, la colectividad no puede autogobernarse.

Pero, en clave marxista, la alienación política depende de la alienación social: la dualidad de explotadores y explotados. Sólo los factores económicos de producción explicarían las clases sociales. Los factores culturales, religiosos, sociales, nacionales, etc., no cuentan. Verdaderamente es hacer violencia a la realidad social el encorsetar las variadas clases y grupos sociales en el rígido esquema dialéctico de burguesía-proletariado (explotadores-explotados). Piénsese, por ejemplo, en la aparición en tantos países de las clases medias desde mediados del siglo XIX; y a la intervención gradual del Estado en el proceso económico-social, para corregir las desigualdades más graves.

La lucha de clases, presentada por el marxismo como irremediable y como factor de progreso social, es artificiosa: un intento de adaptar la realidad social al esquema dialéctico. Es una exageración: la contraposición entre burgués y proletario es presentada como de mayor relevancia que todo aquello que une a los hombres en la común naturaleza humana.

Sí que ocurren conflictos sociales, pero estos son siempre limitados y parciales.

En cambio el marxismo presenta las categorías de burguesía y proletariado como absolutas, opuestas e inconciliables. Es como un nuevo maniqueísmo, en que el bien y el mal son el proletariado y la burguesía. La futura sociedad comunista superará esa oposición (más allá del bien y del mal). La burguesía será aplastada por el proletariado y de ahí surgirá la sociedad nueva. Habrá que pasar por una etapa intermedia, la fase socialista, que es la dictadura del proletariado. Ello daría paso a la sociedad comunista sin clases, con la abolición completa de la propiedad privada, ligada con la personalidad individual. Esa utopía es muy difícil de concebir en concreto: es como un vacío ideal de la razón atea, una sociedad en la que: “El hombre será para el hombre el ser supremo”. Para esto tendría que haber un necesario acostumbramiento de los individuos a actuar colectivamente, con una abundancia material definitiva e irreversible, con una solidaridad social espontánea y desinteresada, sin Estado y sin Derecho, como sociedad perfectamente productora-consumidora de bienes materiales. Esa meta aparece como un ideal perverso: la persona humana se diluye en un falso absoluto: la sociedad sin clases, el Hombre genérico. Ahora bien, si la Historia es dialéctica, si progresa necesariamente por luchas, cambios y oposiciones, ¿cómo podría haber un paraíso terreno definitivo?

El marxismo presenta como criterio de verdad la praxis: es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad. Pero la reciente historia social desmiente las teorías marxistas: el triunfo revolucionario no se ha producido por una auto-destrucción dialéctica del capitalismo, sino por guerra o golpe de Estado. Además se han desarrollado las clases medias (no previstas por Marx). Y el proletariado ha ido llevando a cabo numerosas conquistas sociales (aburguesamiento). No es, ni mucho menos la realidad puramente negativa de que hablaba Marx. No puede darse, por tanto, la absoluta contradicción dialéctica entre burguesía y proletariado.

El proletariado industrial no es sino una clase social, entre otras, en un determinado momento histórico. Las revoluciones que pueda hacer el proletariado serán también particulares; no la revolución total ni universal. Lo universal es la religión, la moral, la política: que se ocupan de resolver positivamente los conflictos sociales. El proletariado redentor, absolutamente negativo y contradictorio de la burguesía, no es sino uno de los varios mitos forjados y difundidos por el marxismo.


Bibliografía
­ IBAÑEZ LANGLOIS; op. cit., págs. 183-233.
­ MCFADDEN; op. cit., págs 129-141, 301-321.
­ SHEED; op. cit., págs. 119-131.
­ WETTER; LEONHARD; op. cit., págs. 215-251, 337-485.
­ CALVEZ; op. cit., págs. 177-262.
­ PIETTRE; op. cit., págs. 56-64, 135-140, 140-160, 163-185.
­ OCARIZ; op. cit., págs. 70-85, 109-130.




VI. Economía y revolución

Sumario. La crítica marxista de la economía atribuye la explotación a las estructuras (propiedad privada, capital, etc.) y no a la libertad humana. La revolución marxista, a través de la dictadura del proletariado, llevaría a una sociedad comunista, sin clases, perfecta. Pero el paraíso terrenal materialista es una utopía.

Para Karl Marx todas las demás alienaciones se reducen a la alienación económica. Sin embargo, es muy claro que lo religioso, lo filosófico y lo político posee un carácter original e irreductible. En el fondo lo que el marxismo llama alienación económica (injusto abuso del rico sobre el pobre) deriva de raíces no materiales sino morales. La ambición y el egoísmo son de índole espiritual. Una “acumulación primitiva” de capital, ocurrida de forma abusiva, tendría por fuente la violencia o el robo, que son pecados. Las leyes de la oferta y la demanda todavía no existían. Si ocurrió una rapiña en el origen del capitalismo, ello se debe al mal uso de la libertad humana, y perfectamente pudo no haber ocurrido nunca. La codicia no es resultado de las estructuras socio-económicas, sino de la intemperancia y la injusticia personal.

Según Marx, el capitalismo nació cuando se inició la producción industrial, y se fue formando el capital progresivamente, merced a la acumulación de la plusvalía. Marx distingue entre el valor de uso de los productos (trabajo empleado para elaborar bienes útiles) y el valor de cambio (dependiente no de su utilidad sino del precio en el mercado). Las mercancías no son, en realidad, más que “trabajo humano cristalizado”: ésa es la única fuente auténtica de su valor. El patrono vende el producto a su valor de cambio, pero sólo paga una parte al obrero, la necesaria para su subsistencia, para tener esa fuerza de trabajo, pero no paga el trabajo mismo. El resto se lo queda el capitalista: plusvalía. Hay una neta división entre proletarios asalariados y patronos capitalistas, que mediante la plusvalía disponen de una maravillosa mercancía: el trabajo humano. Si el capital es “todo aquello que produce una renta mediante el trabajo de otros”, el crecimiento de los mercados y de las compañías, con la acumulación de capitales en pocas manos iría expropiando a los artesanos de sus recursos económicos. Cuando se suprime la servidumbre y el antiguo régimen corporativo, el trabajo se convierte en teóricamente libre, y hay que venderlo como último recurso. Mientras tanto aumenta cada vez más el margen de la plusvalía, y con ello las desigualdades e injusticias sociales. Sin embargo ni el valor de la mercancía depende sólo del trabajo del obrero (influjo de la tecnología, del capital, de la fertilidad de la tierra, del mercado, del transporte, etc.), ni los salarios han de descender necesariamente al mínimo vital, con un aumento constante del proletariado mísero; ni tampoco la expropiación automática del gran capital (pronosticada por Marx) ha ocurrido por evolución económica normal, sino por violencia revolucionaria o por ocupación militar.

La explicación marxista presenta los motivos y génesis del capitalismo, no como una injusticia humana y moral, sino como la fase actual de una evolución necesaria. Los capitalistas no tienen propiamente culpa, sino que todo ello es consecuencia de leyes necesarias. Se habría producido entonces el antagonismo entre una producción social de la riqueza y una apropiación individual de ella por parte de algunos abusadores (capitalistas). Pero si ello sucedió así, fue por un factor extra-económico: la codicia injusta de algunos. Y el economicismo materialista no ofrece ninguna explicación para ella. Para Marx la propiedad privada es la estructura que hace posible la alienación económica, permitiendo que un hombre se apodere del trabajo de otro hombre; por lo tanto debe ser abolida. No distingue entre una propiedad privada que sea justa y otra que produzca o sea consecuencia de injusticias.

Marx anunció que la progresiva acumulación del capital traería necesariamente la disolución del capitalismo: “La burguesía produce sus propios sepultureros”. En el momento en que el proceso de concentración haya terminado se llevará a cabo la expropiación socialista: las acciones de los capitalistas se pondrán a nombre de la nación, y nada cambiará, ni el gerente. Hay que socializar los instrumentos de producción: tierra, fábricas, capitales. La propiedad vuelve así a sus dueños, los trabajadores expropiados, en forma nueva y colectiva. Se habrá producido así la última expropiación de la Historia, no en beneficio de una clase, sino de todas: será la sociedad sin clases. Sin embargo lo que históricamente ha ocurrido es la aparición de una nueva clase, constituida por los líderes de la revolución.

La raíz de toda injusticia y explotación, de toda “alienación”, está en el mal uso de la libertad humana, en el pecado. Si se denuncian injusticias se entra en un contexto moral, fuera del cual no tendría sentido esa denuncia. Cuando el marxismo exalta el valor del trabajo, está hablando de algo que no puede fundamentar, ya que para ello hay que reconocer la dignidad de la persona, basada en su alma espiritual e inmortal. Es injusto “cosificar” a la persona, pero solamente si la persona no es una cosa, una realidad puramente material. Pero para el marxismo las alienaciones no tienen una causa moral; son escalones necesarios de la cadena materialista dialéctica.

Supongamos que la alienación se produzca del modo y por las causas que señala el marxismo. En ese caso, siempre podrá producirse de nuevo, si ya se produjo una vez. Y la propiedad colectivizada no escaparía a ese riesgo. De hecho las dificultades económicas de los regímenes marxistas han sido muy grandes, por limitar la libertad, la iniciativa privada y la propiedad.

El marxismo ha propugnado una revolución radical, que elimine a la burguesía, establezca la dictadura del proletariado y abra el paso a la sociedad comunista sin clases. Todo ello ¿es resultado de la necesidad de las fuerzas económicas o de una resuelta voluntad revolucionaria? Aunque en el fondo hay una contradicción no resuelta entre una u otra causa, el marxismo revolucionario habla de la necesidad, dialéctica, para infundir seguridad; y de la iniciativa voluntaria, para acelerar la “revolución necesaria”. El factor decisivo no será ya el proletariado amorfo de Marx, sino el partido comunista, una élite de “revolucionarios profesionales” (Lenin), que constituyen la ‘‘vanguardia del proletariado’’.

La revolución marxista sería un resultado necesario de la dialéctica materialista. A la tesis (burguesía) sigue la antítesis (revolución y dictadura del proletariado) y después la síntesis (sociedad comunista sin clases). Si ello fuera así, ¿cómo es posible una sociedad definitiva, que no esté sujeta a nuevas alienaciones y no requiera de nuevas revoluciones? La revolución definitiva, si la hay, es antidialéctica.

El proletariado no encaja en una dialéctica de contradicción. No es una negación total y universal, sino una particular clase social. Su dictadura no es la supresión universal de la alienación, sino sólo una dominación particular (del partido comunista), con tremendas posibilidades de corrupción: si el poder corrompe, el poder absoluto puede corromper absolutamente (Lord Acton).

La prometida desaparición del Estado, en la definitiva sociedad comunista, es una utopía. ¿Cómo puede subsistir una sociedad, si nadie la gobierna?

La sociedad comunista, si está dentro de la historia, está sometida también a la dialéctica, y en ella las contradicciones (alienaciones y revoluciones) han de renovarse una y otra vez. A menos que la prometida sociedad comunista esté fuera de la historia y no sea más que un mito creado por la fantasía humana. Así se presenta, con caracteres utópicos, el paraíso materialista: con plenitud total del hombre, libertad sin límites, plena armonía social, hombre desalienado y sin limitaciones, concordia absoluta entre la cultura y la naturaleza, etc.

El materialismo dialéctico y el materialismo histórico chocan de frente en sus afirmaciones, cuando se llega a la futura sociedad comunista sin clases: si la dialéctica es la ley de lo real histórico, el comunismo es imposible; si el comunismo es posible (y necesario), la dialéctica no es la estructura de la realidad, pues queda abolida por el comunismo (Ibañez Langlois).

El marxismo revisionista ha rebajado las pretensiones del futuro paraíso sin clases, así como la necesidad de la revolución. Se limita a postular un igualitarismo económico y social, teñido de materialismo; y siempre parcial e insuficiente para llenar las más profundas aspiraciones humanas.

El marxismo más consecuente y radical promete un paraíso terrenal materialista que es claramente utópico. Plantea preguntas a las que es incapaz de responder, e inquietudes que no puede satisfacer. Conduce, en el fondo, hacia algo que sea trascendente, más allá del materialismo dialéctico e histórico.

Para dar valor a este mundo no hace falta prometer falsos paraísos. El cristiano, que sabe que la felicidad verdadera se encuentra sólo en la vida eterna, da toda su importancia a la vida terrena. Ya que de nuestro comportamiento en este mundo depende nuestro destino eterno.


Bibliografía
­ IBAÑEZ LANGLOIS; op. cit., págs. 233-320.
­ MCFADDEN; op. cit., págs 171-207, 359-389.
­ SHEED; op. cit., págs. 143-149.
­ WETTER; LEONHARD; op. cit., págs. 277-328, 485-621.
­ OCARIZ; op. cit., págs. 86-101, 177-182.
­ GARCÍA DE HARO, RAMÓN; Karl Marx: El Capital. EMESA. Madrid, 1977, págs. 5-31.
­ PIETTRE; op. cit., págs. 75-135, 140-159, 193-287.
­ CALVEZ; op. cit., págs. 262-369, 499-583, 622-625.



VII. La descomposición del marxismo teórico

Sumario. Comunismo ortodoxo y revisionismo. El marxismo en los países occidentales: Francia, Italia, Alemania. El eurocomunismo. Los socialismos democráticos.

Muy pronto el comunismo sufrió escisiones y revisiones. El marxismo más radical ha sido siempre el revolucionario, el comunismo. Junto él se desarrollaron los movimientos socialdemócratas o simplemente socialistas. Un representante temprano del revisionismo marxista fue Bernstein (1850-1932), artífice del socialismo democrático alemán, quien negó la necesidad de la revolución.

El marxismo ortodoxo vino representado por Lenín (1870-1924), quien se dio cuenta de que era imposible que el proletariado como tal hiciese la revolución. Ésta será asumida por el partido comunista, “vanguardia del proletariado”, constituido por intelectuales y agitadores políticos. De ese modo la dictadura del proletariado pasará a ser la dictadura del partido. Tiene la paternidad de la teoría del imperialismo, como la última fase del capitalismo. Su visión del conocimiento humano es netamente materialista: lo que se llama conocimiento intelectual es simplemente la copia o reflejo material de las cosas sensibles. Lenín será también quien formule la dos etapas sucesivas de la táctica y de la estrategia de la revolución

En China Mao-Tsé-Tung (1893-1976) desarrolló un marxismo sin diferencias teóricas con los soviéticos. Hay sólo diferencias tácticas, políticas y nacionalistas. Es un divulgador de los principios marxistas, aplicados a sus propias circunstancias políticas. En los países occidentales se llamó maoísmo a determinados movimientos revolucionarios y semianárquicos.

Dentro de la órbita soviética el húngaro Lukács (1885-1971) acentuó en el marxismo la dialéctica hegeliana y la importancia de la praxis, dejando un tanto de lado el materialismo. A la par que denuncia la cosificación del hombre en la sociedad, preconiza un marxismo más humano. La línea oficial soviética le obligó a rectificar algunas de sus tesis.

En los países occidentales, no sujetos al poderío de regímenes comunistas, el marxismo experimentó una disgregación profunda y compleja. Partiendo de los puntos capitales de Marx (ateísmo, materialismo, dialéctica), se llevan a cabo planteamientos políticos diferentes del leninismo. Se busca un marxismo más humanista, con el rechazo de algunos medios violentos, y con predominio de la cultura y de la subjetividad en el conocimiento humano.

En Francia Lefevre se ocupó de aspectos sociológicos del marxismo, con independencia del comunismo oficial. Althusser, ex-católico, desarrolla una crítica a Marx, desde dentro del marxismo, acentuando la dialéctica: el marxismo no es un humanismo, sino una ciencia. Merleau-Ponty (1908-1961) es un existencialista ateo, cuya absoluto relativismo le permite justificar las diversas realizaciones prácticas del marxismo. Sartre (1905-1980), también existencialista ateo, concede un mayor relieve al individuo singular, a la vez que asume el colectivismo y el historicismo dialéctico. Roger Garaudy es una figura cuyo pensamiento evolucionó notablemente, pues pasó de un marxismo estalinista rígido y militante a un decidido revisionismo, que le valió la expulsión del partido comunista. En esta nueva fase abandonó el materialismo histórico y la lucha de clases como impulsora de la violencia revolucionaria, así como al protagonismo del partido comunista. Aspira a una mayor consideración de la subjetividad y de la iniciativa humana, se apoya más en el progreso tecnológico que en la dialéctica, y tiende puentes hacia el diálogo entre marxistas y cristianos.

En Italia destaca Gramsci (1891-1937) que considera la sociedad como un conjunto de relaciones culturales, no económicas. La revolución deberá ser una conquista ideológica y cultural: a través de los medios de comunicación, de la escuela, etc. El enemigo no es el capitalismo, sino el fascismo (entendiendo por tal todo pensamiento y moral opuestos al marxismo).

En Alemania Bloch (de origen hebreo, caído después en el ateísmo) desarrolla un marxismo esotérico, como utopía de la esperanza (escatología terrena). Lleva a cabo una lectura revolucionaria de la Biblia, a la vez que propicia el diálogo entre marxistas y cristianos. También en este país, desde 1923 prospera la llamada Escuela de Frankfort, cuyos miembros desarrollan estudios de Sociología. Entre ellos figuran Horkheimer y Adorno. Esta escuela está profundamente influida por el materialismo histórico de Marx y el pansexualismo de Freud. Marcuse, quien influyó notablemente en los movimientos revolucionarios de la década de 1960, propugna que para el hombre ser es luchar por el placer sexual, que se haría pleno en el “reino de la libertad comunista”. La meta es la satisfacción de instintos animales. Erich Fromm, quien contribuyó en los Estados Unidos al desarrollo del psicoanálisis culturalista norteamericano, a través de sus estudios de psicoanálisis, economía y sociología, es un divulgador de Marx y de Freud. Propugna un humanismo radical, usurpando elementos de la religión y criticando a ésta, con un enfoque netamente hedonista. Antes, alrededor de los años 20, Tillich y otros teólogos protestantes habían presentado al cristianismo como un socialismo religioso.

Por un corto tiempo se presentó en Italia, Francia, España y otros países el fenómeno denominado eurocomunismo, que apelaba a los escritos juveniles de Marx y a las obras de Gramsci. La revolución debía hacerse en el nivel ideológico, cultural y moral. Los procedimientos debían ser de carácter democrático, siguiendo la vía democrática al poder, y alardeando siempre de su independencia con respecto a Moscú.

Los diversos socialismos que han prosperando y prosperan en numerosos países proceden en su mayoría del revisionismo marxista. Con mucha frecuencia presentan como rasgos característicos el reduccionismo materialista, el positivismo jurídico, la mentalidad colectivista, las limitaciones a la iniciativa privada en la economía y en la educación, el carácter beligerantemente antirreligioso.

La reiterada permanencia del marxismo puede explicarse en parte por la persistencia de las injusticias sociales, frente a las cuales representa una airada protesta y un intento de radicales soluciones. En parte también por un fuerte impulso durante muchos años por los regímenes comunistas. Hay también un influjo profundo de índole moral, la misteriosa atracción de una doctrina atea, el vértigo de la pseudo-divinización del hombre. El constitutivo más profundo del marxismo es el ateísmo: se niega y combate a Dios para que el hombre sea el ser supremo. En la Encíclica Divini Redemptoris de Pío XI se afirma que el marxismo es la máxima negación institucional de Dios que ha habido en la historia. Se intenta una divinización del hombre, de la naturaleza y de la historia. Se ignora voluntariamente el pecado, como la raíz más profunda de los males que afectan al hombre. Se rechaza toda salvación que venga de Dios, que viene sustituida por la utopía de la sociedad comunista a través de la lucha de clases. Es la absolutización del hombre como esencia social, y su divinización como autocreador, autorredentor y autobeatificante, como principio y fin de sí mismo. Hay una caída profunda: la vida sobrenatural del cristiano no es ya ni siquiera una vida ética humanamente recta sino una vida reducida solamente a requerimientos materiales.

Bibliografía
-OCARIZ; op. cit., págs. 182-207.
-SPIEKER,MANFRED; Los herejes de Marx. EUNSA. Pamplona, 1977, págs. 29-253.
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-GARCÍA DE HARO; op. cit., págs. 183-219.
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VIII. Marxismo y fe cristiana

Sumario. El ateísmo es el principio fundamental del marxismo. El antiteísmo marxista es una corrupción y una especie de sustitutivo de la religión. El Magisterio de la Iglesia ha reprobado expresamente los errores del marxismo. Raíces morales del marxismo.


En el marxismo el ateísmo no es un detalle incidental, sino un punto de partida y un postulado fundamental.

Incluso el método dialéctico es ateo en cuanto tal: utilizando ese método no hay lugar para un ser absoluto, no dialéctico, inmutable, sin negatividad ni contradicción (Dios).

A la vez, sin, embargo, alienta en el marxismo un aliento pseudo-religioso: hay una especie de profecía del futuro, de redención humana, de “fe” antirreligiosa. El hombre es categóricarnente afirmado, en la medida en que Dios es negado. El hombre se autocrea, se autorredime y se auto-premia. “Homo homini Deus”: el hombre es dios para el hombre. Todo esto se explica por los préstamos, no reconocidos, del judaísmo y del cristianismo. Hay una visión mesiánica del mundo, pero atea y materialista.

El marxismo es diametralmente opuesto al cristianismo, y casi nunca lo ha ocultado, con su crítica de la religión y su antiteísmo militante. El Magisterio de la Iglesia ha condenado expresa y repetidamente la ideología marxista, como opuesta a las verdades reveladas por Dios.

La encíclica Divini Redemptoris (1937) de Pío XI es el documento principal que expone la enseñanza de la Iglesia acerca del marxismo y el comunismo, reiterada después por otros Romanos Pontífices: “el comunismo bolchevique y ateo tiende a derrumbar el orden social y a socavar los fundamentos de la civilización cristiana”.

“El comunismo de hoy, de modo más acentuado que otros movimientos similares del pasado, contiene en sí una idea de falsa redención. Un pseudo-ideal de justicia, de igualdad y de fraternidad en el trabajo impregna toda su doctrina y toda su actividad con cierto falso misticismo...” (n. 8).

“La doctrina, que el comunismo oculta bajo apariencias a veces tan seductoras, se funda hoy esencialmente en los principios del materialismo, llamado dialéctico e histórico, ya proclamados por Marx y cuya genuina interpretación pretenden poseer los teorizantes del bolchevismo. Esta doctrina entraña que no existe más que una sola realidad, la materia, con sus fuerzas ciegas: la planta, el animal, el hombre son el resultado de su evolución. La misma sociedad humana no es sino una apariencia y una forma de la materia, que evoluciona del modo dicho y que por ineludible necesidad tiende, en su perpetuo conflicto de fuerzas, hacia la síntesis final: una sociedad sin clases” (n. 9).

“En semejante doctrina es evidente que no queda ya lugar para la idea de Dios: no existe diferencia entre el espíritu y la materia, ni entre el cuerpo y el alma; ni sobrevive el alma a la muerte, ni por consiguiente puede haber esperanza alguna de otra vida” (n. 9).

“¿Qué sería la sociedad humana basada sobre fundamentos materialistas? Sería una colectividad sin más jerarquía que la del sistema económico. Tendría como única misión la de producir bienes por medio del trabajo colectivo y como único fin el goce de los bienes de la tierra en un paraíso en el que cada cual daría según sus fuerzas y recibiría según sus necesidades. El comunismo reconoce a la colectividad el derecho, o más bien el arbitrio ilimitado de obligar a los individuos al trabajo colectivo, sin atender a su bienestar particular, aun contra su voluntad y hasta con la violencia. En esa sociedad, tanto la moral como el orden jurídico ya no serían sino una emanación del sistema caduco. En una palabra: se pretende introducir una nueva época y una nueva civilización, fruto exclusivo de una evolución ciega: una humanidad sin Dios” (n. 12).

“El comunismo es, por naturaleza, antirreligioso y considera la religión como el opio del pueblo, que, hablando de la vida de ultratumba, impide que el proletario aspire a la conquista del paraíso soviético, que es de este mundo” (n.22).

Entre los documentos del magisterio de Pío XII referentes al comunismo, pueden destacarse dos radiomensajes de Navidad, el de 1942 y el de 1955: “Movida siempre por motivos religiosos, la Iglesia ha condenado los varios sistemas del socialismo marxista, y los condena también hoy, porque es su deber y derecho permanente preservar a los hombres de corrientes e influencias que ponen en peligro su salvación eterna”.

“La equivocada creencia que lleva a fundar la salvación en el siempre creciente proceso de la producción social es una superstición, acaso la única de nuestro racionalista tiempo industrial; pero también la más peligrosa, puesto que parece considerar imposibles las crisis económicas, que llevan consigo el peligro de una vuelta a la dictadura. Además, esa superstición no es tampoco apta para elegir un sólido baluarte contra el comunismo, puesto que ella es compartida por el comunismo y también por no pocos de la parte no comunista. Nosotros rechazamos el comunismo como sistema social en virtud de la doctrina cristiana y debemos afirmar particularmente los fundamentos del derecho natural. Por la misma razón rechazamos igualmente la opinión de que el cristiano deba hoy ver el comunismo como un fenómeno o una etapa, como necesario momento evolutivo de la misma y, por consiguiente, aceptarlo como decretado por la Providencia divina”.

En el corto pontificado de Juan XXIII (1958-1963) se registran medidas prácticas contra el comunismo, como la decisión del 4-IV-1959 sobre la no licitud para los católicos de dar su voto a los comunistas y a sus aliados políticos.

Pablo VI ha tocado este punto en cuatro documentos principalmente:

“Estas son las razones que nos obligan, como han obligado a nuestros predecesores -y con ellos a cuantos estiman los valores religiosos- a condenar los sistemas ideológicos que niegan a Dios y oprimen a la Iglesia, sistemas identificados frecuentemente con regímenes económicos, sociales y políticos, y entre ellos, especialmente, el comunismo ateo” (Enc. Ecclesiam suam, n.75).

“La Iglesia no se adhirió y no puede adherirse a movimientos sociales, ideológicos y políticos que, trayendo su origen y su fuerza del marxismo, han conservado sus principios y sus métodos negativos por la concepción incompleta propia del marxismo, radical y por lo mismo falsa del hombre, de la historia y del mundo. El ateísmo que aquél profesa y promueve no favorece la concepción científica del cosmos y de la civilización, sino que es una ceguera que el hombre y la sociedad pagan al fin con las más graves consecuencias. El materialismo que se deriva de aquél expone al hombre a experiencias y a tentaciones sumamente nocivas, apaga su auténtica espiritualidad y su trascendente esperanza” (Alocución del 22-V-1966, en el 75º aniversario de la Rerum novarum).

“Toda acción social implica una doctrina. El cristiano no puede admitir la que supone una filosofía materialista y atea que no respeta ni la orientación de la vida hacia su fin último, ni la libertad ni la dignidad humana” (Enc. Populorum progressio, n. 39).

“El cristiano que quiere vivir en una acción política concebida como servicio, tampoco puede adherirse sin contradicción a sistemas ideológicos que se oponen radicalmente o en los puntos sustanciales a su fe y a su concepción del hombre: ni a la ideología marxista, a su materialismo ateo, a su dialéctica de violencia y a la manera como ella entiende la libertad individual dentro de la colectividad, negando al mismo tiempo toda trascendencia del hombre y a su historia personal y colectiva. (…) La fe cristiana se sitúa por encima y a veces en oposición a las ideologías, en la medida en que reconoce a Dios, trascendente y creador, que interpela, a través de todos los niveles de lo creado, al hombre como libertad responsable”(Carta Apostólica Octogessima adveniens)

El Papa Juan Pablo II ha escrito: “es evidente que el materialismo, incluso en su forma dialéctica, no es capaz de ofrecer a la reflexión sobre el trabajo humano bases suficientes y definitivas, para que la primacía del hombre sobre el instrumento-capital, la primacía de la persona sobre las cosas, pueda encontrar en él una adecuada e irrefutable verificación y apoyo. También en el materialismo dialéctico el hombre no es ante todo sujeto del trabajo y causa eficiente del proceso de producción, sino que es entendido y tratado como dependiendo de lo que es material, como una especie de resultante de las relaciones económicas y de producción predominantes en una determinada época” (Enc. Laborem exercens, n. 13).

La caída de los regímenes comunistas europeos ha de ser motivo de profundo análisis y reflexión. “Mientras el marxismo consideraba que, únicamente llevando hasta el extremo las contradicciones sociales, era posible darles solución por medio del choque violento, en cambio las luchas que han conducido a la caída del marxismo insisten tenazmente en intentar todas las vías de negociación, del diálogo, del testimonio de la verdad, apelando a la conciencia del adversario y tratando de despertar en éste el sentido de la común dignidad humana” (Enc. Centesimus annus, n. 23)

El cristianismo se centra en el misterio de Cristo: Dios hecho hombre, redentor, juez y rey del universo. Y busca, como afirmaba ya San Pablo, instaurar todas las cosas en Cristo.
En cambio, el marxismo es heredero del mito dieciochesco y decimonónico del progreso humano irrevocable. El hombre se autodiviniza por su esfuerzo trabajador y revolucionario, no por la ayuda recibida de Dios. El hombre es productor de sí mismo, autogenerador y mejorador de su naturaleza (aunque las personas singulares desaparezcan). La creación es sustituida por la evolución de la materia y la autorrealización dialéctico-histórica del hombre. El pecado es sustituido por la alienación, que no es fruto de la libertad humana, sino de las estructuras sociales en las que el hombre “se pierde”. La salvación cristiana es sustituida por la revolución, por la que el hombre “se salva” a sí mismo, al cambiar radicalmente las estructuras. El proletariado es el “pueblo elegido”, que lucha por instaurar un reino de verdad y justicia en la única tierra prometida que es ésta. El proletariado revolucionario, abatido y luego exaltado, resulta en el fondo una parodia de Cristo Redentor. El paraíso comunista será, en fin, una comunidad definitiva de hombres desalienados.

Marx rechaza la religión, al catalogarla como una completa alienación, enteramente inaceptable. Sin embargo el cristiano que conoce bien su fe esté en óptima situación para comprender el error marxista: como quien tiene el modelo puede entender bien sus copias deformadas o caricaturescas.

El ateísmo marxista-leninista es la forma más acabada, activa y religiosa de ateísmo que haya alcanzado existencia cultural en la historia: una fe al revés, una religión cabeza abajo (Ibañez Langlois). A la materia se le asignan rasgos divinos: autosuficiencia, eternidad, infinitud, omnisciencia, omnipotencia. Y esta antirreligión tiene también un “magisterio infalible”, que fundamenta una “fe” atea: “Creo en la materia, eterna, infinita, inacabable, omnipresente; creo en la dialéctica y sus leyes supremas. Creo en la meta de su evolución, el paraíso terreno de la sociedad sin clases. Creo en la conciencia del proletariado; creo en Marx, Engels y Lenín, por quienes esta conciencia se nos ha revelado; creo en la infalibilidad del comité central del partido” (Ibañez Langlois).

La raíz moral es la orgullosa pretensión de la autosuficiencia humana, que se engaña ante aquella primera y repetida tentación de Satanás: “Seréis como dioses, conocedores del bien y del mal”. Toda una ideología se configura como “aversión a Dios y conversión a las cosas humanas”.


Bibliografía
­ S.S. PÍO XI, Encíclica Divini Redemptoris.
­ S.S. PABLO VI, Encíclica Ecclesiam suam.
­ S.S. PABLO VI, Alocución del 22-V-1966, en el 75º aniversario de la Rerum novarum.
­ S.S. PABLO VI, Encíclica Populorum progressio.
­ S.S. PABLO VI, Carta Apostólica Octogessima adveniens.
­ S.S. JUAN PABLO II. Enc. Laborem exercens.
­ S.S. JUAN PABLO II. Enc. Centesimus annus.
­ IBAÑEZ LANGLOIS; op. cit., págs. 323-363.
­ SHEED; op. cit., págs. 143-185.
­ CALVEZ; op. cit., págs. 644-668.
­ OCARIZ; op. cit., págs. 207-219.
­


IX. ¿Es posible un diálogo?

Sumario. El rechazo marxista de la religión. La ideología marxista contiene un materialismo y ateísmo inaceptables para un cristiano. El método marxista es inseparable de su ideología. El odio de clases se opone a la justicia y a la caridad. La persona y su libertad son más importantes que la colectividad social. El mejoramiento social se logra a partir de los principios cristianos. El diálogo no puede entablarse al precio de abandonar las verdades de la fe.


El ateísmo es el principio radical que, desde dentro, proporciona unidad y cohesión al marxismo. Marx definió la religión como “opio del pueblo”, “suspiro de la criatura abrumada”, “desgracia pura”. Lenin, por su parte, afirmaba: “Cualquier fe religiosa, cualquier idea de Dios, e incluso cualquier inclinación a la idea de Dios, constituyen una inexplicable bajeza”. “La religión es el vodka espiritual donde los esclavos del capitalismo ahogan toda forma humana”. Estas ideas marxistas no han quedado solamente en el campo de la teoría, sino que han sido eficazmente llevadas a la práctica.

En ocasiones ha habido cristianos que han pensado que ese antiteísmo es sólo circunstancial, que se puede colaborar con los marxistas y hasta encontrar un lugar para los creyentes en la futura sociedad comunista. Han procedido como si el sentido de la historia se orientara necesariamente hacia las metas marxistas y oponerse a ello, independientemente de los errores “doctrinales” del marxismo, fuera un conservadurismo trasnochado. Con ello aceptaban implícitamente los planteamientos del materialismo dialéctico e histórico.

Sin embargo el marxismo no puede, sin destruir con ello todo su sistema, conceder la menor opción a Dios, la vida eterna o la realidad del alma espiritual. De modo que la llamada marxista a la colaboración de los cristianos no deja de ser una simple maniobra táctica. No es válido el pretendido “cristianismo del cielo y marxismo de la tierra”, porque el cristianismo comienza y se ejercita aquí ya en la tierra. Las cuestiones económicas, sociales y políticas tienen una fundamentación ético-religiosa, aunque el cristianismo no sea una ideología terrena. El marxismo no es una simple ciencia o técnica de los asuntos de este mundo. Más bien aparece como una antirreligión, basada en el materialismo y en la violencia, que lucha tenazmente contra toda religión. No cabe identificación ni convergencia entre modos de pensar tan antitéticos.

Algunos cristianos llegaron a utilizar el marxismo como un simple método “científico” de interpretación de la historia y de la sociedad, y como herramienta revolucionaria. Importaría más el compromiso en la lucha de clases (“ortopraxis”) que la rectitud de la doctrina (“ortodoxia”). Pero hay que falsear mucho, tanto al cristianismo como al marxismo, para tratar de conciliarlos. El marxismo no puede separarse de sus fundamentos ideológicos, y no puede haber tampoco un “compromiso cristiano” sin un contenido doctrinal. La fe no es un programa socio-económico, sino una verdad revelada por Dios, un mensaje dirigido a la eterna salvación de los hombres. El cristianismo no puede renunciar a la absoluta primacía de Dios. Si se le deja de lado, aceptando las fórmulas marxistas, se deja de ser cristiano.

La teoría marxista de la lucha de clases exagera y absolutiza los conflictos sociales. El odio y la violencia aparecen como el necesario motor del progreso y de la historia; y esto es la antítesis de la doctrina evangélica del amor y la justicia.

La raíz de los males sociales es moral: se encuentra en el mal uso de la libertad humana. La influencia de las estructuras es solamente relativa. El influjo decisivo de las actitudes y decisiones personales sobre los problemas sociales ha sido puesto constantemente de manifiesto en las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia sobre cuestiones sociales.

Para el marxismo, en cambio, el centro de la realidad y de la historia no es la persona sino las estructuras económico-sociales, necesariamente determinadas por la naturaleza material. La espiritualidad y dignidad de la persona humana viene disminuida. No llega a ser un humanismo auténtico. Mientras que el cristianismo exalta al hombre al reconocerlo como criatura de Dios, hecho a su imagen y semejanza.

La “moralidad” marxista nada tiene que ver con la moral natural ni cristiana. Escribe Lenin: “Nuestra moralidad está del todo subordinada a los intereses de la lucha de clase del proletariado” (no hay ley de Dios, ni valor de la persona humana en sí misma, ni derechos inviolables).

El fin revolucionario es de necesidad absoluta, y todo lo justifica: el crimen, la tortura, el terrorismo, la mentira. Pero ello es engañoso, ya que los medios prefiguran el fin, y los medios moralmente malos anuncian ya la perversidad del fin al que dirigen.

El camino cristiano es el de la transformación moral de las personas: y cuenta con la falibilidad de los hombres, la frecuente lentitud y la incertidumbre de la libertad humana. Pero éstos son los datos de la realidad, y no los sueños de un mito impaciente.

El marxismo acude a la violencia externa y a la coacción, en una reiterada dialéctica de violencia y odio: el asesinato político, el genocidio, el maquiavelismo refinado y el terror policíaco son parte inseparable de su historia; aunque su totalitarismo aplastante trata de silenciarlos.

La justa transformación de la sociedad no tiene necesidad del mito marxista. El mejoramiento social se viene haciendo en muchos lugares por una mejor participación del trabajador en la propiedad y gestión de la empresa, con una creciente valoración de la libertad de la persona, y la dignidad y prestancia del trabajo humano.

Hay una gran tarea de justicia y caridad solidaria en la sociedad. Y en ella los cristianos tienen parte muy principal, con libertad en las opciones temporales y fidelidad a las grandes directrices morales del Magisterio de la Iglesia.

Frente al desafío del ateísmo militante marxista, propugnador del materialismo y de la lucha de clases, desconocedor de la dignidad de cada persona, el cristiano debe mantener su identidad. El no renuncia al diálogo, pero para lograrlo no comienza por claudicar de sus principios y exige en el interlocutor sinceridad y buena fe.


Bibliografía
­ IBAÑEZ LANGLOIS; op. cit., 363-407.
­ S.S. PABLO VI, Enc. Ecclesiam suam.
­ SHEED; op. cit., págs. 185 y ss.
­ IBAÑEZ LANGLOIS, José Miguel; Marxismo y Cristianismo. Folletos Mundo Cristiano, n. 188, Madrid, 1976.
­ GÓMEZ PÉREZ; op. cit., págs. 217-313.
­ SPIEKER; op. cit., págs. 119-169.



X. Teología de la Liberación (I)

Sumario. Introducción. Aspiración universal a la dignidad, libertad y justicia. La liberación, tema cristiano. La voz del Magisterio. Una nueva interpretación del cristianismo.

Con fecha de 6 de agosto de 1984 la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe publicó una Instrucción sobre algunos aspectos de la Teología de 1a liberación. En ella se comienza por afirmar que el Evangelio de Jesucristo es un mensaje de libertad y una fuerza de liberación, precisando en qué consiste ésta última: “La liberación es ante todo y principalmente liberación de la esclavitud radical del pecado. Su fin y su término es la libertad de los hijos de Dios, don de la gracia. Lógicamente reclama la liberación de múltiples esclavitudes de orden cultural, económico, social y político, que, en definitiva, derivan del pecado, y constituyen tantos obstáculos que impiden a los hombres vivir según su dignidad. Discernir claramente lo que es fundamental y lo que pertenece a las con- secuencias es una condición indispensable para una reflexión teológica sobre la liberación”.

La teología es la ciencia de la fe. El cristiano toma como punto de partida las verdades reveladas por Jesucristo, y a partir de ellas busca profundizar en su contenido, explicitar lo que está implícito y obtener una comprensión más cabal (“Fides quaerens intellectum”: la fe que busca entender). Será una genuina teología de la liberación aquella que parte de la Revelación cristiana, y que descubre que la primera y más radical liberación es de la esclavitud del pecado.

Sin embargo, quizás por la urgencia de algunos problemas sociales, algunos se han limitado a preocuparse por las esclavitudes de orden terrenal y temporal, presentando análisis y soluciones ambiguas e inadecuadas. El citado documento de la Santa Sede señala desviaciones ruinosas para la fe y la vida cristiana en algunas equivocadas “teologías” de la liberación, principalmente por utilizar conceptos tomados del pensamiento marxista.

Es un signo de los tiempos que vivimos, que la Iglesia debe discernir e interpretar a la luz del Evangelio, la aspiración de los pueblos a una liberación de opresiones injustas. La dignidad del hombre, creado “a imagen y semejanza de Dios” (Gen 1, 26-27), no debe verse ultrajada por injusticias culturales, políticas, raciales, sociales o económicas. Hay un deseo universal de una vida más fraterna, justa y pacífica; sin el escándalo de las injustas desigualdades entre ricos y pobres (personas y países). Estas aspiraciones han de ser iluminadas y guiadas por la Revelación cristiana, sin que sean acaparadas por ideologías de materialismo o violencia que ocultan o pervierten su sentido.

La liberación es un tema cristiano. Encuentra un eco profundo y fraternal en los corazones de quienes tienen la experiencia radical de la libertad cristiana, porque rechazan la esclavitud del pecado (Gal V y ss.). En el Antiguo Testamento Dios aparece como el liberador de su pueblo, en orden a la salvación y la santidad: libera a Israel de Egipto (Ex. XXIV) y del exilio de Babilonia, y de todos sus enemigos. En los Salmos se expresa continuamente que sólo de Dios se espera la salvación y el remedio. Los profetas, después de Amós, muestran con especial fuerza las exigencias de justicia que exige la fidelidad a la Alianza con Dios. Dios es el defensor y el liberador del pobre, de la viuda y del huérfano.

El Nuevo Testamento presenta estas mismas exigencias, todavía más radicalizadas en las Bienaventuranzas. La conversión y renovación del hombre han de hacerse desde lo más hondo del corazón. Cristo manda el amor fraterno, tal como Él nos ama. Todo hombre es prójimo (Lc X, 25-37). Jesús, que se hizo pobre por nosotros (II Cor VIII, 9), es solidario de toda miseria humana. Y en el Juicio pedirá cuenta de las obras de misericordia (Mt XXV, 31-46). Hay que vivir la misericordia tal como el Padre celestial (Lc VI; 36). Los ricos son fuertemente exhortados a cumplir con su deber (Sant. V, 1 y ss; 1 Cor XI, 17-34).

Aparece, pues, muy claro, que la primera liberación es la del pecado. La Carta a Filemón, de San Pablo, es un ejemplo eminente de la nueva libertad del cristiano, que, ganada por la gracia de Cristo, debe tener necesariamente repercusiones en el plano social. El pecado es siempre personal, aunque tenga consecuencias sociales. El mal no está ni principal ni únicamente en las “estructuras”, pues éstas son fruto de la acción de la persona humana, libre y responsable. La búsqueda de la perfección moral de la persona supone también la caridad, como apertura y espíritu de servicio hacia los otros.

La voz del Magisterio de la Iglesia ha hecho múltiples llamados en los últimos tiempos, exhortando a vivir la justicia y la solidaridad con el prójimo. Recordemos las Encíclicas Mater et Magistra y Pacem in terris de Juan XXIII; la Populorum progressio; Evangelii nuntiandi y Octogessima adveniens de Pablo VI; la Constitución Gaudium et spes del Concilio Vaticano II; las Encíclicas Redemptor hominis, Dives in misericordia y Laborem exercens de Juan Pablo II; el Discurso de este último ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, del 2-X-1979; la III Conferencia Plenaria del Episcopado Latinoamericano en Puebla de Los Ángeles (México) en 1979, etc., etc. Juan Pablo II señalaba en Puebla: “los tres pilares sobre los que debe apoyarse toda teología de la liberación auténtica: la verdad sobre Jesucristo, la verdad sobre la Iglesia, la verdad sobre el hombre”.

Siguiendo estas directrices, muchos fieles cristianos han venido realizando un trabajo ingente y desinteresado. Pero hay que tener cuidado, para no dar primacía a lo material: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt IV, 4; Dt VIII, 3). Sería un funesto error dejar para mañana la evangelización, con la pretensión de resolver primero, los problemas materiales. Se caería en la tentación de un Evangelio puramente terrestre, que pondría también en peligro la “opción preferencial por los pobres y por los jóvenes” (Documento de Puebla, IV, 2). Hay algunas erróneas teologías de la liberación que proponen una interpretación innovadora del contenido de la fe y de la existencia cristiana, apartándose gravemente de la fe de la Iglesia e incluso negando prácticamente la misma.

Cuando esto último ocurre, el generoso compromiso inicial en favor de los pobres se ve corrompido por préstamos no criticados de la ideología marxista y el uso de una hermenéutica bíblica dominada por el racionalismo.



Bibliografía
­ SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Instrucción Libertatis nuntius sobre algunos aspectos de la Teología de la liberación, I-VI.
­ IBAÑEZ LANGLOIS, José Miguel; Teología de la liberación y lucha de clases. Ed. Palabra, Madrid, 1985, págs. 7-69.
­ MATEO SECO, L.; OCARIZ, F. ; ¿Qué es la Teología de la liberación?. Folletos Mundo Cristiano, n. 404, Madrid,1985, págs. 33-53.



XI. Teología de la Liberación (II)

Sumario. El análisis marxista. Subversión del sentido de la verdad y violencia. Consecuencias teológicas. Una nueva hermenéutica. Conclusiones.


Algunos cristianos, por impaciencia y voluntad de una mayor eficacia han adoptado el análisis marxista (que tiene fama de “análisis científico”). Sin embargo, como el marxismo es una concepción totalizante, su método dialéctico es inseparable del contenido. Es verdad que ha habido interpretaciones y revisiones del marxismo, pero esas diversas tendencias son incompatibles con el cristianismo, en la medida en que conservan el ateísmo, la lucha de clases, el materialismo y el totalitarismo.

La teología es la ciencia, de la Fe. Su punto de partida son las verdades reveladas por Dios. Y su instrumento ha de ser congruente con ellas. El materialismo dialéctico e histórico no es un método apto para hacer teología.

El núcleo ideológico marxista es el principio fundamental y determinante de las desviadas teologías de la liberación. El análisis marxista es inseparable de la «praxis» revolucionaria.

La verdad para el marxismo es solamente una verdad de clase, ya que la estructura fundamental de la historia está marcada por la lucha de clases: no puede haber neutralidad, objetividad ni universalidad de la verdad.

De este modo la sociedad estaría constitutivamente fundada sobre la violencia, ley necesaria. La moralidad se disuelve al servicio de la lucha política revolucionaria.

Las consecuencias son sumamente nocivas para la vida cristiana. Siendo la lucha de clases la ley estructural fundamental de la historia, esta ley dividiría también a la Iglesia. Cuando se afirma que Dios se hace historia, y se anula con ello toda diferencia entre historia de la salvación e historia profana del mundo, lo que se está afirmando es simplemente la autorredención del hombre a través de la lucha de clases.

Toda la fe y la teología vienen subordinadas a la lucha de clases: el amor fraterno sólo será válido para con el “hombre nuevo” que surgirá de la revolución victoriosa. Se confunde al pobre de la Sagrada Escritura con el proletario de Marx. La Iglesia es iglesia de clase, del pueblo (oprimido), con opción exclusiva por los pobres. Se rechaza la estructura sacramental y jerárquica de la Iglesia, tal como Jesucristo la quiso. La Jerarquía y el Magisterio, son vistos como representantes de la clase dominante. El pueblo sería la única fuente de los ministerios sagrados. La Eucaristía sería simplemente una celebración del pueblo en lucha, la fe “fidelidad a la historia”, la esperanza “confianza en el futuro”, la caridad “opción exclusiva por los pobres”.

Quienes no comparten la “praxis” partidista revolucionaria son excluidos de todo diálogo, como opresores. No importa la rectitud de la fe (ortodoxia), sino el compromiso revolucionario (ortopraxis). Y ése sería el único punto de partida para la Teología. La doctrina social de la Iglesia es desdeñosamente rechazada, como si fuera sólo un tímido remiendo.

Hay una nueva hermenéutica, una interpretación ajena a la Tradición y al Magisterio de la Iglesia; interpretación materialista y racionalista. Se lleva a cabo una relectura esencialmente política de la Biblia, desde el relato del Éxodo hasta el Magnificat de Santa María. El Reino de Dios aparece como de este mundo. Se desconoce así la completa novedad del Nuevo Testamento; la persona de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre; y de la redención como liberación del pecado, fuente de todos los males. Estos autores rechazan el Magisterio y la Tradición de la Iglesia, renovando el error modernista de comienzos de siglo de distinguir entre el “Jesús de la historia” (simplemente hombre) y el “Jesús de la fe” (divinizado por la primitiva comunidad cristiana). Los dogmas de fe irían cambiando de contenido según los cambios de la historia y de la lucha revolucionaria. La misión y la muerte de Cristo son interpretadas en forma exclusivamente política, negando así la redención. La lucha de clases se presentaría dentro de la Iglesia como conflicto entre la Jerarquía y la “base”.

Cuando la autoridad de la Iglesia reprueba los errores de estos falsos teólogos de la liberación, no está aprobando con ello la injusticia y la explotación. La Iglesia considera como tarea prioritaria la atención a los más pobres, y esto ha de hacerse en comunión con los Obispos y el Papa. Los teólogos han de atenerse a su misión de colaboración leal con el Magisterio de la Iglesia. Esta es universal, para todos los hombres, teniendo en cuenta “toda realidad humana, toda injusticia, toda tensión, toda lucha” (Juan Pablo II, 2-VII-1980).

Para remediar las injusticias es necesario emplear medios conformes a la dignidad humana. La violencia engendra violencia y degrada al hombre, a quien la sufre y a quien la practica.

La fuente de las injusticias es el corazón de los hombres, que ha de renovarse por la conversión interior. El “‘hombre nuevo” no viene de la reforma de las estructuras, sino del Espíritu Santo. Es preciso convertirse a Dios, que es el Señor de la historia.

No hay que olvidar que millones de nuestros contemporáneos han carecido de las libertades fundamentales bajo regímenes totalitarios y ateos. Y eso en nombre de la liberación del pueblo. La complicidad con esas ideologías sería una verdadera traición a los pobres. La lucha de clases como camino hacia la sociedad sin clases es un mito, un espejismo.

El verdadero camino para el mejoramiento de la sociedad es apoyarse en el Evangelio y en su fuerza de realización. Para ello hay que recuperar y potenciar el valor de la enseñanza social de la Iglesia, abierta a todas las cuestiones nuevas. Esa enseñanza contiene sólo las grandes orientaciones éticas. A los laicos, comunes fieles cristianos, corresponde el primer puesto en su puesta en práctica.

A los Pastores, por su parte, corresponde velar por la calidad y contenido de la catequesis y de la formación. El mensaje de salvación debe ser difundido completo y sin amputaciones, hablando de la divinidad de Cristo, la trascendencia y gratuidad de la liberación en Jesucristo, la soberanía de la gracia, la verdadera naturaleza de los medios de salvación, y en particular de la Iglesia y de los sacramentos. No conviene pasar por alto las nociones del bien y del mal, el pecado y la conversión, el amor fraterno universal. El Reino de Dios no es político: tiene un contenido específico y se apoya en el destino trascendente de la persona.

Si los cristianos sabemos ser fieles a la fe, y esmerarnos en el amor a Dios, seremos, en frase del Papa Pablo VI y de la Conferencia de Puebla, los constructores de la “civilización del amor”.

La fe de la Iglesia, de la cual no se puede apartar sin provocar, con la ruina espiritual, nuevas miserias y nuevas esclavitudes, viene expuesta con plena claridad en el Credo del pueblo de Dios de Pablo VI: “Confesamos que el Reino de Dios iniciado aquí abajo en la Iglesia de Cristo no es de este mundo, cuya figura pasa, y que su crecimiento propio no puede confundirse con el progreso de la civilización, de la ciencia o de la técnica humanas, sino que consiste en conocer cada vez más profundamente las riquezas insondables de Cristo, en esperar cada vez con más fuerza los bienes eternos, en corresponder cada vez más ardientemente al Amor de Dios, en dispensar cada vez más la gracia y la santidad entre los hombres. Es este mismo amor el que impulsa a la Iglesia a preocuparse constantemente del verdadero bien temporal de los hombres. Sin cesar de recordar a sus hijos que ellos no tienen una morada permanente en este mundo, los alienta también, en conformidad con la vocación y los medios de cada uno, a contribuir al bien de su ciudad terrenal, a promover la justicia, la paz y la fraternidad entre los hombres, a prodigar ayuda a sus hermanos, en particular a los más pobres y desgraciados. La intensa solicitud de la Iglesia, Esposa de Cristo, por las necesidades de los hombres, por sus alegrías y esperanzas, por sus penas y esfuerzos, nace del gran deseo que tiene de estar presente entre ellos para iluminarlos con la luz de Cristo y juntar a todos en Él, su único Salvador. Pero esta actitud nunca podrá comportar que la Iglesia se conforme con las cosas de este mundo ni que disminuya el ardor de la espera de su Señor y del Reino eterno”.


Bibliografía
­ SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Instrucción Libertatis nuntius sobre algunos aspectos de la Teología de la liberación, I-VI.
­ IBAÑEZ LANGLOIS; Teología de la liberación y lucha de clases. págs. 69- 225.
­ MATEO SECO; OCARIZ; ¿Qué es la Teología de la liberación? págs. 5- 33.

1 comentario:

  1. Muy bien post. Lamento no haberlo encontrado antes.
    Recuerdo unas clases fantásticas con el Dr Pbro Balbín, en Caracas, hace casi 50 años. En ese momento, pensar en comunismo en Venezuela parecía una locura: ahora estamos viendo la realidad que viene de no pensar bien las cosas.
    Saludos

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